Fermín Bocos: «Es un suicidio cultural suprimir en los planes de estudio las humanidades»
El periodismo y la literatura marcan la trayectoria profesional de Fermín Bocos (Santander, 1949)
En Radio Barcelona descubrió su vocación por el periodismo, a la vez que celebraba la influencia de los medios de comunicación en la conquista de la democracia. Desde entonces, Fermín Bocos ha viajado mucho, ha leído también mucho y ha escrito una decena de libros, la mayoría de ellos sobre los dioses y mitos de la cultura clásica. Grecia, Roma y Jerusalén son sus grandes referencias. Hasta el punto de que considera un suicidio cultural –«aunque quizá es excesivo el término»- la supresión de la filosofía y las humanidades en los planes de estudio o empezar la historia de España a partir de 1812,«como si España no hubiera existido antes».
Curtido en mil batallas, a Fermín Bocos tampoco le gusta el tiempo político en el que estamos. Le parece inquietante. Y le parece indecoroso el encuentro de representantes del PSOE y del independentismo catalán en Suiza, con un verificador de por medio. En esta entrevista de Fuera de micrófono, el periodista y escritor recuerda que, entre las virtudes de don Miguel de Unamuno, no estaba precisamente la de profeta, cuando dijo aquello de que los nacionalismos se curan viajando. «Como bien sabes, para seguir la deriva de los nacionalismos hay que viajar ahora fuera de España», afirma refiriéndose al encuentro de la pasada semana en Ginebra.
Tras confesar que su lema en estos momentos es «buena salud y mala memoria», Fermín recuerda, sin nostalgia, los momentos más importantes de su trayectoria profesional. Su paso por la radio en diferentes etapas –fue director de informativos de la Cope, a principios de los ochenta, responsable de Radio Exterior de España y director y presentador de Hora 25 (Ser) y 24 horas (Rne)– y por distintas cadenas de televisión –TVE, Telemadrid, Telecinco, CNN+– le da cierta autoridad a la hora de juzgar la etapa actual de «muy complicada, con periodistas buenos, malos y mercenarios».
Fermín Bocos sigue colaborando en los medios de comunicación, aunque reconoce que la ficción le permite evadirse del presente. Su último libro, Zeus y familia (editado por Ariel) es fruto de la pandemia. Durante el confinamiento escribió este muestrario de divinidades, mitos, leyendas y liderazgos. Esos liderazgos que hoy se echan de menos en España.
PREGUNTA.- Empezaste la carrera de Medicina. ¿Qué se cruzó en tu camino para que la cambiaras por el periodismo?
RESPUESTA.- Bueno, de momento puedo considerarme un benefactor de la humanidad porque, al no terminar la carrera, no me llevé por delante a nadie. Se cruzó la política en mi camino. Era la época álgida de la pretransición en Barcelona. Estudiar era un eufemismo, porque estábamos todo el tiempo de huelga y con follones. Un conjunto de circunstancias me llevó un día a contar algo de lo que estaba pasando en una emisora. Y de lo uno se va a lo otro y, al final, con otro compañero con el que había hecho algunos viajes por África, acabé en la radio.
«Radio Barcelona se convirtió en la punta de lanza de la radiodifusión moderna»
P.- En Radio Barcelona.
R.- Empecé en la radio y, años después, estudié Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Pero ya vivía, digamos, en el periodismo.
P.- Allí coincidiste, años setenta, con grandes profesionales de la radio. ¿Cómo recuerdas esa etapa inicial de tu carrera?
