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Basilio Rogado: «Que la gente vote lo que quiera, pero la amnistía es una barbaridad»

Dirigió y presentó Hora 25 (Cadena SER) cuando todavía las emisoras estaban obligadas a conectar con El Parte de RNE

Llega con la última novela que escribió antes de la pandemia bajo el brazo –Algunos deben morir– y con la cabeza llena de historias y peripecias marcadas por una vocación periodística que luego ha sabido trasladar a la literatura. Basilio Rogado empezó muy joven en Radio Madrid (Cadena Ser).

Fue el segundo director de Hora 25, con 30 años, tras tomar el relevo de su buen amigo y compañero de pupitre, Manuel Martín Ferrand, al que echaron a los pocos meses de empezar la aventura, por no ser afecto al régimen. Estamos hablando de principios de los setenta, cuando a la información ellos la llamaban «cuestiones actuales» para engañar a la censura.

Basilio tiene claro, 50 años después de aquella experiencia, que el periodismo era mejor cuando había un enemigo común: la dictadura. Recuerda en esta entrevista, Fuera de micrófono, cómo tenían que salir de la emisora, junto a los compañeros de Hora 25, protegidos por varios policías a los que pedía encarecidamente que sonrieran para que las prostitutas de la calle de la Ballesta no pensaran que los llevaban detenidos. Las presiones políticas le obligaron a dejar un día la radio, a la que volvería en el verano de 1981 para dirigir y presentar Cita a las cinco, el programa que enterró definitivamente los seriales radiofónicos vespertinos.

El trabajo de aquellos años en la radio le fue reconocido con tres premios Ondas, uno de ellos en 2012, con motivo del 40 aniversario de Hora 25, pero una interesante oferta económica del Grupo Zeta le despegó de los micrófonos y lo devolvió a la prensa escrita. Basilio Rogado ha sido director las revistas Interviú, Diez Minutos y Futuro, porque, como él dice, «en el periodismo el que se mueve es el que sale en la foto». Todo lo contrario de lo que decía Alfonso Guerra de los políticos.

Testigo de la España que luchó por las libertades y la democracia desde las postrimerías del franquismo, a Basilio Rogado no le hacen ninguna gracia las medidas de gracia –valga la redundancia– para Puigdemont y compañía, ni tampoco la división de la sociedad española entre buenos y malos. Para dejar constancia de esta preocupación, pone el ejemplo de la entrevista que les hizo en Cita a las cinco, al alimón, a dos escritores antagónicos, Camilo José Cela y Rafael Alberti. «Fue muy divertido y acabaron tan amigos», apostilla.

PREGUNTA.- El año pasado se cumplieron 50 años del programa Hora 25. ¿Formabas parte del equipo fundador? 

RESPUESTA.- El fundador fue Manuel Martín Ferrand. Yo había participado en la fundación de Matinal Cadena Ser, que fue el inicio de los informativos en la radio privada. Después, me quedé viudo y me marché a Radio Galicia, en Santiago de Compostela. En ese ínterin fue cuando se creó Hora 25. Entonces, cuando a Martín Ferrand lo echaron del programa, me llamaron a mí. Por lo tanto, fui el segundo director de Hora 25. Lo que no sabe nadie es que durante uno o dos meses –hasta que yo me incorporé– el director provisional fue Joaquín Peláez, que no era un periodista de informativos, y el presentador Bobby Deglané. Querían despolitizar aquello.

P.- Estamos hablando de 1972, cuando las cadenas privadas de radio estaban obligadas a conectar con El Parte de Radio Nacional de España. En la presentación de Hora 25 se decía: «Un programa de cuestiones actuales».

R.- Era una entrada que había grabado Juana Ginzo, una de las maravillosas voces de la radio. En la radio no se podía hacer información, únicamente información local. Entonces, lo que hacíamos era conectar con cada una de las principales emisoras de la Cadena Ser: Barcelona, Valencia, Santiago de Compostela, Sevilla y Zaragoza. Todo era un truco para intentar salvar la censura. En algunas cosas se hacían un poco los suecos, pero, en cuanto te descuidabas, venía el palo y la amenaza de que «te vamos a cerrar». De 23.00 a 23.30 estaba la información; luego, de 24.00 a 0.30 estaba José María García, y la última media hora la dedicábamos a hacer entrevistas. Era complicado encontrar a personas que vinieran a hablar. Un contertulio que venía bastante era el padre de Alberto Ruiz-Gallardón, abogado. También venía el economista Manuel Funes Robert, que era un tipo muy avanzado para la época, y decía unas cosas tremendas. Una vez, no sé por qué problema, le declaró la guerra a Marruecos. Cada vez que había un problema en esa recta final, yo recibía una llamada del Ministerio de Información y Turismo, cuyo subdirector general era Luis Ezcurra. Me decía: «Basilio, vas a tener sobre tu cabeza el cierre de la Ser, a partir de mañana». Una noche sí y otra también la misma canción. Así, de viva voz. Entonces, nosotros nos íbamos a celebrarlo a la discoteca Carrusel, muy cerca de la radio, porque a la una y media de la madrugada las cafeterías estaban ya cerradas. Otras veces nos íbamos a Long Play, en la plaza Vázquez de Mella, ahora plaza Pedro Zerolo. Me acostaba a las tres y media y por la mañana, a las ocho, me llamaba Eugenio Fontán, director general de la Ser, para decirme: «¿Qué hiciste anoche?».

