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No es lugar para niños: por qué un concierto o un festival no está indicado para ir con menores

Los oídos de nuestros hijos no están preparados para soportar determinados volúmenes por mucho que nos empeñemos

No es lugar para niños: por qué un concierto o un festival no está indicado para ir con menores

Menores en un festival de música. | ©Freepik

A menudo, en un intento bienintencionado de integrar a nuestros hijos en nuestras rutinas de ocio, acabamos llevándolos a lugares que no están pensados para ellos. Pensamos que, cuanto antes se expongan a nuestras costumbres, más fácil será su adaptación al mundo adulto. Bajo esta lógica, es habitual ver a familias enteras en conciertos, verbenas, terrazas o festivales, como si el ruido o el ambiente fueran inofensivos. Pero esta práctica puede tener consecuencias más serias de lo que imaginamos. Especialmente cuando se trata del impacto acústico, el cuerpo de un niño no responde igual que el de un adulto. Y en muchos casos, la exposición al ruido puede derivar en alteraciones reales y, con ello, mermar la salud auditiva infantil.

Uno de los errores más frecuentes es normalizar el volumen como parte inevitable del ocio. Sin embargo, lo que para un adulto puede resultar molesto o incluso tolerable, para un menor puede ser perjudicial. La infancia no es solo una etapa de maduración psicológica, también lo es a nivel físico, y el sistema auditivo no está plenamente desarrollado ni preparado para soportar ciertos niveles de sonido. De hecho, un concierto puede representar un entorno mucho más agresivo de lo que la mayoría de padres imagina. La sobreexposición a ruidos intensos no es un simple zumbido temporal en los oídos, sino una agresión a la salud auditiva infantil.

Además del daño auditivo, existe otro factor menos visible pero también preocupante: la disrupción en el bienestar emocional y fisiológico de los niños. Los ruidos constantes o repentinos pueden generar en ellos ansiedad, confusión o miedo. Esas respuestas, que muchas veces los adultos pasamos por alto, son reacciones naturales del cuerpo ante un entorno hostil. No se trata de sobreproteger, sino de entender que los umbrales de tolerancia son distintos según la edad. Y que, por tanto, llevar a un niño a un concierto o a un festival no es un gesto de inclusión, sino como una decisión que requiere una reflexión más profunda.

Entendiendo los decibelios

El sonido se mide en decibelios (dB), una unidad que puede parecer sencilla pero que encierra cierta complejidad. No se trata de una escala aritmética, como la de los kilos o los litros, sino de una escala logarítmica. Esto significa que cada incremento de 10 decibelios representa una multiplicación del nivel de presión sonora. Por ejemplo, un sonido de 80 dB no es el doble de fuerte que uno de 40 dB, sino mucho más intenso. Esta característica hace que pequeños aumentos numéricos puedan traducirse en cambios muy drásticos en la percepción del sonido. Razón de más por la que comprender esta escala si pensamos en la salud auditiva infantil.

Para entender cómo afectan estos niveles a nuestra salud auditiva, es útil tener algunas referencias. Una conversación tranquila ronda los 50-60 dB. El tráfico denso puede llegar a los 85 dB, mientras que un concierto de música fácilmente supera los 100 dB, y en algunos casos alcanza los 120 dB. Según la Organización Mundial de la Salud, el límite seguro para adultos es de 85 dB durante un máximo de ocho horas. Por cada 3 dB adicionales, el tiempo de exposición segura se reduce a la mitad. Así, a 100 dB, los oídos sólo pueden estar expuestos unos 15 minutos sin riesgo.

Menores y su umbral de decibelios recomendado

Cuando se trata de niños, estos márgenes deben ser mucho más estrictos. Su oído es más sensible porque aún está en desarrollo, lo que lo hace más vulnerable a las lesiones acústicas. Las recomendaciones pediátricas sitúan el umbral seguro por debajo de los 80 dB, y con exposiciones muy controladas en duración. En un concierto, donde los niveles pueden doblar ese límite, un niño puede sufrir daños en cuestión de minutos. Insistimos en que es un riesgo para la salud auditiva infantil y que no es una cuestión de aclimatar o acostumbrar al volumen, sino de un riesgo real. Algo de lo que hemos hablado ya en THE OBJECTIVE para el caso de los adultos.

Además, los efectos no siempre son inmediatos: algunos problemas auditivos aparecen con el tiempo, cuando ya es tarde para revertirlos. Comprender la escala de decibelios no es un tecnicismo, sino una herramienta para tomar decisiones más seguras. De hecho, la Asociación Española de Pediatría advierte que podrían valer apenas unos segundos para provocar un daño irreversible.

Los conciertos no son lugar para menores

No se trata de cuestionar la diversión o el ocio compartido entre padres e hijos, sino de entender los riesgos que ciertos entornos implican. Un concierto no es una actividad adaptada para menores, no por el estilo musical o el ambiente, sino por el nivel de volumen que se maneja. A menudo, se piensa que con unos cascos protectores basta, pero eso no garantiza una protección total. Además del daño auditivo, los niños pueden experimentar otras consecuencias fisiológicas ante estos estímulos excesivos. La ansiedad, la irritabilidad o los trastornos del sueño son frecuentes tras una exposición intensa al ruido.

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Incluso con auriculares, hay determinadas exposiciones de sonido a las que no debemos someter a los menores. ©Shutterstock.

Un más allá del simple ruido: alteraciones neurológicas y trastornos del sueño

El ruido no afecta únicamente al oído; también incide en el sistema nervioso. En un menor, que aún está aprendiendo a regular sus emociones, un entorno saturado de estímulos puede ser abrumador. La dificultad para comprender lo que ocurre, el exceso de luces y la masa de gente generan una sensación de amenaza que no siempre saben expresar. Todo ello contribuye a una experiencia que, lejos de ser divertida o enriquecedora, puede convertirse en traumática. Muchos padres, sin darse cuenta, interpretan el malestar como simple cansancio o aburrimiento, sin ver el trasfondo real del problema.

Otro aspecto importante es la alteración del descanso. Algo de lo que también alerta la Asociación Americana de Pediatría. Un menor expuesto a volúmenes altos durante la tarde o la noche puede tener dificultades para conciliar el sueño, o despertarse con más facilidad. El sistema auditivo sigue en alerta incluso mientras dormimos, y si ha estado sobreestimulado, tarda en recuperar su equilibrio. Además, los efectos no son sólo inmediatos: la exposición repetida puede condicionar la salud auditiva a largo plazo. Por eso, cuando decimos que un concierto no es lugar para un niño, no hablamos desde el elitismo ni desde el miedo, sino desde el cuidado. El sentido común debe prevalecer frente al deseo de integrarles en planes que, sencillamente, no están hechos para ellos.

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