Fuera de lugar: nosotros
«Amanda apretó los labios, clavó la mirada en la escena frente a ellos y respiró hondo. No debía reaccionar ni moverse»

Una pareja abrazándose. | Freepik
Saúl deslizó los dedos con calma, abriéndose hueco por uno de los lados de las bragas de Amanda. A ella le gustaba la destreza de los dedos de Saúl que se convertían en grandes exploradores si de sortear obstáculos se trataba. Era uno de esos que te abren el sujetador con una mano en un pis pas y también, como hacía ahora, de esos que sin saber cómo encontraban el hueco entre el elástico y la piel por donde colarse. Saúl sintió el calor que se acumulaba entre la tela húmeda y la piel de Amanda. Sin escape, como el vapor atrapado en una sauna cerrada, el calor se intensifica con cada roce empapando todo de a pocos y a más. Encajó la palma entera de la mano entre sus piernas. La apretó hacia ella y giró la muñeca en un vaivén sutil. La subía ejerciendo la máxima presión posible y soltaba la fuerza para volverla a enganchar como buscando el asidero de una jarra.
Amanda apretó los labios, clavó la mirada en la escena frente a ellos y respiró hondo. No debía reaccionar ni moverse. Nadie podía notar nada a pesar que el cosquilleo que ascendía por sus extremidades era difícil de ignorar. Hasta ahora, todo había permanecido imperceptible para cualquiera que no estuviera tan pegado a ella como estaba Saúl.
Por un momento se sintió ridícula y le invadió la vergüenza, pero la excitación disuelve pudores y va empujando como el viento que abre y despeina unas cortinas. Amanda se sintió ondular, primero con timidez, luego el vendaval apretó y se fue abriendo paso. Nueva, torpe y emocionada, aprendía a callar como si estrenara una nueva forma de jugar con él. El gusto tomó el cariz de la ocultación y le costó distinguir cuánto de todo lo que le ponía era del placer del contacto y cuánto de las reglas del sigilo. Cerraba la boca contenida en esa que había venido siendo todos estos años. « Shhh, shhh » – susurraba Saúl en su oído derecho mientras su mano izquierda trepó por su camisa hasta apretarle un pezón.
A Saúl, conociendo lo expresiva que solía ser Amanda, le encendió aún más verla contenerse. No podía verla bien pero la imaginaba con los labios entreabiertos y el ceño levemente fruncido, como cuando intentaba concentrarse en un libro con demasiado ruido en casa. Sintió su respiración entrecortarse levemente y se pegó un poco más. Fingió con esto acomodarse mejor para observar la escena frente a ellos y de camino colarle un par de dedos para adentro.
Las yemas de dos dedos resbalaron en el coño de Amanda. «Para – adentro» – le dijo con una pausa y sin mover los labios del mismo oído. Se le tensó el vientre al sentirlos entrar vigorosos y con ganas de fiesta. Tuvo que disimular cambiando ligeramente el peso de una pierna a otra para liberar un poco el pulso que la atravesaba entera. No podía gemir, no podía delatarse. Sostuvo el aire unos segundos y lo dejó salir en un suspiro tan discreto como un truco de magia. La erección de Saúl se le clavó en la espalda. Le pareció diferente, como nueva. Cerró los ojos un segundo y aparecieron instantes de los primeros años, cuando en cada polvo parecían estrenar nuevas caricias. Se sintió cómplice y traviesa; distinta, con ganas de jugar, jugadora. Por eso llevó una de sus manos hacia atrás para apretarle fuerte la polla por encima del pantalón a lo que Saúl contestó batiendo los dedos dentro del coño de Amanda como en un arpegio de guitarra. Se acercó de nuevo a su oído y esta vez le lamió la oreja. Parecía que se inclinaba para decirle algo pero su lengua acompañó el ritmo de los dedos a lo que Amanda acompasó el ritmo de su mano.
Uno de los observadores se removió a su lado. Ellos se quedaron inmóviles, con las manos donde no debían estar y la respiración agitada y contenida. Pero el extraño solo cambió de postura y volvió a fijar los ojos en la escena del otro lado de la rejilla.
Amanda exhaló muy lento y sintió un alivio profundo, como si hubiera visto las luces de un coche de policía en el retrovisor, se viera detenida sin razón y estos pasaran de largo sin hacerles el menor caso. No los habían descubierto y en realidad, en ese momento, empezaba a importarles poco si lo hacían. Se miraron, y en sus ojos brillaba una mezcla de risa contenida, asombro y el deseo de seguir jugando, al menos, otra década más.