THE OBJECTIVE
Fuera de micrófono

Fernando González Urbaneja: «No existen los ‘pseudomedios’ que denuncia Pedro Sánchez»

Preside la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo y asegura que la mejor regulación es ninguna

Le preocupa la situación de la prensa y los intentos del Gobierno por regular lo que Fernando González Urbaneja considera que ya está suficientemente regulado. Después de una larga trayectoria por periódicos, televisiones y emisoras de radio – y con la autoridad que le da el haber sido durante ocho años presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y de las Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) durante cuatro -, considera que tenemos un marco legal suficiente y que el Código Penal vigente ya «es muy riguroso con los periodistas».

Nacido en Burgos hace 74 años, se decantó por el Periodismo, mientras estudiaba Ciencias Políticas y algunos cursos de Magisterio. Formó parte del equipo fundador de El País, que abandonaría unos años después por discrepancias organizativas con su director, Juan Luis Cebrián. Su carácter tolerante y su manera de aceptar con normalidad las controversias profesionales lo demuestra el hecho de confesar en esta entrevista a Fuera de micrófono «una enorme admiración y respeto por Cebrián».

A González Urbaneja le preocupa la profesión a la que ha dedicado su vida. Tiene claro que una sociedad democrática no funciona adecuadamente sin un buen periodismo, a la vez que lamenta el tsunami tecnológico, económico y financiero que desmanteló al sector a partir de 2005. Pese a todo, considera que hay que mirar hacia adelante y confiar en la buena preparación de una nueva generación de periodistas bien preparada y sin algunos de los vicios de los colegas de antaño.

No le gusta que las extravagancias se conviertan en noticia, que se intente aparecer en las páginas de un periódico enseñando el culo. Como tampoco le gustan las declaraciones institucionales donde no se admiten preguntas. En su etapa de presidente de la APM ya hubo un plante de fotógrafos en el Congreso y critica las comparecencias de líderes políticos sin turno de preguntas. «Entiendo – dice – que los políticos se sientan acosados, pero cobran por eso. Que se aguanten. Los periodistas tenemos que quejarnos menos y actuar más».

«La dinámica de Twitter no me interesa. No propicia el debate»

PREGUNTA.- ¿Existe realmente una máquina de fango?

RESPUESTA.- Veo con preocupación, con pesar y con dolor la situación. Pasan cosas que no deberían pasar. Además, hay una escenificación grande. Trato de verlo con distancia. Lo que está pasando ahora ha pasado siempre, en mayor o menor grado. Recuerdo las broncas del periódico Arriba con el Ya y de ABC con Pueblo. Antes eran más ingeniosos. Había una literatura más irónica y divertida. Pero forma parte de la naturaleza de las cosas. Ahora todo se produce al segundo, mientras que antes había un día de reflexión.

P.- Eres poco activo en las redes sociales. ¿Qué influencia crees que están teniendo en el periodismo?

R.- Mucho menos de lo que parece. Yo fui activo al principio. Twitter (ahora X) me pareció un medio interesante. Tuve 15.000 seguidores, pero, después de una polémica, me di cuenta de que era un medio que no permitía ningún matiz. Y me desapunté. Ahora veo una vez a la semana algunas cosas. La dinámica de Twitter no me interesa.

P.- Las críticas a opiniones periodísticas están poco argumentadas.

R.- Si me apuras, hay un problema de hándicap. Tú has hecho un trabajo de cinco horas para publicar una información y alguien que pasa por allí dice lo que se le ocurre. Entonces, el debate es muy asimétrico. Twitter no propicia el debate. Y las redes sociales tienen un problema capital: no son responsables de lo que sale por ellas. Los periodistas somos responsables de lo que hacemos. Por eso tenemos algunos derechos, como el del secreto profesional o la cláusula de conciencia. Pero, ahora, los medios más importantes del mundo son Facebook, TikTok… No quieren ser considerados, bajo ningún concepto, medios informativos, pero lo son. Medios informativos irresponsables de lo que divulgan. Eso es un disparate. Es permitir que alguien conduzca sin respetar las normas de tráfico. Conviene que el tráfico sea ordenado en sociedades complejas, plurales y con muchos puntos de vista.

