Cómo (y cuándo) hacer ejercicio para que no interfiera con la digestión de tus comidas
Conocer nuestro organismo también implica saber en qué momento podríamos unir ambas realidades

Un hombre en la cocina agita una cuchara mientras bebe | ©Freepik.
Has decidido cuidarte más. No es que antes comieras mal o vivieras sedentariamente, pero has empezado a valorar tu salud como algo que necesita espacio en tu día. Buscas momentos entre el trabajo, las responsabilidades familiares y las tareas del hogar para moverte un poco, comer mejor, sentirte más en forma. Sin embargo, en cuanto lo intentas, te das cuenta de que no siempre es tan sencillo.
A veces, el único hueco que encuentras para entrenar llega justo después de una comida, o antes de una cena copiosa. En otras ocasiones, terminas el almuerzo y apenas han pasado diez minutos cuando te ves corriendo al gimnasio o saliendo a pasear a paso rápido. Entonces, empiezas a preguntarte: ¿está bien esto? ¿Debería esperar más? ¿Es malo hacer ejercicio con el estómago lleno? Esa incomodidad que sientes en el abdomen o esa pesadez mientras te mueves te lo están preguntando también.
La buena noticia es que no estás solo. Y la noticia un poco menos buena es que la ciencia aún no ofrece una respuesta universal. Cada cuerpo reacciona de forma diferente, pero sí existen algunas recomendaciones, basadas en estudios y en el conocimiento sobre cómo funciona nuestro sistema digestivo. Entender mejor lo que sucede dentro de ti al comer y al ejercitarte puede ayudarte a tomar decisiones más acertadas.
Entendiendo mejor la digestión: qué pasa en nuestro organismo
Cuando terminas de comer, tu cuerpo no se queda indiferente. El sistema digestivo se activa de forma inmediata y concentra buena parte de los recursos corporales en una sola tarea: procesar los alimentos que acabas de ingerir. Para ello, aumenta el flujo sanguíneo hacia el estómago y los intestinos, donde tiene lugar una compleja secuencia de reacciones químicas y mecánicas. Esta concentración de esfuerzos significa que, al menos durante un rato, otras funciones –como la capacidad muscular– quedan en un segundo plano.
Durante este tiempo –que puede durar entre una y tres horas dependiendo del tipo de comida–, el organismo prefiere estar en reposo relativo. Sin embargo, eso no significa que debamos quedarnos completamente quietos. De hecho, se ha demostrado que ciertos ejercicios suaves pueden favorecer la digestión. Un paseo tranquilo, estiramientos suaves o incluso ejercicios respiratorios pueden mejorar el tránsito intestinal y ayudarnos a evitar esa sensación de pesadez.
Caminar después de comer es, posiblemente, la práctica más recomendable. Diez o quince minutos de marcha ligera son suficientes para estimular la digestión sin interferir en el trabajo del estómago. También pueden ayudar a regular los niveles de glucosa en sangre, lo cual es especialmente útil para personas con problemas de azúcar. Lo importante es no convertir esa actividad ligera en un esfuerzo físico intenso que reste energía al proceso digestivo.
Los riesgos de un ejercicio demasiado intenso mientras hacemos la digestión
Durante la digestión, el organismo prioriza enviar sangre hacia el sistema gastrointestinal, especialmente al estómago, el hígado, el páncreas y los intestinos. Este fenómeno, conocido como hiperemia esplácnica, es esencial para el procesamiento mecánico y químico de los alimentos. Si en ese momento realizamos ejercicio intenso, como correr, nadar a ritmo elevado o entrenar con pesas, el cuerpo redistribuye el flujo sanguíneo hacia los músculos activos.
Esta competencia por el riego sanguíneo puede ralentizar la digestión o interrumpirla de forma parcial. Como consecuencia, pueden aparecer síntomas como náuseas, dolor abdominal, reflujo gastroesofágico o flatulencias, de los que ya hemos hablado en THE OBJECTIVE. Además, al alterar la motilidad intestinal, se corre el riesgo de que se produzcan espasmos o digestiones incompletas.
También se ha observado que el ejercicio vigoroso tras una comida puede interferir con la secreción de enzimas digestivas y con la actividad de la bilis y los jugos gástricos. Este desequilibrio funcional puede comprometer la correcta absorción de nutrientes y generar fermentaciones intestinales que resultan molestas.
Poniendo cara al corte de digestión
Algunas personas experimentan incluso lo que coloquialmente se denomina «corte de digestión», aunque el término médico correcto sería lo que se conoce como dispepsia o el síncope vasovagal. Este fenómeno no es frecuente, pero sí posible en situaciones de estrés térmico o esfuerzo físico tras comidas copiosas. La literatura médica aconseja evitar actividades de alta intensidad al menos durante las dos horas posteriores a la ingesta, aunque este margen puede variar según el tipo de comida y la tolerancia individual. Las comidas ricas en grasas o proteínas –al requerir una digestión más prolongada– amplían ese periodo de espera.

Practicar deporte intenso con el aparato digestivo aún activo no solo reduce el rendimiento físico, sino que incrementa la posibilidad de malestar digestivo recurrente. En deportistas, esta práctica mantenida puede derivar en un cuadro conocido como síndrome gastrointestinal inducido por ejercicio. Se trata de una disfunción temporal en la que se alteran los movimientos peristálticos, el vaciado gástrico y la integridad de la mucosa intestinal.
Además, el aumento de la temperatura corporal y la deshidratación asociada al ejercicio pueden agravar estos efectos. Por tanto, conviene planificar la actividad física en función del tipo de comida previa y del nivel de intensidad previsto. Saber esperar puede marcar la diferencia entre una sesión de ejercicio provechosa y una experiencia incómoda o incluso perjudicial.
En el término medio, la virtud
Como en tantas otras cosas en la vida, el equilibrio es la clave. No conviene tumbarse a dormir justo después de comer ni lanzarse a correr una maratón con el estómago lleno. Entre ambos extremos, hay un punto óptimo donde la actividad física suave puede convertirse en aliada de tu digestión. Pasear, moverse con calma, realizar estiramientos o incluso practicar yoga pueden mejorar tanto tu bienestar digestivo como tu salud general.
Evitar el sedentarismo extremo tras las comidas es importante, sobre todo si eres de los que notan molestias al estar tumbados. Esa posición puede agravar síntomas como el reflujo gástrico o la hinchazón abdominal. En cambio, mantenerse en movimiento ligero ayuda al estómago a procesar mejor los alimentos y puede reducir el malestar posterior.
También conviene evitar los extremos: nada de entrenamientos exigentes, ni exposiciones prolongadas al sol, ni saunas, ni actividades que generen sudoración excesiva justo tras comer. El calor, sumado al esfuerzo, puede desestabilizar tanto la digestión como el estado general del organismo. Por eso, adaptar la rutina a tus horarios y elegir bien el momento del ejercicio es tan importante como el propio entrenamiento.