Volver a leer tras la degeneración macular es posible: este proyecto piloto lo ha comprobado
Un trabajo de la Universidad de Stanford ha comprobado la reversibilidad de algunos síntomas de esta patología

Un hombre mayor utilizando un ordenador. | ©Freepik.
Silenciosa e incapacitante, así se presenta la degeneración macular asociada a la edad a medida que envejecemos. A menudo, damos por hecho que dejar de ver o perder capacidad visual es una realidad inherente al envejecimiento. Sin embargo, no tiene por qué ser así. Sí sabemos que la edad juega un papel incuestionable, provocando así que esta enfermedad sea la causa de ceguera más común en las personas mayores de 60 años, pero ¿y si tuviera los días contados?
Es fácil —más de lo que creemos— poner cara a la degeneración macular asociada a la edad. Esta enfermedad muda va deteriorando lentamente la parte central de la retina. De esta manera, vadificultando tareas tan cotidianas como leer, reconocer caras o ver con claridad lo que tenemos justo delante. A día de hoy, no hay cura definitiva: solo podemos frenar su avance con tratamientos que ralentizan la progresión.
A medida que se deterioran los fotorreceptores y las neuronas que transmiten la información visual, el campo central de visión se vuelve borroso. Incluso desaparece. Es como mirar un cuadro cuyo centro ha sido borrado. Esto convierte a la degeneración macular en una de las principales causas de pérdida de visión severa y ceguera en personas mayores. Especialmente en su forma más avanzada, conocida como atrofia geográfica.
Sin embargo, no todo está perdido en esta batalla. Un proyecto piloto desarrollado principalmente entre universidades estadounidenses como la de Stanford y alemanas como la de Bonn ha demostrado que es posible recuperar parte de la visión funcional en personas con atrofia geográfica. El avance se basa en una combinación de implantes oculares y gafas inteligentes, y sus resultados iniciales invitan al optimismo.
¿Volver a ver a pesar de la degeneración macular?
Conocer al enemigo nos facilita saber a qué nos enfrentamos. Debemos tener claro que la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) afecta principalmente a la visión central. Razón por la que no conviene confundirla con defectos de la refracción. Aunque su origen exacto aún no está claro, sabemos que conlleva la pérdida de células fotorreceptoras en la retina y de las neuronas encargadas de transmitir señales al cerebro. En los casos más graves, como la atrofia geográfica, los pacientes pierden gran parte de su agudeza visual, aunque conservan visión periférica. Hasta ahora, ningún tratamiento había conseguido revertir el daño.
Pero un equipo liderado por Daniel Palanker, de la Universidad de Stanford, ha desarrollado un dispositivo llamado PRIMA que busca aprovechar las células y neuronas funcionales que aún permanecen en la retina. Este sistema combina un microchip implantado en el ojo con unas gafas equipadas con cámara. La cámara capta imágenes del entorno, las transforma en señales infrarrojas y las proyecta sobre el chip, que convierte esa información en impulsos eléctricos. De este modo, el cerebro puede volver a interpretar formas y letras.
El estudio incluyó a 32 personas mayores de 60 años con atrofia geográfica y una visión inferior a 20/320 en al menos un ojo. Primero se les implantó el chip ocular y, semanas después, comenzaron a utilizar las gafas inteligentes. Con ellas, fueron capaces de aumentar hasta 12 veces la imagen y regular el contraste. Un año después, 27 de ellos podían volver a leer, reconocer formas y distinguir hasta cinco líneas más en las pruebas visuales estándar. Algunos incluso alcanzaron una agudeza equivalente a 20/42. A pesar de algunos efectos secundarios leves y transitorios, como un aumento temporal de la presión intraocular, los resultados suponen un antes y un después en el tratamiento funcional de estas enfermedades.
Cómo protegernos de la degeneración macular
Aunque la edad es el principal factor de riesgo para desarrollar degeneración macular, no es el único ni es inevitable. El tabaquismo, la hipertensión arterial, la obesidad o la exposición prolongada al sol sin protección ocular son factores que aumentan significativamente la probabilidad de desarrollarla. También influyen los antecedentes familiares y ciertas deficiencias nutricionales, como la falta de antioxidantes y vitaminas específicas que protegen la retina.

Una de las grandes dificultades es reconocer cuándo empieza. La degeneración macular no suele provocar dolor ni pérdida súbita de visión. Sus primeras señales suelen pasar desapercibidas: ver líneas rectas como si estuvieran torcidas, notar una mancha difusa en el centro del campo visual o tener dificultades para leer con buena luz. Estos síntomas no deben confundirse con la presbicia ni con los habituales problemas de refracción, como la miopía o el astigmatismo, ya que el enfoque y la agudeza visual se ven afectados de forma distinta. Algo de lo que ya hemos hablado previamente en THE OBJECTIVE.
Por eso es clave no asumir que la pérdida de visión central es una consecuencia natural del envejecimiento. Las revisiones oftalmológicas periódicas a partir de los 50 años permiten detectar cambios tempranos y frenar su avance. Y, sobre todo, adoptar hábitos saludables que protejan nuestra vista: no fumar, llevar una dieta rica en frutas, verduras y pescado azul, usar gafas de sol homologadas y controlar factores de riesgo como la presión arterial o el colesterol son fundamentales para, cuanto menos, postergar su aparición y que el horizonte no sea tan borroso como siempre creemos.