P.- En ese momento tenías 30 años.

R.- Fue una de las mejores épocas de mi vida. El periodismo era mucho mejor que ahora, porque todos teníamos un enemigo común, que era la dictadura. Nosotros estábamos todo el día toreando a la dictadura. Nos obligaban a mandar, a las siete de la tarde, unas cintas con el guión del programa al Ministerio. A media tarde, les teníamos que adelantar la actualidad de las 11 y media de la noche. Además, teníamos que decir: «Noticias facilitadas por Radio Nacional de España».

P.- Creo que en alguna ocasión tuvisteis que reclamar protección a la policía y que tú les decías a los agentes: «Sonrían para que no piense la gente que nos llevan detenidos».

R.- Era una broma. Con nosotros estaba de redactor Rafael Luis Díaz, hijo de un comisario de policía, y entonces llamaba a su padre y nos mandaba a una pareja de grises para salir escoltados de la emisora hasta los coches, que los teníamos aparcados en la calle de la Ballesta. Entonces, cuando pasábamos por allí, como nos conocían las señoritas de vida alegre que estaban en la acera, les decía a los policías que sonrieran, no fueran a pensar que nos llevaban detenidos.

Basilio Rogado en un momento de la entrevista. | Carmen Suárez

P.- ¿Por qué se prescinde de tus servicios? ¿Por presiones del Gobierno?

R.- Franco murió en 1975 y ese mismo año, en verano, hubo muchas presiones para que no hiciéramos más Hora 25, o que lo convirtiéramos en un magacín sin contenido político. Yo les dije: «A mí no me pidáis que mate Hora 25 porque no lo voy a hacer». A la vuelta de las vacaciones, nos dijeron que había que mandar previamente a la censura todo lo que íbamos a emitir. Vamos, hacer un programa informativo grabado. Entonces, en septiembre, no hubo Hora 25 porque me negué a hacer el programa en esas condiciones. Yo no quise matar Hora 25 y me mataron ellos a mí. Seguí en la radio, pero apartado, como si fuera un apestado, hasta que me fui.

P.- Trabajaste en tus inicios con Manuel Martín Ferrand, historia de la radio y del periodismo español.

R.- Fuimos compañeros de promoción y éramos muy amigos. Él era dos años mayor que yo y me sacaba dos cuerpos. Él era enorme y yo sólo mido 1,65. Vivíamos los dos en la calle Alcalá, yo en el número 30 y él en el 200 y pico. Nos juntábamos en Cibeles e íbamos juntos en el autobús 27, que iba siempre a tope, a la Escuela Oficial de Periodismo, que estaba detrás de donde ahora está el Ministerio de Defensa. Entonces, yo me ponía detrás de Manolo para no pagar el billete.

P.- También conociste en esa época a Antonio Calderón, otro grande de la radio, padre de Javier González Ferrari.

R.- Antonio (González) Calderón era un gran tipo y sabía de radio más que nadie. Ganó un premio Italia con un programa de radio, que se titulaba Pasos, en el que no había voces, solo rumores, viento, pájaros… Ni una voz, y ganó el premio Italia. Era un genio. Cuando yo le conocí, era el director del cuadro de actores de la Ser y escribía algunos seriales. La prueba de que era una persona muy inteligente es que eligió a Manuel Martín Ferrand, que era otro genio, como director de Hora 25. Antonio Calderón fue quien me convenció para que me marchara de director a Radio Galicia cuando falleció mi primera mujer y me quedé solo, con un hijo de año y pico. Me llevaba a mi familia en verano a La Coruña y también iba y venía yo a Madrid.

P.- Curiosamente, los seriales radiofónicos desaparecen de la programación de tarde y les sustituye el programa que tú dirigiste, Cita a las cinco.

R.- Cambió, porque tenía que cambiar, pero no fui yo el que eché a los actores de la radio. Fue la sociedad, el momento. El cuadro de actores de Radio Madrid (Cadena Ser) era maravilloso, con Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Matilde Vilariño, Teófilo Martínez, Juan Ginzo… Era una cosa tremenda. Las tardes de Ser era como todas las televisiones juntas de ahora. Todo lo que se emite hoy en la televisión por la tarde era el serial de la radio. Tenía una audiencia enorme porque tampoco había otra cosa. De repente, en el verano de 1981, de la noche a la mañana, se acabaron los seriales. Yo fui el que mató a los seriales de la radio y no he ido a la cárcel. No necesito ni amnistía. Pero entonces, como no había redes sociales ni se comunicaba nada, todas las personas que estaban esperando que llegara de nuevo septiembre para escuchar a Teófilo Martínez, Pedro Pablo Ayuso o Juana Ginzo, se encontraron con que allí estaba Basilio Rogado, con un programa que se llamó Cita a las cinco.