P.- Empezaste estudiando Ciencias Políticas, pero acabaste decantándote por el periodismo. ¿Por qué?

R.- La vida es azar. Yo vivía en Burgos, hice allí el Bachillerato, y quería venir a Madrid. Estudié primero de Políticas y me di cuenta de que me quedaba tiempo para hacer más cosas. Se me despertó el interés por el periodismo y lo compaginé con Políticas.

«Tuvimos discrepancias, pero siento admiración y respeto por Juan Luis Cebrián»

P.- En aquellos años 70 viviste el cambio político a la democracia. ¿Te duele que no se valore por las nuevas generaciones la etapa de la Transición?

P.- En una primera aproximación, me cabrea y me irrita. Luego, me aplico un principio que le oí decir a Clint Eastwood: «no dejes que el viejo entre en ti». Yo me protejo del viejo y trato de evitar la nostalgia. Porque cualquier tiempo pasado fue siempre peor. Quiero evitar la nostalgia de lo buenos que fuimos en la Transición. La comparación en distintos tiempos es errónea, porque las circunstancias son distintas. Los nacidos en los años 50 hemos tenido mucha suerte. Hemos gozado de oportunidades, hemos tenido buenos sueldos, hemos vivido momentos apasionantes… Pero eso es pasado y no lo puedes aplicar a hoy. Yo creo que el periodismo de ahora es mejor que el de hace 40 años. Veo El Paísde 1976 a 1980 y veo el de ahora y la materia a tratar es mucho más difícil, mucho más compleja.

P.- Estuviste en los comienzos de El País y lo dejaste por discrepancias con su entonces director Juan Luis Cebrián. ¿Cuáles fueron esas discrepancias?

R.- Fueron discrepancias organizativas. Me fui por voluntad propia, causando cierto disgusto. Pero, me siento identificado con aquel periódico y siento una enorme admiración y respeto por Juan Luis Cebrián.

P.- Entonces era el diario de referencia y del cambio. Ahora es otra cosa.

R.- Es que el tiempo ha cambiado. Cuando me contrató Juan Luis – al que no conocía – por recomendación de otros, me pidió una cosa: «Quiero que este periódico sea respetado en la comunidad de los negocios». Recuerdo esa frase. Y yo tenía la visión de que fuera respetado en el ámbito de la información económica. Había una redacción muy potente.

«La mejor regulación sobre la información es ninguna»

P.- ¿Era más objetiva la información económica de entonces que la de ahora?

R.- La información económica era más fácil. Yo, con 26 años, entendía el balance de un banco. Hoy, con 74 y mucha experiencia acumulada detrás, cojo el balance de un banco y son más las incógnitas e ignorancias que las certezas. La realidad ha cambiado sustancialmente. Ahora, hay que saber mucho; tener una capacidad de análisis muy distinta a la de entonces. ¿Éramos más libres entonces?  La libertad en el periodismo depende mucho de la propia persona. No depende del medio. A mí ningún director me ha mandado hacer algo que yo no quisiera. He tenido algún conflicto con alguno porque él quería una cosa y yo quería otra, pero no me atrevía a enmendar la plana a un director. A mí me llaman mucho la atención los titulares de las noticias. Tengo cierto olfato para ver si el titular lo ha puesto el redactor, el director o el jefe de edición. Reivindico un poco la insurgencia del redactor. Pero, claro, para ser insurgente tienes que estar equipado y hacer bien tu trabajo.

P.- ¿Cuáles son las quejas y denuncias más frecuentes que llegan a la Comisión de Arbitraje que presides?

R.- La Comisión trata de ser una referencia deontológica, moral, ética, con dos características: no actúa de oficio, si no a demanda de un tercero, y carece de carácter sancionador. La Comisión dice: esta información incumple los principios del Código Deontológico.

P.- Si ya existe el Código Penal y un Código Deontológico, ¿por qué el Gobierno se empeña en regular de nuevo estas materias?

