THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Tanto monta

Saúl le apartó la falda subiéndosela hasta dejarle la cintura visible y el culo mojado sobre la tierra seca

Tanto monta

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Cuando Amanda bajó del caballo, el vestido de seda se le metía entre las piernas. Las gotas le resbalaban muslo abajo como si un llanto desconsolado le hubiera inundado la vulva y apenas la dejara respirar. Murmuraba entrecortadamente. Cada sílaba pesaba demasiado como para salir completa. La fragilidad de los sonidos quebraban el mensaje y morían antes de ser entendidos. La seda mojada se le pegaba como una segunda piel. El vello oscuro de su vulva se transparentaba bajo la blancura de la tela delineando una sombra suave y abultada contra su piel que a su vez se fundía con la finura de los hilos. 

Saúl no demoró en agarrarla de la cintura y ayudarla a tumbarse en el suelo antes de desfallecer. Le apartó la falda subiéndosela hasta dejarle la cintura visible y el culo mojado sobre la tierra seca. Amanda se revuelca panza arriba sobre la tierra como un gato. Arquea el lomo y sacude su cuerpo como si supiera lo que hace, como si lo hubiera hecho tantas otras veces, como si de un instintivo ritual se tratara.  Parece que disfruta. Parece que le duela. En el retorcerse levanta una capa de polvo que le tiñe los muslos de un ocre tan cálido que parecen atrapar al mismo sol. Amanda parece estar nadando en la tierra. Tiene los ojos entrecerrados y la vista lejana; pone empeño en dejar su rastro marcado en el suelo o quizás se retuerce buscando el alivio que su coño aireado y expuesto obtiene después de tanto trote. Han cabalgado lejos de todo lo reconocible hasta que sus fluidos la hicieron resbalar. 

Saúl contempla la escena con una erección que le hizo estallar la bragueta. La apunta a ella como un lápiz se proyecta sobre un papel en blanco con la promesa de lo que va a ser. Un hilo de tensión en aumento le termina de estallar en la base del escroto haciéndole palpitar el ano. Le repta pene arriba un oleaje tembloroso de un líquido hirviente que le brota a chorro de la punta. Imparable, irrumpe con fuerza sobre el vientre de Amanda: le rebosa el ombligo, le blanquea la negrura del vello, le moja con gotas perladas la envoltura de polvo que secaba sus muslos. Un impulso irrefrenable que le exigió salir con la urgencia de algo que necesita existir, arrastrándole, así sin piedad sobre Amanda, como un torrente desbordado.

Se agachó y se la encajó en el culo. Amanda la recibió arqueando aún más su espalda felina sobre una nube de polvo que levantó el zarandeo de sus hombros contra el suelo. Él la apretaba queriendo amarla hasta las entrañas. La embestía retrocediendo brevemente para ganar fuerza antes de golpearle el culo nuevamente con mayor profundidad. De Amanda volvió a manar a borbotones y sin barreras un líquido con la transparencia de un cristal. Saúl la penetraba salpicado y salpicando a su vez con cada impacto percutor, que de tan fuerte, repetido, intenso y constante le mojaba la boca como las gotas de una lluvia que no para.  Con las manos le mantenía la falda subida. La seda embarrada mancillaba la pureza de su apariencia; con cada mancha se evaporaba la suavidad de su esencia, como si la propia textura se viera corrompida por las huellas genitales de estos dos imperfectos. 

Un hilo de voz agudo salió de la garganta de Amanda, como un gritito acallado que escondía una queja profunda. Agotada y sedienta, su propio sonido estridente se elevó en el aire. Primero, apenas audible, vibraba con la misma debilidad que sentía. Pero en cada exhalación la queja se transformaba: en un gemido, en un grito, en un gruñido hasta convertirse en un relincho poderoso que se quebró sobre su aliento. Relinchó Amanda desde sus entrañas golpeadas como una llamada profunda a más y más. El sudor le empapaba la frente, sus propios fluidos le inundaban las piernas y había convertido en barro la tierra seca donde se había postrado.  Del culo comenzó a brotarle la leche de la verga que mecía y acunaba dentro con la virulencia de un caudal desbocado que sin dejar de golpear sus límites, amenazaba con desbordarse sin parar una y otra vez. Un nuevo relincho les insufló nueva energía para soportar la fatiga. El eco de ese sonido primitivo les llevó a hundirse más en el barro, en la montura, en sus fluidos, en la queja profunda del cuerpo que estalla ante la imposibilidad de romper sus límites, trascenderlo y evaporarse en silencio hacia cualquier otro lugar.

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