R.- El que puso en marcha la Transición en la radio fue Manuel García-Teherán. Era un director que había estado trabajando, si no recuerdo mal, para la Unesco en Ginebra, y que leía todos los días Tribune de Genève. Por cierto, de gran actualidad estos días a otros efectos. Porque todo lo que sucede en Ginebra tiene mucha repercusión en España. Allí estaba Juan Castelló Rovira, que ya murió, Salvador Escamilla, y empezando, como yo, Joaquín María Puyal, un referente de la información deportiva. También recuerdo a Alex Botines en deportes, que murió muy joven. Era una época de cambio. Había sido director Carlos Sentís y a este le sucedió Manuel García-Terán. Radio Barcelona se convirtió en la punta de lanza de la radiodifusión moderna. Con el informativo de las ocho de la tarde, que pusimos en marcha un grupo de chicos muy jóvenes –tendríamos 24 o 25 años–, conseguimos un Premio Ondas el primer año de emisión. El cambio que introdujo ese programa fue que los testimonios no pasaban nunca de los veinte segundos, cuando veníamos de informativos clásicos al uso con verdaderas minientrevistas. Contar en treinta minutos todo lo que había acontecido en el día, con testimonios de los protagonistas en cada una de las noticias, fue algo novedoso. Ahora es lo que se escucha en la radio, pero te estoy hablando del año 1976 o 1977 del siglo pasado.
P.- Aquel programa te puso en el punto de mira y te llamó Iñaki Gabilondo, cuando le nombraron director de Informativos de TVE…
R.- Fíjate cómo eran los tiempos. La cadena Ser tuvo dos propietarios: la familia Fontán y, posteriormente, Jesús de Polanco, presidente del Grupo Prisa. El informativo de la ocho se emitía desde Barcelona con una única condición: no revelar la cabecera, desde donde se emitía. La verdad es que nos dieron tal grado de libertad que la aprovechamos. En algún momento, el director y presentador del programa, que era yo, pidió la dimisión del director general de RTVE de entonces, que era un pariente muy próximo del presidente de la Academia. El presidente de la compañía, que era don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate –no lo olvidaré nunca–, me dijo: «Joven, sabe que para decir lo que dijo usted en la radio yo tendría que haber reunido al consejo de administración». Lo recuerdo textualmente. Con la generosidad de quienes entonces dirigían la Ser –estoy hablando de Eugenio Fontán y del propio don Antonio Garrigues-, me enviaron 15 días a París a ver cómo se hacía allí la radio y estuve alojado en el Hotel George V, al lado del Arco de Triunfo. Aquella generación que venía fue capaz de contagiar la ambición de transformación y de cambio, en aquellos momentos germinales de la Transición.
P.- ¿Cómo fue tu llegada a Madrid, desde Radio Barcelona?
R.- Yo vine a Madrid a requerimiento de Iñaki Gabilondo, que ya había sido contratado por TVE. Pero TVE también estaba entonces en trance de cambio. El director general de RTVE era Fernando Castedo y había contratado como director de Informativos a Iñaki. Entonces, Iñaki me invitó a dejar Barcelona, donde tenía a mí familia, para venir a Madrid a dirigir el Telediario de las nueve de la noche. Pero, mientras me hacían el contrato, se cruzó en el camino el teniente coronel Tejero. Se cargaron a Iñaki Gabilondo, pero yo continué unos meses con su sustituto, Pedro Erquicia. Aunque Leopoldo Calvo Sotelo hizo cuanto pudo para disminuir la parte más arisca del golpe de Estado, duré poco. Tuve tiempo suficiente para ver que allí dentro había compañeros que luego tuvieron una carrera propia, como Luis Mariñas. A Carlos Robles Piquer, que era cuñado de Manuel Fraga, le nombraron director general y lo primero que hizo fue acabar con todo el equipo anterior. No voy a comentarlo porque yo creo que la nostalgia es un error. A las pruebas me remito. Con los nuevos canales de televisión, que empezaron a funcionar después, quedó claro que había otras formas de hacer televisión.
«En la Cope conseguí que Encarna Sánchez y Luis del Olmo respetaran las señales horarias»
P.- A principios de los ochenta, durante cuatro años, estuviste al frente de los Informativos de la Cope. ¿Cómo recuerdas esa etapa?
