No es solo tu estómago, es tu edad: por qué tus dolores de tripa son peores con los años
Quizá con veinte años te comías el mundo, pero con más de cincuenta conviene ver cómo, para que no te repita

Un hombre con dolor de estómago sentado en el suelo. | ©Freepik.
Cuando tenías veintitantos o treinta años, podías lanzarte a dormir apenas unas horas, trasnochar, hacer deporte a tope, comer lo que quisieras… y al día siguiente levantarte como si nada. Hoy, imagina que tienes 50 o 60 años. Esa cena copiosa de madrugada, ese atracón de fin de semana, esa siesta tardía… ya no son asuntos menores.
De pronto tu cuerpo parece quejarse: lo que antes era una digestión sin problemas, ahora se convierte en un pequeño suplicio. Y sí: no es solo tu estómago, es tu edad la que empieza a pasar factura a tu salud digestiva. Nunca se trata únicamente de lo que comes. Cuándo lo haces, cuánto comes, cómo lo comes, incluso tu nivel de descanso, empiezan a tener peso.
Tus digestiones tardan más, te sientes hinchado o incómodo con más facilidad, y ese cuerpo que antes digería casi todo con facilidad ya no da la misma respuesta. De pronto uno se da cuenta de que sí, la edad importa también para tu tripa. Ese cuerpo que antes parecía indestructible ahora empieza a dar pequeñas señales: un empacho que se prolonga, una acidez inesperada, un movimiento intestinal lento… y tú te preguntas por qué.
Porque lo que antes era jugando ahora es sobrevivir al día siguiente. La digestión se vuelve más ambiciosa y exigente, y eso cuando el estómago no decide ponerse exigente y, directamente, sabotear lo que has comido y que acabe pasándote una factura en la que te acuerdas de tu yo del pasado.
Así empeoran tus digestiones con la edad
«Ya nada volverá a ser como antes» es una banda sonora que es fácil comprender con el envejecimiento. Y no le pasa solo a tu movilidad, a tu comprensión, a tu agilidad o a tu descanso, también, insistimos, le va a pasar a tus digestiones y conviene asumir que no somos unos chavales.
Con el paso de los años, tu sistema digestivo ya no funciona como antes. Los músculos y nervios del aparato digestivo empiezan a perder coordinación, lo que afecta a la manera en que los órganos trabajan, tanto por separado como en conjunto. Eso se traduce en digestiones más lentas, menos eficientes, y con más molestias. Algo que, por ejemplo, explican en MSD Manuals al hablar de envejecimiento y digestiones.
Por ejemplo, el movimiento del esófago y los músculos encargados de tragar ya no es tan preciso. Esto favorece el reflujo, es decir, que el ácido o los alimentos vuelvan a subir al esófago, generando ardor o malestar. Al mismo tiempo, el estómago también se vuelve más lento, haciendo que la comida se quede más tiempo allí y provocando sensación de pesadez o indigestión. También puede favorecer la aparición de esofagitis, otra patología que puede ser recurrente con las malas digestiones.
Del estómago a prueba de bombas a las digestiones delicadas
Con la edad, además, el revestimiento del estómago se vuelve más fino y vulnerable. Esto significa que tienes más posibilidades de sufrir daños por la inflamación o por un exceso de ácido. A eso se suma que el cuerpo empieza a producir menos prostaglandinas, unas sustancias que ayudan a proteger el estómago y a mantener en marcha los movimientos del aparato digestivo.

La mala noticia es que esta reducción también aumenta el riesgo de padecer gastritis o incluso úlceras. Y esto no se queda en el estómago. Cuando los alimentos llegan al intestino delgado, la lentitud en el tránsito puede favorecer un crecimiento excesivo de bacterias, lo que puede derivar en gases, hinchazón o diarreas. La peor noticia es que, también en tramo final del proceso digestivo, si el intestino grueso también se ralentiza, puedes experimentar estreñimiento o incluso diverticulosis.
A esto hay que añadir algo que no siempre se tiene en cuenta: con la edad suelen aparecer otras enfermedades, como la artrosis o problemas cardiovasculares, que hacen que te muevas menos. Y si tú no te mueves, tu intestino tampoco lo hace. Es decir, la falta de actividad física agrava los problemas digestivos. En resumen, hay muchos factores que explican por qué las digestiones se complican con los años, pero en buena parte se debe simplemente a que tu cuerpo, como todo, envejece.
Cómo minimizar los dolores de tripa al hacerte mayor

Para que tus digestiones sean más amables conviene que adoptes ciertos hábitos. En primer lugar, la dieta resulta clave: intenta comer porciones más moderadas, priorizar alimentos fáciles de digerir, ricos en fibra (pero no todas, recuerda lo que ya hablamos sobre fibra soluble y fibra insoluble), evitar comidas muy copiosas o demasiado grasientas. Pero no basta solo con lo que comes: también importa cómo y cuándo lo hagas, como explican también desde el portal UCLA Health, de la University California Los Ángeles.
Masticar bien, algo de lo que ya te hemos hablado en THE OBJECTIVE, cada bocado reduce la carga sobre el estómago. Comer despacio permite que los órganos digestivos trabajen mejor; y evitar tumbarte justo después de comer ayuda a prevenir el reflujo. El estrés y la falta de descanso también pasan factura: un sistema digestivo nervioso o fatigado digiere peor. Por eso dormir lo suficiente y reducir la carga psicológica ayudan más de lo que puedas pensar.
Asimismo, evitar que pases mucho tiempo sentado o completamente inactivo favorece el tránsito intestinal: una pequeña caminata tras la comida puede marcar la diferencia. Finalmente, las posiciones tras comer importan: permanecer erguido o ligero movimiento es mucho mejor que reclinarse al sofá inmediatamente. Con estos cambios —dieta adecuada, buen hábito de masticación, descanso, movimiento y atención al momento de comer— puedes suavizar los excesos de edad en tu aparato digestivo y hacer que tu estómago no note tanto que los años siguen pasando.
