No solo te afecta a ti: cómo debes proteger a tus mascotas de la contaminación
El mismo aire que tú vas respirando también puede pasar una factura invisible a tus animales de compañía

Una mujer paseando a un perro. | ©Freepik.
Un perro jadea más de lo habitual tras un paseo corto. En un balcón de ciudad, un gato duerme aletargado mientras el aire, espeso, arrastra el ruido de fondo del tráfico. Desde la ventana, el horizonte aparece difuminado por una bruma que no es niebla, y en el suelo, la suciedad parece haberse asentado como una capa invisible. No hace falta mirar el parte meteorológico para saber que hoy respirar cuesta más.
Los expertos llevan años alertando de los efectos de la contaminación sobre la salud humana. En ciudades densamente pobladas, la calidad del aire cae en picado en cuanto bajan las temperaturas o se disparan los niveles de tráfico. Pero mientras nos protegemos cerrando ventanas o evitando las horas punta, hay otros habitantes del hogar que no tienen ese margen de elección. Viven a ras de suelo, inhalan sin filtro, no se quejan.
Aunque el foco suele ponerse sobre los humanos, lo cierto es que no somos los únicos afectados por el deterioro ambiental. En las consultas veterinarias, algunos síntomas empiezan a repetirse: irritación ocular, problemas respiratorios, apatía general. No es casualidad. Vivir rodeados de ruido, humo y partículas también tiene consecuencias para quienes comparten casa y calle con nosotros. Son nuestras mascotas, y también necesitan protección.
Cómo afecta la contaminación a las mascotas y los animales
Las mascotas respiran el mismo aire que nosotros, pero muchas veces lo hacen en condiciones aún más desfavorables. Los perros, por ejemplo, van más cerca del suelo, donde se concentra buena parte de las partículas en suspensión. También suelen pasar más tiempo al aire libre, especialmente en zonas urbanas con altos niveles de tráfico.
Estas partículas, conocidas como PM2.5, pueden penetrar profundamente en sus pulmones y causar daños a largo plazo. Además del sistema respiratorio, la contaminación también puede afectar al corazón y al sistema inmunitario de los animales. Los gatos, aunque en general salen menos, no están libres de esta exposición si nos hacen compañía en viviendas situadas en zonas muy contaminadas.
El riesgo se agrava en determinados momentos del año, cuando el aire se vuelve especialmente denso. En invierno, el uso intensivo de calderas de gasóleo o carbón, sumado al aumento del tráfico rodado, genera picos de polución en muchas ciudades. En estos episodios, las concentraciones de dióxido de nitrógeno y monóxido de carbono pueden superar los límites recomendados. Algo de lo que ha hablado la London School of Economics sobre el impacto de la polución en mascotas.

Esto no solo implica un riesgo para personas con enfermedades previas, sino también para animales con predisposición a problemas respiratorios. Algunos veterinarios comienzan a advertir de un aumento en las visitas por tos, dificultades respiratorias o fatiga en días de alta contaminación. Los síntomas suelen pasar desapercibidos, pero pueden tener consecuencias a medio y largo plazo. De hecho, a menudo se cita cómo las mascotas y otros animales pueden ser un buen medidor de esa contaminación.
El factor ambiental, también un riesgo para animales salvajes
Tampoco hay que perder de vista los incendios forestales, que en los últimos veranos han aumentado tanto en frecuencia como en intensidad. El humo generado por estos incendios no entiende de fronteras: puede desplazarse decenas y cientos de kilómetros y afectar zonas urbanas alejadas del foco, de lo que ya hablamos en THE OBJECTIVE.
Cuando esto ocurre, se emiten alertas por mala calidad del aire que también deberían tenerse en cuenta para el bienestar animal. Los animales no llevan mascarilla, no saben cuándo contener la respiración y no pueden expresar que el humo les irrita la garganta. Las partículas tóxicas se acumulan en sus pulmones y en su piel, aumentando el riesgo de enfermedades. Y lo más preocupante es que, en muchas ocasiones, ni siquiera se detecta hasta que ya es tarde.
Qué puedes hacer para proteger a las mascotas de la contaminación
Proteger a perros y gatos de la contaminación empieza por observar el entorno con otros ojos. Igual que se revisa la previsión del tiempo, conviene prestar atención a los avisos sobre la calidad del aire. En los días en que esta sea mala, lo más recomendable es limitar los paseos a las horas de menor tráfico y evitar zonas muy transitadas.
También es buena idea acortar la duración del paseo si el animal muestra signos de cansancio, jadeo excesivo o falta de energía. Algunas aplicaciones móviles permiten consultar en tiempo real los niveles de contaminación por barrio. Esa información puede ser tan útil para decidir si sacar al perro como para saber si conviene cerrar las ventanas. Algo de lo que alerta la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.
Dentro de casa también se pueden tomar medidas para reducir la exposición de las mascotas a la polución. Utilizar filtros de aire, evitar los ambientadores químicos y ventilar en los momentos de menor tráfico ayuda a mejorar el ambiente. Las partículas contaminantes también pueden entrar en casa adheridas a la ropa o al calzado, así que es recomendable limpiar con frecuencia suelos y alfombras.

Además, muchas de estas sustancias quedan atrapadas en el pelaje de los animales tras cada salida. Por eso, conviene lavar las patas de los perros al volver del paseo, y cepillarlos con más frecuencia. Si el aire ha estado especialmente cargado, un baño ocasional también puede ayudar a eliminar restos de contaminación. No en vano, hay literatura científica que advierte de la persistencia de agentes contaminantes en el pelaje de las mascotas.
Edad y raza: dos factores de riesgo
Hay que tener especial cuidado con los animales más vulnerables. Algunas razas, como los perros braquicéfalos –carlinos, bulldogs ingleses o franceses, bóxers– tienen el canal respiratorio más corto y estrecho, lo que dificulta una correcta oxigenación. Esto les hace más sensibles al calor, al esfuerzo y también al aire contaminado. Esa realidad, incluso, se puede convertir en un problema crónico que suponga patologías neurocerebrales en los animales.
Lo mismo ocurre con animales mayores, con problemas respiratorios crónicos o con sistemas inmunitarios debilitados. En estos casos, limitar la exposición no es solo una recomendación: puede ser una cuestión de salud. Si los síntomas persisten, un veterinario puede ayudar a descartar complicaciones y pautar medidas específicas para cada caso.