R.- Yo iba a volver a la cadena Ser, donde tenía una excedencia, pero la Cope me hizo una oferta que no podía rechazar: poner en marcha los servicios informativos de lo que entonces se llama Cadena de Ondas Populares, porque había emisoras en algunas cabeceras de provincia que no conectaban con la central. Es una etapa de la que guardo muy buen recuerdo. Te lo comentaba antes, fuera de micrófono: mi gran logro, lo digo en plan irónico, fue conseguir que tanto Encarna Sánchez como Luis del Olmo entendieran y respetaran las señales horarias. Costó, pero se consiguió. La Cope se trasladó entonces desde la calle Juan Bravo a la calle Valenzuela y teníamos un informativo por la noche y otro por la mañana, antes del programa de Luis del Olmo. Yo he tenido horario de madrugada y horario de nocturnidad. Luego volví a la Cadena Ser, donde estuve dirigiendo y presentando tres o cuatro años Hora 25.
P.- También dirigiste y presentaste a finales de los noventa los informativos de fin de semana de Telecinco.
R.- Pero, antes de eso, estuve cinco o seis años de director de Radio Exterior de España (REE). El logro de entonces es que todos los programas se emitieran en directo. Recuerdo el día aciago en el que se produjo el asesinato de Miguel Ángel Blanco y REE contó en directo lo que estaba pasando para todo el mundo. Luego ya me contrataron en Telecinco, como tu decías, para hacer los informativos del fin de semana. La juventud se pasa con el tiempo, pero se acumula.
«En las tertulias la gente intenta imponer un criterio, muchas veces mercenario»
P.- ¿Dónde nace tu vocación y afición por el mundo clásico?
R.- De los viajes. Siempre he tenido la idea de que para ser periodista no es necesario un tránsito académico. Yo estudié Periodismo en la Universidad de Barcelona, pero podía haber sido periodista estudiando otras carreras y otras disciplinas. O ninguna. Basta con haber leído mucho y viajado más. La exigencia básica para trabajar en el periodismo es estar muy viajado y muy leído porque, a partir de ahí, puedes ofrecer al telespectador, al radioescucha o algo fundamental: el porqué de las cosas, la contextualización. En las tertulias la gente va directamente a imponer un criterio, muchas veces mercenario, porque procede de argumentarios de partidos políticos. Ni siquiera es fruto de la opinión propia, aunque hay algunos tertulianos que sí tienen su criterio. El formato no da pie a la contextualización y eso es malo. Acaban surfeando, quedándose en la superficie de las cosas.
P.- Te preguntaba por la atracción por las culturas que nos precedieron…
R.- La fascinación por la belleza del mundo clásico se debe a que no es posible entender nuestro mundo sin saber que venimos de un cruce entre la cultura judeocristiana y la cultura grecolatina. Venimos de Grecia, de Roma y de Jerusalén. La filosofía es la gran aportación del pensamiento griego. Nos enseñó a pensar y a ser hombres y mujeres libres. No es difícil enamorarse de algo que está tan rodeado de belleza como el mundo clásico.
P.- En alguna entrevista reciente te escuché decir que la supresión de las humanidades es un suicidio cultural.
R.- Quizá es excesivo hablar de suicidio, pero no se pueden suprimir de los planes de estudio la filosofía y las humanidades o explicar la historia de España a partir de 1812, como si España no hubiera existido antes. Tenemos cinco siglos largos detrás, si es que no nos queremos remontar a la España romana, que todavía nos llevaría mucho más atrás. En alguna entrevista o en algún artículo de los que escribo para Europa Press, que luego se publican en no sé cuántos periódicos, he citado el Principio de Hanlon que consiste en que, frente a una melonada, por decir una palabra muy del acervo popular, no hay que pensar en la mala fe. Simplemente, en la estupidez. Hay cosas que se explican más por la estupidez que por la mala fe. Hemos tenido responsables del Ministerio de Educación a los que se les podía aplicar el Principio de Hanlon, y además al completo. Pensémoslo durante un minuto: ¿a quién le hace daño conocer de dónde venimos o el origen de nuestras palabras? Están muy bien las aportaciones de la Academia, reconociendo palabras como el chundachunda o el perreo, pero ¿ha tenido usted un minuto para repasar algún soneto de Quevedo? ¿Sabe usted quién fue Lope de Vega? Las humanidades son determinantes. En Estados Unidos algunas de las grandes empresas, cuando espigan currículos para contratar ejecutivos y tropiezan con alguien que ha estudiado con los jesuitas, le dan prioridad en la contratación. Les precede la fama de que son rigurosos a la hora de formar a la gente. Es una congregación que apuesta por el saber, con independencia del adoctrinamiento.
