Una investigación japonesa está detrás del gran sueño odontológico: producir nuevos dientes
Condenados a tener solo dos denticiones, un grupo de científicos parecen haber dado con la clave para revertirlo

Un hombre en el dentista. | ©Freepik.
El cuerpo humano es, con sus imperfecciones, una máquina sorprendentemente eficaz a la hora de repararse a sí misma. A lo largo de nuestra vida, producimos nuevas células de piel, regeneramos músculo, hueso, neuronas e incluso tejido hepático. El equilibrio de destrucción y regeneración sostiene nuestro bienestar durante décadas, aunque con el paso del tiempo esa capacidad se ralentiza. Envejecemos no porque el cuerpo se deteriore sin más, sino porque ya no es capaz de renovarse a la misma velocidad con la que pierde estructuras. Sin embargo, hay una excepción que rompe esta lógica regenerativa tan bien afinada.
Nuestros dientes, aunque resistentes y esenciales, tienen un número limitado de oportunidades para aparecer. Pasada la adolescencia, el ser humano no vuelve a desarrollar nuevos dientes, salvo en casos muy excepcionales y casi siempre patológicos. A diferencia de la piel o los huesos, no hay una renovación programada o incluso posible: lo que se pierde, se pierde para siempre. Y, sin embargo, puede que estemos a las puertas de cambiar esa condición aparentemente definitiva.
Un grupo de científicos japoneses lleva años explorando una posibilidad que hasta hace poco parecía propia de la ciencia ficción: volver a generar dientes naturales en la edad adulta. Su trabajo, basado en experimentación con roedores y en la manipulación de anticuerpos concretos, abre la puerta a una hipotética tercera dentición. Aún queda mucho por verificar, pero los primeros resultados invitan a pensar que, quizás, no todo esté perdido cuando la sonrisa empieza a desgastarse.
El caso humano, un paradigma no tan raro como pensamos
Aunque los humanos solemos considerarnos únicos, nuestra limitación dental no es ninguna rareza en el mundo animal. La mayoría de los mamíferos, como nosotros, tienen solo dos generaciones de dientes a lo largo de su vida: una primera serie temporal (los dientes de leche) y una segunda, permanente. Esta característica nos clasifica como difiodontos, y aunque es lo más común entre los mamíferos, hay algunas excepciones que desafían esta regla.
Los roedores, por ejemplo, no dejan nunca de producir dientes. Conejos, ratas, ratones o capibaras tienen incisivos en constante crecimiento. Esta peculiaridad les obliga a roer de forma continua, no solo por instinto, sino para evitar que su dentadura crezca de manera descontrolada. Su sistema bucal está diseñado para desgastarse tanto como para renovarse, un equilibrio que mantiene sus dientes funcionales toda su vida.
También los elefantes ofrecen un caso interesante: a lo largo de su vida desarrollan varios juegos de molares, que van desplazando a los anteriores conforme su mandíbula crece. En cambio, fuera del grupo de los mamíferos encontramos ejemplos aún más radicales, como el de los tiburones, capaces de generar miles de dientes a lo largo de su existencia, o los cocodrilos, que renuevan sus piezas dentales periódicamente. La diferencia clave está en la genética y en el tipo de estructuras celulares que cada especie ha desarrollado evolutivamente para formar sus dientes.
¿Tendremos nuevos dientes en un futuro?

El motivo por el cual los humanos no somos capaces de generar nuevos dientes en la edad adulta se debe, en gran medida, a la complejidad de estas estructuras. Un diente no es solo una pieza de calcio y fosfato: contiene vasos sanguíneos, nervios, una raíz anclada al hueso maxilar y una capa externa, el esmalte, que es el tejido más duro del cuerpo humano. Esta composición hace que su regeneración espontánea sea prácticamente imposible.
A diferencia de otros tejidos como la piel o el hígado, los dientes no contienen células madre activas una vez que han completado su desarrollo. Además, el esmalte, al carecer de células vivas en su superficie, no puede repararse ni renovarse por sí mismo. De ahí que los daños, como caries o fracturas, requieran siempre intervención externa. Y a medida que envejecemos, perdemos dientes sin que el cuerpo tenga siquiera la capacidad de intentarlo de nuevo. Por eso, como hemos insistido muchas veces en THE OBJECTIVE, conviene cuidar a fondo nuestra dentadura, protegiéndola de caries y cualquier tipo de problema.
En otras zonas del cuerpo, como en los huesos o los músculos, la presencia de células madre permite una constante renovación. Sin embargo, los dientes están diseñados para ser duraderos, no regenerativos. Esto refleja una elección evolutiva: mejor un sistema sólido que uno reemplazable. Pero esta lógica, útil en contextos sin dentistas, se convierte en un problema cuando el deterioro supera las posibilidades de intervención.
La hipótesis japonesa: ¿ante un futuro donde repongamos nuestros dientes?
Un equipo de investigadores japoneses de la Universidad de Kioto lleva más de una década trabajando en una idea revolucionaria: activar en el cuerpo humano la capacidad de desarrollar una tercera dentición. La clave de su investigación radica en un anticuerpo específico, identificado inicialmente en ratones, que al ser bloqueado desencadena la formación de nuevos dientes en los animales. Esta sustancia, conocida como USAG-1, actúa como un inhibidor natural de la generación dental. Si se logra anular su efecto, el cuerpo podría reiniciar el proceso de formación de una nueva pieza dental.
Los primeros ensayos se realizaron en 2018 con modelos animales. En ratones con agenesia dental —es decir, con dientes que nunca se desarrollan—, el uso de este anticuerpo permitió el crecimiento espontáneo de nuevos dientes completamente funcionales. Posteriormente, se replicó la prueba en hurones, que tienen una dentición más parecida a la humana. Los resultados también fueron positivos, pero aún estamos lejos de saber si este procedimiento sería viable en personas adultas sin riesgos o efectos secundarios indeseados.
Según el equipo de la Universidad de Kioto, el objetivo es comenzar los ensayos clínicos con humanos en torno a 2030. Sin embargo, la cautela sigue siendo fundamental. Aunque el hallazgo es prometedor, queda por resolver qué tipo de dientes podrían crecer, en qué condiciones fisiológicas y en qué perfil de pacientes.
De momento, hablamos de un medicamento en una fase más que embrionaria, con resultados esperanzadores en animales, pero sin pruebas concluyentes en humanos. Aun así, la sola posibilidad de que, algún día, podamos generar nuestros propios dientes abre un nuevo capítulo en la medicina regenerativa. Y quizás, en el futuro, las prótesis dentales pasen a formar parte del pasado.