National Geographic destaca cinco pueblos de Pontevedra con una cocina excepcional
Porque en Galicia, la comida va más allá de ser un plato; es un reflejo del paisaje que la rodea, un testimonio de identidad

Pontevedra | Canva
Galicia es un festín para los sentidos. Sus rías, montes y aldeas no solo configuran uno de los paisajes más cautivadores del noroeste peninsular, sino que también dan vida a una de las gastronomías más ricas, diversas y con mayor arraigo cultural de Europa. En este tapiz de sabores y saberes, National Geographic ha puesto el foco en cinco pueblos de Pontevedra donde la cocina no es solo un arte, sino una forma de ser. Una manera de contar la historia de un pueblo a través del marisco, del cocido, de la empanada o de una pequeña fruta olvidada.
Porque en Galicia la comida trasciende el plato: es paisaje, es identidad y es memoria colectiva. En cada receta hay un eco del mar, un susurro del monte y una herencia que se transmite de generación en generación, entre fogones humildes y fogones galardonados con estrellas Michelin. Es precisamente esa dualidad —tradición y vanguardia, mar y tierra, fiesta popular y alta cocina— la que ha llevado a esta provincia gallega a destacar en el prestigioso radar gastronómico de National Geographic.
1. O Grove: donde el mar tiene estrella
Península deliciosa y santuario del marisco, O Grove se ha convertido en un destino imprescindible para los amantes del buen comer. Su icónica Festa do Marisco, celebrada cada octubre, es solo la punta del iceberg de una cultura culinaria que honra al mar todos los días del año. Espacios míticos como D’Berto, la Taberna O Moscón o el mercado local marcan la ruta para quienes buscan autenticidad. Y para quienes persiguen la alta cocina, Culler de Pau, del chef Javi Olleros, ofrece una experiencia con dos estrellas Michelin y una estrella verde, fruto de una cocina sensible, local y sostenible que transforma el producto atlántico en arte contemporáneo.
2. Lalín: la catedral del cocido gallego
Si el cerdo tuviera patria chica, probablemente sería Lalín. Este pueblo del interior pontevedrés ha convertido el cocido en una religión. En restaurantes como La Molinera o Cabanas, se rinde culto a un plato donde cada parte del animal —del lacón al rabo, pasando por el morro y la cacheira— tiene su lugar. Acompañado de grelos, garbanzos y patatas, este cocido es una oda invernal que incluso tiene su propia fiesta, declarada de Interés Turístico Internacional. Un viaje a Lalín es una inmersión en la Galicia más sabrosa y contundente.

3. Bandeira: empanadas con denominación festiva
En Galicia, la empanada es casi una institución, pero Bandeira ha sabido elevarla a patrimonio festivo. Desde 1974 celebra la Festa da Empanada, cada tercer sábado de agosto, con música, concursos y padrinos de lujo como el Nobel Camilo José Cela o la chef con estrella Lucía Freitas. Aquí, cada casa tiene su receta, y en esta cita anual, los sabores tradicionales se mezclan con propuestas innovadoras. Bandeira demuestra que la cocina popular también puede ser motivo de orgullo y celebración masiva.
4. Poio: cuna de chefs y tradición
A un paso de Pontevedra capital y cruzando el río Lérez, Poio desvela un universo gastronómico de alto nivel. En parroquias como Combarro, donde las casas de piedra se asoman al mar entre hórreos y cruceiros, el restaurante O Bocoi lleva desde 1990 rindiendo tributo al recetario marinero. Pero es en la alta cocina donde Poio brilla con luz propia: el chef Pepe Solla, con una de las estrellas Michelin más longevas de Galicia, y Xosé Cannas, al frente del restaurante Pepe Vieira, certificado por Relais & Châteaux, ponen el listón en lo más alto con propuestas vanguardistas sin perder el alma gallega.

5. O Rosal: el sabor de lo inesperado
En el sur de la provincia, casi rozando Portugal, O Rosal guarda un tesoro poco conocido: el mirabel, una pequeña fruta con apariencia de cereza y sabor a albaricoque. Esta joya botánica, traída por un profesor de principios del siglo XX, se cultiva en una brevísima temporada estival y se transforma en deliciosas confituras artesanales. Pero el paladar de O Rosal también se extiende al invierno, gracias a sus afamados grelos, considerados entre los mejores de Galicia. Un pueblo que demuestra que el sabor no siempre viene del mar ni de las grandes mesas, sino también del campo y la memoria agrícola.