«Si uno no tiene idea de dónde viene, acabará donde no quería estar»
P.- Tu primera novela sobre el mundo clásico se titula El libro de Michael y está dedicada a tu hijo Alejandro. ¿Por qué?
R.- No quise titular la novela El libro de Alex para que no fuera tan explícito. Es un libro iniciático: la historia de un preadolescente al que sus padres, como premio por sus buenas notas, le llevan a Grecia y le van explicando el Partenón, Delfos, el cabo Sunio, la filosofía, los viajes de Ulises… Alrededor de eso se va configurando una forma de entender la vida. Porque tú piensa una cosa: quien no ha leído La Odisea ni La Ilíada no puede tener una idea de lo que es el Mediterráneo. Si uno no sabe de dónde viene acabará donde no quería estar.
P.- Unamuno decía que los nacionalismos se curan viajando. Ahora viajamos mucho, pero los nacionalismos siguen teniendo vigencia.
R.- A don Miguel de Unamuno le asistían muchas virtudes, pero no la de la profecía. Todo lo contrario. Ahora, para seguir la deriva de los nacionalismos hay que viajar mucho y fuera de España, como bien sabes. Esta misma semana se va a producir un encuentro, a mi juicio, infamante, entre un representante del Partido Socialista Obrero Español y un representante del señor Puigdemont para negociar el seguimiento y vigilar los pactos a los que han llegado. Y lo hacen en presencia de un verificador, como si España y Cataluña fueran dos Estados distintos o Cataluña fuera una colonia de España. Me parece indecoroso.
«El tiempo político en que vivimos está cargado de elementos inquietantes»
P.- ¿No te gusta lo que estamos viviendo?
R.- Hay de todo. Pero me parece que el tiempo político en que vivimos está cargado de elementos inquietantes.
P.- ¿Cómo ves la profesión periodística?
R.- Yo no tengo una visión áulica de lo que es nuestra profesión. En nuestro mundo hay buenos, malos, mercenarios y gente altruista. El periodismo atraviesa por una etapa de muy complicada por una razón fundamental: porque la precariedad empresarial remite a la precariedad a la hora de subsistir. ¿Qué es lo que está detrás de nuestro mundo, en un escenario de mercado abierto?: la publicidad. Y, como dicen en Cataluña: «Qui paga mana». Yo soy de Santander, pero hablo catalán en la intimidad y fuera de la intimidad. Las empresas están muy condicionadas por la publicidad, y en ese condicionamiento tiene vara alta el Gobierno. Porque el Gobierno dispone de publicidad institucional y puede distribuirla de una manera o de otra. Estamos asistiendo a una discriminación, a mi juicio, intolerable con algunos compañeros a la hora de acompañar al presidente del Gobierno en viajes institucionales. En concreto, el corresponsal de Abc. Si el viaje además lo pagamos todos los ciudadanos, razón de más para que Pedro Sánchez se deje acompañar por periodistas que le aplaudan o que le critiquen.
P.- ¿Vivimos una etapa en la que vale todo? ¿Añoras los años aquellos de la Transición?
R.- En la Transición acompañaba la edad. Había una voluntad general, y generacional, de impulsar el proceso de cambio. Las ideologías tenían un peso importante, los sindicatos de izquierdas influían en las redacciones. Pero, incluso en los medios conservadores, había ese común denominador de impulso para que saliera bien la Transición. Y se vio claramente después del intento de golpe del 23-F, afortunadamente frustrado. Hubo unanimidad en los editoriales. Todos comprendimos que entraba España en una etapa acorde con el resto de Europa.
