Correos 2084 (II)
«Amanda, tras el cristal, observaba cómo cada par de manos deshacía a su manera los nudos del cinturón que cerraba cada una de las batas»
Los Núcleos de Afecto Simulado eran espacios discretos, con un aire clandestino que intentaba ocultar su condición institucional. Parecían más templos que clínicas y una atmósfera solemne, que invitaba al silencio desde la calma, combatía cualquier resistencia psicológica al proceso. Esto lo conseguían los tonos dorados que imitaban la luz del sol al amanecer; el aire fresco que pareciera correr por cada pasillo que distribuía las numerosas salas; el sonido de las olas del mar o el crujido suave del mecer de las hojas al viento. Cada uno de los sentidos tenía un estímulo diferente sobre el que alcanzar altas cotas de calma.
Los usuarios se cambiaban en espacios individuales en los que dejaban el atuendo de calle para envolverse en una bata blanca cremosa de seda de morera. La seda, fresca al primer contacto como la sombra bajo un árbol en verano, va acompañando la calidez del cuerpo acomodándose poco a poco a la temperatura del que la lleva. La piel va despertando con cada roce; una sutil conciencia de cada centímetro del cuerpo comienza a aparecer.
Amanda, tras el cristal, observaba cómo cada par de manos deshacía a su manera los nudos del cinturón que cerraba cada una de las batas. El cuerpo desnudo aparecía tras los pliegues de la bata y así, de uno en uno, se acostaban sobre la camilla acolchada de cada una de estas salas en penumbra en la que la luz tenue aportaba cierto carácter de misterio. Los rostros permanecían ocultos, velados por una interferencia técnica que distorsionaba su imagen. Aun con la expresión invisible, Amanda sabía leer a lo largo de todo su turno los cuerpos que iban llegando y sus necesidades de conexión. Como administradora de afecto, su misión era devolver a aquellos cuerpos el mayor de los sentidos arrebatado por el curso de la historia: el tacto de la piel con otra piel.
La ausencia de la presencia de unos con los otros había instaurado con el tiempo el deber de estimular las terminaciones nerviosas del cuerpo humano para activar las respuestas del afecto. En la cima de la autarquía emocional – en un mundo libre del peso de la incertidumbre, de la fragilidad de las expectativas y del esfuerzo que requiere comprender al otro para la convivencia – el deseo por el otro había dejado de aporrear los corazones que ahora latían en una paz profunda y apreciada como duradera. Libre de los lazos emocionales, el individuo puede centrarse en su propio crecimiento personal: perfecciona sus habilidades cognitivas, desarrolla su capacidad creativa, potencia su habilidad para la innovación tecnológica… La apuesta por abordar desafíos con una mente más clara, sin las distracciones propias de los asuntos del gustarse y el querer, había generado individuos independientes emocionales centrados en la creación de soluciones tecnológicas que se ocuparan tanto del bienestar individual como del colectivo.
En los carteles luminosos de las principales avenidas de la ciudad, en la entrada de edificios públicos o en cada uno de los centros de bienestar podía leerse la siguiente inscripción: «El equilibrio personal funda una sociedad en armonía», un mantra grabado en cada rincón para mantener la mirada hacia el interior y recordar con la fuerza de un martillo que de ello dependerá la paz colectiva, el desarrollo y la transformación.
Hasta tres veces le costó a Saúl ser leído por el lector de retina. Se atusó el pelo, por si tuviera algún sentido oculto el hacerlo. Llegó a pensarse en la suerte de haber podido desprenderse de su huella digital. Carcajeó para sí mismo iluminado por la esperanza, pero no fue tal el caso: una vez identificado, se abrió la puerta y entró.
(Continuará)