Incendios forestales: un peligro doble para tu salud y para el medio ambiente
Las consecuencias a medio y largo plazo se mantienen mucho más allá de que el fuego se hubiera extinguido

Un grupo de personas ante un incendio forestal. | ©Caleb Cook - Unsplash.
Los incendios forestales no son solo una lacra económica, social, cultural o patrimonial; también son una lacra para la salud pública. Con la llegada del verano, son muchos los puntos de la geografía española que arden de manera recurrente, generalmente por obra y desgracia de pirómanos e incendiarios. Una realidad que llena de cenizas y pavesas las poblaciones adyacentes donde, durante días, tienen que convivir con los restos del humo que ennegrecen sus cielos.
Sin embargo, cuando los incendios forestales se convierten en una tónica habitual y, además, son realmente gigantescos y desproporcionados, sus efectos sobre la salud son igualmente graves. Tanto como para que diversos estudios de universidades estadounidenses hayan comprobado que pueden tener efectos permanentes sobre la salud respiratoria y cardiovascular hasta mucho después de haberse extinguido.
Lo saben bien en Estados Unidos, con megaincendios como el que asoló California a principios de 2025. O en Canadá, donde solo en 2023 ardió un 4% de su masa forestal total. Podría parecer una cuestión menor, si nos atenemos a los porcentajes, pero supuso nada más y nada menos que 15 millones de hectáreas. Un dato que, trasladado, supone 150.000 kilómetros cuadrados. Es decir, algo parecido a la suma de las comunidades autónomas de Aragón, Castilla y León y Navarra.
Cómo afectan los incendios forestales a tu salud
Durante un incendio forestal, el primer daño evidente recae sobre los pulmones. El aire se vuelve irrespirable para muchas personas, especialmente para quienes ya padecen patologías respiratorias. Pacientes con asma o enfermedades como la EPOC sufren agudizaciones que pueden requerir atención médica urgente o incluso hospitalización. También se incrementan los ingresos por infartos, insuficiencias cardíacas y otras afecciones cardiovasculares. La exposición al humo es, en términos sanitarios, mucho más que una molestia pasajera.
La razón principal de estos efectos está en las partículas finas que se generan al quemarse grandes extensiones de terreno. Las más peligrosas son las PM2.5, con un diámetro inferior a 2,5 micras, capaces de penetrar profundamente en los pulmones y alcanzar el torrente sanguíneo. Estas partículas irritan el sistema respiratorio, provocan inflamación y agravan dolencias preexistentes. Aunque el cuerpo humano tiene mecanismos de defensa, su capacidad de filtrado es limitada frente a una exposición prolongada o intensa. Por eso, dolores de cabeza, toses, irritación de garganta, nariz u ojos están a la orden del día. Sin embargo, hay patologías más severas ante la exposición al humo como la falta de aire, el dolor en el pecho, arritmias, mareos, sibilancias o ataques de asma.
Además del material vegetal, en un incendio pueden arder materiales sintéticos presentes en viviendas, infraestructuras o mobiliario urbano. Esto añade al aire compuestos tóxicos como dioxinas, furanos o metales pesados, altamente perjudiciales para la salud. La mezcla de estos contaminantes convierte el humo en una nube química inestable y dañina. Respirar ese aire no solo produce síntomas inmediatos como tos o dificultad para respirar, sino que puede tener consecuencias a largo plazo, incluso años después.
Un más allá: no solo en el momento del incendio

La falsa sensación de seguridad tras la extinción de un incendio puede llevarnos a bajar la guardia, pero sus efectos sobre la salud no terminan con las llamas. Investigaciones bastante recientes, como las llevadas a cabo en Canadá tras estos sucesos, han demostrado que los incendios forestales tienen consecuencias sanitarias que se prolongan semanas o incluso meses. Tras un verano especialmente caluroso y con numerosos focos activos, se registró un aumento inusual de casos de gripe, resfriados y otras infecciones respiratorias. Especialmente en un momento del año, como hemos contado en ocasiones en THE OBJECTIVE, muy complicado para la salud pulmonar.
Esta prolongación del impacto se debe a que las partículas contaminantes permanecen suspendidas en el aire durante mucho tiempo. Pueden viajar cientos de kilómetros, afectando a poblaciones alejadas del foco original. Además, debilitan las defensas del sistema respiratorio, lo que facilita la entrada de virus y bacterias. La calidad del aire sigue siendo mala incluso cuando ya no hay humo visible, lo que obliga a mantener medidas preventivas más allá de la emergencia inmediata. Como es evidente, cuanto más frecuente e intensa sea la exposición, pero será. Razón por la que las patologías cardiopulmonares en bomberos pueden ir en aumento, así como el empeoramiento de su capacidad respiratoria.
Protegerse de estos efectos a medio plazo requiere una combinación de estrategias. En exteriores, lo más recomendable es evitar actividades físicas durante los días con mala calidad del aire y utilizar mascarillas con filtros específicos, como las FFP2. En interiores, contar con purificadores de aire y mantener cerradas ventanas y puertas durante los episodios críticos ayuda a preservar espacios más seguros. La ventilación adecuada y el uso de filtros HEPA en sistemas de climatización son aliados clave para respirar un aire menos contaminado.