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'Trash streaming', el peligro de convertir dolor y sufrimiento en contenido para redes

Este tipo de contenidos hacen de la autohumillación su razón de ser, con claro componente denigrante

‘Trash streaming’, el peligro de convertir dolor y sufrimiento en contenido para redes

Un hombre consumiendo contenido digital. | ©Freepik.

Las redes sociales y las plataformas de streaming pueden ser un espacio de conexión, expresión y creatividad, pero también un arma de doble filo. Su capacidad para amplificar cualquier comportamiento ha hecho que no solo se compartan momentos felices o logros personales, sino también escenas de humillación, degradación y sufrimiento. En este contexto, han surgido fenómenos que ponen en entredicho no solo la ética del contenido, sino el papel de quienes lo consumen y lo financian.

De hecho, en los últimos años, se ha popularizado un tipo de retransmisión en directo que lleva al límite la exposición personal. En ella, los creadores de contenido se someten a desafíos, humillaciones o situaciones extremas a cambio de pequeñas donaciones. El objetivo no es informar ni entretener de forma creativa, sino captar la atención a cualquier precio. Esta tendencia ha sido bautizada como «trash streaming», una forma de contenido que explota el dolor ajeno para obtener beneficios.

Uno de los casos más paradigmáticos en España ha sido el del analista económico Simón Pérez, cuya presencia en plataformas de streaming derivó en una espiral de autodestrucción retransmitida en tiempo real. A través de sus emisiones, se pudo ver cómo su deterioro físico y mental se convertía en objeto de burla y consumo masivo. Lo que comenzó como una ventana a sus reflexiones personales acabó siendo un espectáculo de degradación que muchas personas no solo observaron, sino que también financiaron.

De ello, de hecho, habla una especialista de la Universidad Oberta de Catalunya para tratar este fenómeno digital que, no obstante, no es una primicia. «El interés por el sufrimiento o la humillación ajena no es algo nuevo», explicaba Sílvia Martínez, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y directora del máster universitario en Social Media: Gestión y Estrategia.

Eso no quita que, sin embargo, los entornos digitales favorezcan esa exposición. «Ante este contexto, algunos usuarios recurren al sufrimiento como recurso para atraer visitas. Para lograr atención, hay que arriesgar más que el resto o ser más disruptivos», puntualiza Martínez.

Monetizar el dolor: qué hay detrás del trash streaming

El trash streaming se define como un tipo de contenido en directo en el que los creadores se someten a situaciones extremas, humillantes o incluso peligrosas para obtener dinero de sus seguidores. El término, que podría traducirse como «emisión basura», hace referencia al carácter degradante del contenido y al hecho de que se basa en el morbo, no en el valor informativo o creativo. No se trata de una moda mayoritaria, pero su impacto es significativo y su crecimiento en plataformas de vídeo es motivo de preocupación. Aunque, a priori, el streaming, del que ya hemos hablado antes en THE OBJECTIVE, no es el responsable de lo que sucede.

En muchos de estos canales, los espectadores pueden realizar donaciones en tiempo real que animan al streamer a seguir con su conducta. Es decir, pagan pequeñas cantidades de dinero para que el creador se emborrache, se autolesione o se someta a retos cada vez más humillantes. A menudo, estos actos se desarrollan en contextos de vulnerabilidad, con personas que ya presentan signos evidentes de problemas de salud mental. La línea entre entretenimiento y explotación se diluye peligrosamente. Por eso, algunos expertos en sociología y psicología plantean si se trata de humillación o entretenimiento.

Unos efectos de límites insospechables

De tal modo, cuanto más duro sea el contenido, más se retroalimenta la reacción entre el creador y el usuario. Una especie de «más difícil todavía» donde además se genera una repercusión inmediata de la actividad en forma de esas recompensas monetarias. «Se genera una espiral en la que hay que cruzar cada vez más límites, ofrecer algo más en el siguiente vídeo o conexión, aumentando los actos destructivos o denigrantes», advertía Sílvia Martínez en la publicación de la UOC.

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Parte de los problemas del ‘trash streaming’ está en la normalización que el público pueda tener hacia estas conductas. ©Freepik.

Algunas plataformas han sido señaladas por alojar este tipo de contenidos sin tomar medidas efectivas para frenarlos. Alegan que solo son intermediarios y no responsables del contenido que se transmite, lo cual ha generado una importante polémica legal y ética. Mientras tanto, el sistema de recompensas continúa alimentando un circuito perverso en el que el streamer actúa como un animal de circo digital. Cada donación es una orden, y cada orden, una nueva dosis de degradación retransmitida al instante.

Los riesgos del ‘trash streaming’

Los efectos del trash streaming son devastadores para quienes lo practican. Convertirse en el centro de un espectáculo basado en la humillación constante tiene consecuencias directas sobre la salud mental. Ansiedad, depresión, aislamiento social y pensamientos suicidas no son una excepción, sino una constante. Quienes participan suelen hacerlo desde la necesidad económica o desde una situación de vulnerabilidad emocional que se agrava con cada emisión. Se trataría, advierten algunos autores, de un acto vinculado al voyerismo, pero en un peldaño aún superior.

Sin embargo, el riesgo no afecta solo al creador de contenido. El público también juega un papel esencial en este fenómeno. Al consumir este tipo de vídeos, se normaliza el sufrimiento como entretenimiento. Se borra la empatía, se fomenta la indiferencia y se despersonaliza a quienes aparecen en pantalla. El espectador se convierte, de forma más o menos consciente, en cómplice de una forma de maltrato digital encubierto bajo la apariencia de libertad de expresión. Si a ello se le suma el hipotético consumo que pueden hacer de esta forma de «entretenimiento» las personas más jóvenes, la complejidad del problema aumenta ante la normalización de estas conductas.

Este tipo de consumo tiene efectos a largo plazo en la percepción social del dolor ajeno. Se crea un hábito de insensibilización que traspasa las pantallas y afecta a la manera en la que nos relacionamos en la vida real. Cuando el sufrimiento se convierte en moneda de cambio, perdemos parte de nuestra humanidad. El trash streaming no solo amenaza la integridad de unos pocos, sino que refleja y fomenta una cultura del desprecio que puede extenderse al conjunto de la sociedad.

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