R.- Yo soy de la escuela que milita en la primera enmienda de la Constitución Americana. La mejor regulación sobre la información es ninguna. Sobre todo, ninguna gubernamental. España tiene el privilegio de tener una legislación positiva, de las más avanzadas del mundo. El artículo 20 de la Constitución es magistral. Hay que agradecérselo a los padres constitucionales. Nos impone el derecho a una información veraz, la diligencia en la búsqueda de esa información y el respeto a dos derechos fundamentales que no los tiene ninguna otra profesión: la cláusula de conciencia y el secreto profesional. Tenemos el marco perfecto. Además, el Código Penal es muy riguroso con los periodistas. Muy exigente en cuanto a la falta, al delito. Luego, tenemos una Ley de Rectificación de 1982, que, probablemente, necesita una revisión, aunque este no sea el momento para hacerla. Creo que es suficiente. Tenemos una Ley de Protección al Honor que está entre las mejores del mundo, y una jurisprudencia del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo enormemente permisiva y favorecedora de la libertad de información. ¿Se puede mejorar el marco que tenemos? Sí. Ahora bien, si se va a mejorar, que se haga con calma, con debate y con consenso legislativo. Que no sea una ley de partido, sino una ley meditada. Creo que se puede mejorar la Ley de Protección al Honor, sobre todo en su procedimiento, que es muy lento.

«¿Cómo consigues llegar a un periódico? Dicho mal y pronto: enseñando el culo»

P.- ¿Existen los ‘pseudomedios’ que denuncia Pedro Sánchez? ¿Por qué no les pone nombre y apellido?

R.- Porque no existen. Un medio es un medio y un no medio no es un medio. La Comisión que presido, amparándonos en el principio del arbitraje, ha encargado un dictamen sobre qué es una empresa informativa. Es una pregunta estúpida. Pero, al final, se resume en una cosa muy sencilla: es una empresa con un fin, con una estructura profesional, con un objeto social definido en sus estatutos, que es informar al público; con una redacción jerarquizada, que se somete a la ley, y que cumple los principios deontológicos. Los periodistas tenemos que acreditar una ética para ser creíbles. Si no hay credibilidad, cerramos el kiosco.

P.- Fuiste presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) ¿Has notado una involución en las comparecencias de los políticos ante la prensa?

R.- En mi etapa hubo un plante de fotógrafos en el Congreso y movimientos. Las ruedas de prensa y los formatos tradicionales están muy averiados. Cuando había 20 medios, discurría todo con más orden. Cuando hay 200, funciona con más desorden. Acotar y que sean pocos los que pregunten es restrictivo. Abrirlo a todos, das cabida a las extravagancias. El mayor peligro del periodismo es que la extravagancia se convierte en el acontecimiento. Este es un tema para reflexionar. ¿Cómo consigues llegar a un periódico? Dicho mal y pronto: enseñando el culo. Eso no puede ser. Enseñar el culo es una extravagancia que no merece salir en un periódico. Entonces, yo creo que los formatos se han hecho hostiles. El presidente del Gobierno o el ministro de turno tienen que comparecer. Me irrita recordar la imagen de un ministro de Industria explicando el Plan Energético acosado por 50 micrófonos contra una pared. En una emisora de radio, en la que participaba como tertuliano, el presentador me decía: ¿nos cuentas esto? Y yo le decía: necesito cuatro minutos. No, no, cuatro minutos no. Pues, déjalo. No lo explicamos. Un tema determinado tiene un desarrollo y para explicarlo necesitas tiempo. Las declaraciones institucionales a mí no me interesan. Que me manden el papel o un link

«Entiendo que los políticos se sientan acosados, pero cobran por eso»

P.- En el Congreso de los Diputados el portavoz del Grupo Socialista le respondía a un periodista: ¿y a usted qué le importa eso?

R.- Entiendo que los políticos se sientan acosados, pero cobran por eso. Que se aguanten. Los periodistas tenemos que quejarnos menos y actuar más.

P.- A las ruedas de prensa de los presidentes americanos asisten periodistas muy veteranos. ¿Por qué no ocurre aquí?