P.- Tras haber residido allí muchos años, ¿qué sensación tienes ahora cuando vuelves a Barcelona?
R.- Yo he vivido 20 años en Barcelona, y la primera entrevista que se le hizo a Josep Tarradellas, cuando volvió a Cataluña, se la hicimos en Radio Barcelona. Pero también la primera entrevista que se le hizo a Jordi Pujol en la radio. Y la primera que se le hizo a Santiago Carrillo. Fue muy divertido. Carrillo vino a Barcelona cuando todavía no sabía si era legal o ilegal. Iñaki Gabilondo presentaba Hora 25. Yo era entonces el corresponsal del programa y concerté, a través de Ramón Tamames, la entrevista en el Hotel Ritz. Iñaki abrió la emisión diciendo: «Creo que Fermín Bocos tiene hoy un protagonista…» Y yo dije: «Sí, vamos a escuchar una voz que hace más de cuarenta años que no se escucha en España. Señor Carrillo, buenas noches». Claro, era la época en la que acababa de quitarse la peluca, un recuerdo que los más jóvenes no sabrán ni a qué remite. En aquel momento no había nada como la radio. Era la punta de lanza del cambio. Luego vinieron otros medios, como la revista Cambio16 o el diario El País.
«Algunos ministros confunden los sustantivos con los adjetivos y los lustros con los siglos»
P.- ¿Echas en falta liderazgos fuertes, políticos con más carisma?
R.- Yo no tengo otra atadura que mi pérdida de memoria, que es lo propio de la edad. Una pérdida, por otra parte, voluntaria. Mi lema en la vida en estos momentos es: buena salud y mala memoria. Lo recomiendo. Luego hay algún amigo divertido que dice: «Tal y como está la vida, sólo hay tres cosas a las que uno se puede agarrar: la familia, los amigos y, de vez en cuando, un rodaballo». Volviendo a la pregunta, lo que sí echo de menos es a los buenos y formados oradores. Hemos tenido diputados con una capacidad dialéctica formidable. Se notaba que detrás de lo que decían había muchas horas de ilustración. Ahora no podemos decir lo mismo. Tenemos algunos portavoces en el Congreso que dan pena. Y algunos ministros que hasta confunden los sustantivos con los adjetivos y los lustros con los siglos. Por citar cosas de ahora mismo.
P.- Háblanos de tu último libro, Zeus y familia.
R.- Es un fruto de la pandemia. La pandemia dio para todo: para engordar, para hacer bicicleta, para ir a pasear el perro, y a mí me dio para escribir este libro… Zeus y familia es la puesta al día de Los trabajos y los días, de Hesíodo. En definitiva, la historia de Zeus, el dios que presidía el Olimpo, y a partir de ahí se desgrana lo que tienen los mitos de ayuda para la vida. Todos los mitos tienen detrás situaciones de la vida cotidiana. Detrás de cada mito, de cada rito, hay algo que a los antiguos les ayudaba.
P.- Has dicho en alguna ocasión que el periodismo y la novela son formas distintas de contar historias. ¿Son dos tareas compatibles?
R.- Yo creo que sí. El periodismo ayuda a contar historias. La vida no es lo que comemos, que también. Somos lo que leemos, lo que hemos viajado y lo que hemos visto. En ese contexto, es verdad que a veces la ficción le permite a uno evadirse del presente. Lo que pasa es que el presente es manifiestamente impertinente. Me refiero a que es como la ley de la gravedad: uno no puede olvidarla. Por la novela Algo va mal, circulan personajes del mundo periodístico que tienen que ver con experiencias personales. Cuando daba clases en la Universidad Carlos III y en la Francisco de Vitoria les recomendaba a los alumnos de Periodismo una frase de Milan Kundera: «Hay que combatir la injusticia sin caer en ella». Y, luego, añadía algo que a mí me ha procurado algún que otro disgusto: «Hay que decirle a la gente aquello que no quiere escuchar».