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María Ros, psicóloga: «Nueve cargas que no te hacen feliz ni te corresponden»

Son muchos los que viven arrastrando pesos que no son suyos, pero el hábito los ha vuelto parte de su equipaje

María Ros, psicóloga: «Nueve cargas que no te hacen feliz ni te corresponden»

Aceptar no siempre es fácil | Canva pro

Aceptar no siempre es fácil. Duele. Cuesta. Nos enfrenta a verdades que a menudo preferimos evitar. Pero, como plantea la psicóloga sanitaria María Ros en su libro Abraza tus partes rotas, es también un paso imprescindible para soltar y, en última instancia, para ser verdaderamente libres. En uno de los capítulos centrales del libro, que leí hace un tiempo y que está dedicado precisamente al acto de aceptar y soltar, Ros invita al lector a reflexionar sobre el peso emocional que arrastramos sin darnos cuenta. Y lo hace con la sensibilidad de quien lleva años acompañando a personas que lidian con la ansiedad, el trauma, la baja autoestima y la dificultad para gestionar sus emociones.

«Quizá asociamos la libertad al vuelo de un pájaro porque, precisamente, se siente igual», le dijo una vez un paciente. «Para volar, las alas no pueden sostener un gran peso». Esa imagen sirve como metáfora perfecta del mensaje que atraviesa todo el texto: si queremos avanzar, si aspiramos a una vida plena, debemos despojarnos de lo que no nos pertenece.

¿Qué podemos soltar para sentirnos más ligeros?

Soltar no es rendirse, es liberarse. Es dejar ir lo que no nos pertenece, lo que ya no tiene sentido, lo que nos aleja de nuestra esencia. Solo así podremos reconectar con quienes somos de verdad y empezar a vivir desde un lugar más auténtico y liviano.

Mujer feliz | Canva
Aceptar no significa resignarse. Significa reconocer la realidad tal como es, sin idealizarla ni negarla.
  1. El bienestar de los demás como responsabilidad propia: cuidar y preocuparse por los otros es natural, pero intentar controlar su felicidad, algo que no está en tus manos, solo genera frustración. La felicidad es una elección personal, no una tarea que puedas hacer por otros.
  2. Las expectativas ajenas que nunca pediste: no eres responsable de las ideas o proyecciones que otros hacen sobre ti. Vivir intentando cumplirlas es injusto y agotador. La expectativa es del otro, no tuya.
  3. El impulso de solucionar la vida de los demás: acompañar está bien, pero cargar con decisiones ajenas implica desatender las propias. Cada persona debe asumir su responsabilidad vital.
  4. La necesidad de cambiar tu forma de ser para ser aceptado: quien te quiere bien no te pide que dejes de ser tú. Modificar tu esencia para encajar en una relación es una señal de alerta, no de amor.
  5. Renunciar sistemáticamente a tus necesidades por complacer: ceder está bien cuando es mutuo, pero si siempre eres tú quien se adapta, estás anulándote. Tus gustos, deseos y opiniones también cuentan.
  6. Desprotegerte emocionalmente para proteger a otros: cuidar es humano, pero hacerlo a costa de ti mismo te deja vulnerable. Debe existir un equilibrio: cuidar y dejarte cuidar, sostener y ser sostenido.
  7. Sentirte culpable por priorizarte: pedir lo que necesitas, poner límites, tomar decisiones que te favorecen o cuidarte no es egoísmo. Es salud mental, autocuidado y amor propio.
  8. Buscar la perfección como forma de validarte: el perfeccionismo suele esconder una autoestima dañada. No necesitas ser perfecto para ser suficiente. Ser humano, con luces y sombras, ya es válido.
  9. Vivir hiperproductivamente para sentirte valioso: la sociedad aplaude el hacer constante, pero confundir productividad con valor personal solo conduce al agotamiento. Parar también es necesario.

Aprender a soltar

Todos estos pesos emocionales tienen algo en común: nos alejan de nosotros mismos. Nos obligan a priorizar lo externo, a mirar hacia fuera en lugar de hacia dentro. Como concluye Ros, «acabamos prestando atención y dando protagonismo a aquello que no podemos manejar». Y eso nos deja exhaustos, frustrados y perdidos. Aceptar no significa resignarse. Significa reconocer la realidad tal como es, sin idealizarla ni negarla. Solo desde ahí, desde esa mirada clara y valiente, podemos empezar a soltar lo que nos oprime. Soltar el deber de sostener al mundo. Soltar la necesidad de gustar. Soltar la exigencia de ser perfectos.

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