R.- Pertenezco a una generación que apenas tuvo maestros. El fin del franquismo fue un periodo vivo para el periodismo, pero yo llegué a ser redactor jefe con 26 años. Y creo que no sabía nada. Pero es que tampoco había gente que supiera con 40. Somos una generación rara. Creo en los periodistas de hoy, pero el tsunami que supuso, a partir de 2005 o 2006, la pérdida de foco de los editores, los Eres que desmocharon las redacciones… La profesión ha sufrido un tsunami tecnológico, económico, financiero, que nos ha desmantelado. Se ha perdido la tradición de los mayores que enseñaban a los jóvenes. Yo he tenido de directores a Juan Luis Cebrián y a Manuel Martín Ferrand, que para mí fue un maestro, además de amigo. Ahora, los directores están más dedicados a otras cosas que a las redacciones. Hay un desenfoque. Creo que se irá resituando. Porque no entiendo una sociedad con mal periodismo. Con mal periodismo, la sociedad va a funcionar mal. Va a tender a la autocracia. Pero, prefiero ser optimista y no mirar para atrás.

P.- ¿Tenemos buena materia prima? ¿Cómo ves el nivel de los nuevos periodistas?

R.- Les veo muy profesionales. Nosotros éramos rebotados de la enseñanza, rebotados de la literatura o rebotados de la política. Había menos conciencia profesional. Ahora, están más centrados.  Mi opinión personal, que algunos no comparten, es que nos equivocamos cuando dimos el paso a la Universidad. Porque la Universidad ha sido una fábrica de titulados con vocación discutible. Entre otras cosas, porque la carrera de Periodismo es muy fácil. Leí una vez que había 100.000 titulados en Periodismo desde el año 1970, de los cuales han ejercido el oficio unos 35.000. Una falencia de dos tercios quiere decir que algo está mal hecho. Hemos creado 44 facultades de Periodismo que no tienen conexión con la vida real. Yo hubiera preferido menos universidades y más exigentes. No lo hemos hecho bien. Además, no tiene arreglo.

P.- ¿Cómo recuerdas los inicios de Antena 3 TV y de la televisión privada?

R.- TVE no la inventaron los fascistas; la inventaron las multinacionales que querían tener soportes publicitarios para anunciarse. Esto no es una tontería, porque tuvo buenos directores generales y gente muy competente en los últimos años del franquismo. Se hizo antifranquismo en la televisión pública y eran competentes en lo técnico. La televisión es 20% información y 80% espectáculo. La televisión que viví en los años 90 era una aventura. Yo era el director, el editor y el presentador de un espacio informativo y no solía utilizar el teleprompter, lo cual es un disparate. Hacer un enlace costaba un millón de pesetas y Manolo Martín Ferrand te echaba si lo hacías. Tenía 40 años y aquello era muy divertido. La gente era genial. Manolo, cuando me contrató – no sé si se puede decir -, me dijo: «Pasea por la redacción y habla con ellos porque no saben nada».

P.- Enséñales algo…

R.- Al principio estuve yendo por la redacción, parándome en las mesas y preguntando: ¿qué haces? Era muy divertido. Les aconsejaba si debían firmar o no una hipoteca y sobre los riesgos de casarse.

«Los datos matan el relato»

P.- Aunque has hecho radio y televisión, te he escuchado decir que por encima de esos medios está la prensa escrita.

R.- La televisión no la entiendo. La popularidad me molestaba. Mis hijos se reían mucho de eso. Además, es un medio muy complicado. Hay que ser muy listo y trabajar en equipo. Un viejo maestro del oficio me dijo: «En televisión ni grites ni sudes». A partir de ahí, puedes hacer lo que quieras. Si sudas, no te cree nadie y, si gritas, eres un energúmeno. Y me dijo más: «Piensa que la televisión es un electrodoméstico». Eso me bajó las ínfulas. La radio me gusta más, pero no permite la ironía; a veces, no expresas bien lo que quieres decir. Es peligrosa. La prensa escrita no tiene esos inconvenientes.

