Caminar contra el alzhéimer: cómo el número de pasos diarios que da ralentizaría su aparición
Convertido en un terrible enemigo, el alzhéimer encuentra en el ejercicio físico a uno de sus peores enemigos

Un hombre caminando. | ©Freepik.
En las sociedades occidentales, donde cada vez vivimos más años, también convivimos con una paradoja creciente: el aumento del sedentarismo. Aunque la esperanza de vida se ha prolongado, no siempre va acompañada de una buena calidad de vida. Y es que, a medida que envejecemos, aumentan también las probabilidades de padecer enfermedades asociadas al deterioro cognitivo, como el alzhéimer, el párkinson o distintos tipos de demencia. Lo preocupante es que gran parte de estos trastornos están relacionados con los hábitos que mantenemos durante décadas: la alimentación, el descanso, la gestión del estrés y, por supuesto, la actividad física. La cara y la cruz del desarrollo que, como vemos, puede convertirse en una auténtica losa.
En este contexto, el sedentarismo actúa como un enemigo silencioso. Horas interminables frente a pantallas, desplazamientos en coche, incluso para trayectos cortos, trabajos cada vez más estáticos… Todo suma en un estilo de vida que, a largo plazo, puede pasar factura a nuestro cerebro. No es solo una cuestión de músculos u obesidad: la falta de movimiento también afecta directamente a las conexiones neuronales, a la salud vascular cerebral y, en definitiva, al funcionamiento cognitivo general.
La buena noticia es que no estamos indefensos. Numerosa literatura científica ha empezado a trazar con mayor claridad la relación entre movimiento y salud cerebral. Uno de los más destacados ha demostrado que caminar a diario puede ralentizar de forma significativa la aparición del alzhéimer, sugiriendo un número concreto de pasos que podría marcar la diferencia. En otras palabras, no se trata solo de vivir más años, sino de hacerlo con autonomía, memoria y bienestar mental.
La relación entre ejercicio físico y enfermedades neurodegenerativas
El ejercicio físico regular ha demostrado ser una herramienta clave en la prevención del deterioro cognitivo. Diversas investigaciones científicas coinciden en que una vida activa reduce el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. El movimiento favorece la circulación sanguínea, mejora el riego cerebral y contribuye a mantener las conexiones sinápticas activas. En cambio, la falta de actividad física prolongada puede acelerar el envejecimiento neuronal y facilitar la acumulación de sustancias tóxicas en el cerebro.
Esta relación no se limita únicamente al ejercicio. Existe una interacción constante entre el sueño, el estrés, la alimentación y la actividad física. Por ejemplo, dormir mal incrementa los niveles de estrés, algo de lo que hemos hablado a menudo en THE OBJECTIVE. Este, a su vez, se traduce en inflamación crónica, que puede afectar tanto al sistema inmunológico como al cerebro. Del mismo modo, una mala alimentación incide en el metabolismo neuronal, generando un entorno poco propicio para la regeneración celular. Cuando todo esto se combina con sedentarismo, el resultado puede ser un auténtico cóctel de riesgo.
Por fortuna, el círculo puede funcionar también en sentido contrario. Una rutina de ejercicio moderado, como caminar a diario, ayuda a regular el sueño, reduce el estrés y fomenta hábitos alimentarios más saludables. Se trata de un efecto “bola de nieve” beneficioso: cuanto más nos movemos, mejor dormimos y más energía tenemos para mantener un estilo de vida equilibrado. Lejos de ser una medida aislada, la actividad física debe concebirse como parte de una estrategia integral de bienestar cognitivo.
Pasos contra el alzhéimer: cómo (y por qué) la cantidad influiría

Un reciente estudio publicado en la revista Nature Medicine ha aportado nuevos datos sobre cómo caminar puede ayudar a frenar la progresión del alzhéimer. Según los investigadores, liderados por la neuróloga Wendy Yau del Hospital General de Massachusetts, dar entre 5.000 y 7.500 pasos al día se asocia con una ralentización significativa en la acumulación de la proteína tau, uno de los principales indicadores del alzhéimer. Este hallazgo sugiere que el ejercicio moderado podría retrasar el deterioro cognitivo hasta siete años en algunas personas.
La proteína tau, junto con la beta amiloide, es clave en el desarrollo de esta enfermedad. Aunque la beta amiloide comienza a acumularse en el cerebro desde edades tempranas, es la tau la que parece tener una relación más directa con la pérdida de memoria. En personas sedentarias, esta proteína se multiplica con mayor rapidez, formando nudos dentro de las neuronas que terminan por destruirlas. Caminar, en cambio, parece actuar como un freno que retrasa esta cascada neurodegenerativa.
El estudio, que siguió durante catorce años a casi 300 personas entre 50 y 90 años, midió tanto el número de pasos mediante podómetros como los niveles de tau y amiloide mediante escáneres cerebrales. Aunque no puede establecerse una relación causal directa, sí ofrece una evidencia sólida de que caminar —junto con otros hábitos saludables como dormir bien, reducir el estrés y seguir una dieta vegetal— tiene un impacto positivo en la salud cerebral. En definitiva, el mensaje es claro: cada paso cuenta, y mucho.