Basilio Rogado en 1982, cuando dirigía y presentaba Cita a las cinco (Ser). | Foto: Javier del Castillo

P.- Por el que te dieron además un premio Ondas en el otoño de 1982…

R.- Tengo tres premios Ondas: el primero, por Hora 25; el segundo por Cita a las cinco; y el tercero por mi trayectoria, en el cuarenta aniversario de Hora 25. El programa Cita a las cinco era un programa informativo. No era un programa del corazón, ni cotilleo, cotilleo. Entrevisté a Alfonso Guerra para que hablara de Mahler o a Rocío Jurado, con la que hice un programa en directo, viajando con ella desde Madrid a Valencia para acudir a la llegada de la Vuelta Ciclista a España. Otra de las cosas que hicimos, y que la tengo guardada, es una entrevista conjunta a Camilo José Cela y a Rafael Alberti. En aquella época, años 80, conseguimos tener a los dos en directo. Y tan amigos. No se pegaron. Aquello fue muy divertido, con Cela diciendo barbaridades… Una cosa tremenda. Estoy muy contento de esa historia de Cita a las cinco. La lástima es que se acabó el cuadro de actores porque la radio ya no podía competir con la televisión. Las señoras que habían escuchado la radio, mientras cosían o dormitaban, tenían ante sí la televisión en colores. El cuadro de actores era buenísimo, pero también carísimo mantenerlo. Así que decidieron acabar con él.

Basilio Rogado. | Carmen Suárez

P.- A veces, la vida es injusta porque, después de ganar tres premios Ondas, en la radio se olvidan de ti.

R.- No, no. Fue decisión mía dejar la radio. A mí me mató Franco, la dictadura. Me fui de Hora 25 por la censura. Después de eso, dije: tengo que volver. Lo intenté, pero no lo conseguí. Sin embargo, volví en 1981 de una forma muy curiosa. Vivía en Pozuelo de Alarcón (Madrid), muy cerca de donde vivía Martín Ferrand. Y un día, saliendo de la casa de Martín Ferrand, a las ocho de la mañana, coincidimos con Tomás Martín Blanco, director de Programas de la cadena Ser, y me dice: «¿Tú quieres volver a la radio?» Le contesto: «Díselo a mi mánager que está aquí, Manolo». El caso es que me propuso empezar a hacer ya ese verano Cita a las cinco.

P.- Pero cuando se acaba Cita a las cinco, dejas definitivamente la Ser.

R.- Dejo la Ser cuando la compra el Grupo Prisa y llega un nuevo equipo, con Eugenio Galdón de director general. Nos presentan y me dice Galdón: «Tenemos que hablar, que tienes que hacer muchas cosas aquí». Y yo le dije: «No puedo hacer ninguna cosa porque esta misma mañana he hablado con el subdirector general, Ramón Varela Pol, para decirle que tengo una oferta del Grupo Zeta y que me voy».

P. ¿A la dirección de la revista Interviú?

R.- No, lo de la revista Interviú fue más tarde. Yo me fui de director adjunto con Francisco Arriba, que era el responsable de un departamento que llevaba tres revistas mensuales del grupo. Después, al año siguiente, me nombraron director de la revista Interviú. Siempre que he tenido una oferta que fuera algo mejor la he aceptado. Porque, al contrario de lo que decía Alfonso Guerra, en el periodismo el que se mueve es el que sale en la foto. En el periodismo no puedes estar 25 años en la misma empresa. En el Grupo Zeta me multiplicaban por cuatro o cinco veces el sueldo de la Ser. En la Ser ganaba poquito. Los que ganaban mucho dinero eran los que hacían publicidad, pero yo siempre he estado en contra de que un periodista haga también publicidad.

P.- Has escrito ocho libros, entre ellos, uno titulado La prensa del silencio. ¿Tiene todavía vigencia?

R.- Todos los libros que he escrito los he vivido y tienen validez en este momento. Escribí una novela –El retorno de los cuerpos– que fue Premio Camilo J. Cela. La última novela se titula Algunos deben morir, donde cuento la historia de una manada. Una historia que está ambientada en los años cincuenta y sesenta. Es un thriller. Una novela negra y también sociológica, porque el remordimiento de conciencia está presente a lo largo de todo el relato.

P.- ¿Cómo ves la actual situación política de nuestro país?

R.- El país lo veo muy mal. El Partido Socialista era un partido normal. Yo he votado unas veces al PSOE y otras al PP porque unas veces me convencía más el Partido Socialista y otras el Partido Popular. Yo dirigía Interviú cuando gobernaba Felipe González y sacamos un titular que decía: «Felipe González arrasa en las elecciones». Y la revista la habíamos cerrado el viernes. Que la gente vote lo que quiera, pero la amnistía me parece una barbaridad. Por una sencilla razón: porque los independentistas no dan nada a cambio. La amnistía, aunque lo diga Sánchez, no va a servir para reconciliar a los españoles porque ya han dicho los señores amnistiados que van a volver a hacer lo mismo. El problema de Cataluña es complicado solucionarlo: España tiene que ceder y los independentistas catalanes también. Tendrían que decir: no vamos a hacer nada a partir de ahora. Pero es todo lo contrario.

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