Estrés crónico: qué es, cuándo se produce y qué pasa cuando se prolonga en el tiempo
Más allá de patrones que afecten a la salud mental, cronificar este problema se cobra un precio carísimo a largo plazo

Un hombre estresado. | ©Freepik.
El estrés, en su justa medida, es un mecanismo natural que tiene una función adaptativa en el cuerpo humano. Cuando enfrentamos una situación que percibimos como desafiante o amenazante, nuestro organismo responde activando el sistema nervioso y liberando hormonas como el cortisol y la adrenalina, de las que te hemos hablado en THE OBJECTIVE. Estas sustancias preparan al cuerpo para actuar: aumentan la frecuencia cardíaca, mejoran la atención y potencian la energía disponible para resolver problemas. En contextos puntuales, esta respuesta es beneficiosa y forma parte de la supervivencia. Sin embargo, cuando este estado se prolonga en el tiempo y se convierte en estrés crónico se convierte en un problema.
En las sociedades occidentales, el estrés ha pasado de ser una respuesta excepcional a una experiencia cotidiana. Los ritmos de vida acelerados, la sobreexposición a estímulos y la presión constante por alcanzar estándares de éxito contribuyen a la cronificación del estrés. Esto da lugar a un fenómeno conocido como estrés crónico, un estado en el que el cuerpo nunca llega a desconectar de esa activación hormonal, con consecuencias negativas para la salud física y mental. Lo preocupante es que muchas personas han llegado a normalizar esta situación como parte inherente de su vida diaria, sin ser plenamente conscientes de los riesgos.
El estrés crónico no es, ni debe ser, una realidad aceptable. Aunque vivimos en un entorno que favorece su aparición, es crucial entender que no estamos diseñados para soportar un estado de alerta continuo. Identificar las señales, comprender su origen y actuar a tiempo es esencial para preservar el bienestar.
Qué es el estrés crónico y por qué se produce
El estrés es una reacción fisiológica del cuerpo ante una demanda, sea esta física, mental o emocional. En circunstancias normales, esta respuesta se activa puntualmente y se apaga una vez superada la situación que la generó. Sin embargo, cuando esta activación persiste durante un periodo prolongado y el cuerpo no encuentra un momento de recuperación, se habla de estrés crónico. Este tipo de estrés deja de ser adaptativo y se convierte en una carga que afecta de forma negativa al organismo.
El estrés crónico se produce cuando los factores estresantes son continuos o están mal gestionados, como explica la Asociación Americana de Psicología. Entre las causas más comunes se encuentran las demandas laborales excesivas, las dificultades económicas, los conflictos interpersonales y las preocupaciones relacionadas con la salud. En estos casos, el sistema nervioso simpático, encargado de la respuesta de lucha o huida, permanece activo durante demasiado tiempo, impidiendo que el cuerpo se recupere y mantenga su equilibrio natural.
El diagnóstico del estrés crónico debe ser realizado por un profesional de la salud, como un médico o un psicólogo clínico, mediante la evaluación de los síntomas físicos y emocionales del paciente. Entre las señales de alarma destacan la fatiga persistente, los problemas de sueño, la irritabilidad, la dificultad para concentrarse y las molestias físicas como dolores de cabeza o musculares. Reconocer estas señales y buscar ayuda es el primer paso para afrontar este problema y evitar que sus efectos se agraven.
Los riesgos del estrés crónico
El estrés crónico es una amenaza silenciosa para la salud, tanto física como mental. A diferencia del estrés puntual, que puede ser útil en pequeñas dosis, el estrés crónico tiene un impacto acumulativo que desgasta el organismo y compromete su funcionamiento. Uno de los principales problemas es que, al normalizarse, muchas personas no son conscientes de los riesgos que supone vivir en un estado de alerta constante.
A nivel físico, el estrés crónico puede debilitar el sistema inmunológico, haciéndonos más vulnerables a infecciones y enfermedades. También se asocia con problemas cardiovasculares como hipertensión, arritmias e, incluso, un mayor riesgo de infartos. De esa realidad hay numerosa literatura médica que lo avala. Otros efectos incluyen alteraciones en el sistema digestivo, como gastritis o síndrome de intestino irritable, y trastornos metabólicos como la obesidad o la diabetes tipo 2, agravados por los niveles elevados de cortisol. En este sentido, puede actuar como desencadenante a través de otras patologías.
En el ámbito de la salud mental, su influencia es altísima. El estrés crónico está vinculado a trastornos como la ansiedad, la depresión y el agotamiento emocional. También puede afectar a la memoria y a la capacidad de aprendizaje, debido al daño que este estado provoca en estructuras cerebrales como el hipocampo. Además, la sensación constante de estrés puede reducir la calidad de vida, afectando a las relaciones personales y al bienestar general.