«Escucho a gente importante que habla de economía y se nota que no tiene ni idea»

P.- ¿Hay exceso de opinión en los medios?

R.- Depende de los géneros.  Hay que saber qué haces en cada caso. En El País decíamos que lo que iba en cursiva era opinión y lo que iba en redonda información. La opinión es libre. Puedes decir los mayores disparates, mientras que en la información hay que ajustarse a los hechos. Los datos matan el relato, ahora que se lleva mucho lo del relato. Para las cosas serias, datos, datos…

P.- ¿Cómo ves la situación real del país?

R.- Muy confusa. Hay un exceso, una avalancha de información. Tienes que saber distinguir. Esto es un problema para el ciudadano. El ciudadano tiene que aprender a seleccionar. Como intermediario, como periodista, otorgo crédito a una serie de gente y me informo por tres procedimientos: la prensa diaria – leo seis periódicos todos los días -, los informes de gente seria y la lectura de novelas, ensayos y libros de historia. No puedes practicar el periodismo sin tener un bagaje de conocimientos que te permita diferenciar entre lo malo y lo bueno. Yo me he dedicado a la economía y me asombra una cosa que dijo Keynes: «cuando un economista malo del siglo pasado anida en la mente del estadista del momento, tiene malas ideas». Escucho a gente importante que habla de temas económicos y se nota que no tiene ni idea.

«Veo a gente que cobra un disparate y produce mierdas»

P.- Leemos aquello que refuerza nuestras opiniones…

R.- A mí me gusta más el lector crítico que un día se cabrea con el periódico y lo tira a la papelera. Lo ideal sería que bastara con leer un periódico que te dé distintas opiniones y datos. Hechos. Viendo la televisión, me pregunto: ¿y el que me está contando esto sabe lo que me está contando? ¿Sabe de qué va la vaina? Y me quedo en suspenso. Echamos en falta gente madura, con experiencia y con olfato, en los medios audiovisuales. Pero, esto da de sí lo que da de sí. No se pueden pedir peras al olmo. Con salarios de 25.000 euros no puedes pedir a un tío que sea Demóstenes. Tenemos un problema de sueldos en este país. Hemos pasado de una época de oro a una época en la que la gente gana una mierda. También veo a gente que cobra un disparate y produce una mierda, con perdón. 

P.- ¿Te arrepientes de no haber hecho algunas cosas en esta profesión?

R- De muchísimas cosas, pero es inútil; un esfuerzo que produce melancolía. Si volviera a empezar, lo haría de otra manera. Pero, claro, con 27 años no haces las cosas como con 47 ni como con 67. Me lo he pasado bien, he vivido de ello, me he ido dos veces de la profesión, me han invitado a volver y he vuelto como el criminal vuelve al lugar del crimen, inevitablemente.

P.- ¿En qué etapa de tu trayectoria lo has pasado mejor?

R.- La etapa más rica fue los tres meses previos a la salida de El País. Los tres meses en los que estuvimos preparando el libro de estilo del periódico, lo que queríamos hacer… Nos conocimos los quince que estábamos en el lío, que no teníamos que ver unos con otros: Julián García Candau, Alberto Míguez, Augusto Delkáder, Ismael López Muñoz, Soledad Álvarez Coto… Creamos un código de lo que queríamos hacer. Juan Luis Cebrián, por arriba, era mucho Juan Luis. Esa fue la etapa más bonita. Guardo las notas de las reuniones. Mamábamos el periodismo. Era muy plural, muy diverso. Ideológicamente, no sabíamos ni lo que éramos, pero de distintas familias. Recuerdo esa etapa con agrado. Luego, en esta profesión hay muchos sinsabores. Momentos en los que metes la pata o que fallas a una persona sin saberlo. Esta es una profesión en la que se cometen muchos errores. La clave está en rectificar a tiempo. Yo digo que es una profesión imposible porque tienes que contar lo que está pasando antes de que tengas tiempo de pensarlo. Y, cuando lo has pensado, ya no es noticia. Es un milagro.

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