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Opinión

La libertad en los partidos políticos, de Trump a Sánchez

«No es bueno para la democracia el libertinaje de los ultras republicanos, pero tampoco el silencio norcoreano de los parlamentarios socialistas»

La libertad en los partidos políticos, de Trump a Sánchez

Donald Trump.

El bochornoso espectáculo que está viviendo Estados Unidos, sumido en una parálisis institucional con el bloqueo por el ala ultra del partido republicano por 11 veces en apenas tres días, en el momento en que escribo esto, de la elección del presidente de la Cámara de Representantes pone de manifiesto el deterioro del sistema de partidos políticos provocado por Donald Trump, en un país en el que el bipartidismo fue una de sus grandes fortalezas.

El que los ultras trumpistas no solo no obedezcan al partido al que pertenecen, sino que ni siquiera hagan caso de la petición del propio Donald Trump, pone de manifiesto que cuando se inicia un proceso populista que cuestiona todo el sistema, desconfía de las elecciones, siembra mentiras, inventa supuestas conjuras y no reconoce las decisiones judiciales, se inicia una espiral de agujero negro que acaba absorbiendo y cuestionando incluso a sus propios candidatos y a su propio partido.

Cierto es que la organización y estructura de los partidos políticos en Estados Unidos es diferente y está marcada por la estructura federal del país, que concede mucha autonomía a los cargos electos en cada estado. Esa independencia de negociación que han tenido siempre se basa en un sistema electoral mayoritario que, al igual que el del Reino Unido, determina que el ganador a partir de ese momento tiene por el compromiso con sus votantes directos por encima de todo, incluso por encima de mandatos de partido.

En este caso, sin embargo, ni todo el catálogo de concesiones que han conseguido arrebatar a Kevin McCarthy, el candidato republicano, ha conseguido calmarles y esa libertad de la que han alardean la están usando para una conjura ultra ideológica, que rompe tanto la estabilidad del partido, como la institucional y que se está convirtiendo casi en una continuación, en este caso legal y política, dos años después justo este 6 de enero, del asalto que vivió el Congreso de los Estados Unidos por parte de miles de seguidores animados por Donald Trump a evitar el relevo en la presidencia. Un Trump ahora ignorado por sus propios políticos y que parece incluso moderado frente a ellos.

«Nunca hemos vivido una auténtica democracia parlamentaria en España porque el sistema electoral determinaba la obligada disciplina del diputado o senador frente a su partido»

En el otro extremo tenemos la rigidez de las estructuras de los partidos políticos españoles. Partidos en los que los órganos internos en los que al menos se hablaba y había cierta pluralidad han quedado totalmente apagados por los procesos supuestamente rupturistas e innovadores de las primarias. Primarias que han reforzado el poder del líder ganador, que ha reconvertido esos órganos internos en órganos disciplinados y entusiastas de lo que diga el líder. Asamblearismo y cesarismo que ponen de manifiesto el mismo problema: los partidos viven solo ya para sus líderes y para sus militantes y no para sus votantes. 

En España, nuestra democracia parlamentaria está basada en la actividad de los partidos políticos, a los que la Constitución considera el instrumento fundamental para la participación política y por tanto el único acceso a los cargos públicos. Quedar fuera de una lista electoral significa el final de la carrera política. Nunca hemos vivido una auténtica democracia parlamentaria en España, en gran medida porque el sistema electoral determinaba la obligada disciplina del diputado o senador frente a su partido, por encima de cualquier iniciativa o discrepancia.

Se cuentan con los dedos de la mano los casos de parlamentarios que hayan votado en contra de las directrices de su partido, más allá de los que lo hicieron con permiso o de forma testimonial, y siempre sin poner en peligro el resultado de la votación. Durante los más de cuarenta años de democracia se puede afirmar que los parlamentarios de cada grupo político han votado en coherencia con lo que les han dictados los responsables del partido a través de los respectivos grupos parlamentarios. Hasta ahora. 

Sinceramente no creo que en esta legislatura la mayoría de los diputados y senadores socialistas se hayan sentido cómodos en algunas cuestiones que han tenido que votar. Me parece que votaciones como la derogación de la sedición o la rebaja de penas para la malversación no han sido fáciles de tragar para quienes han estado en contra del golpismo independentista o de la corrupción política. Lo saben ellos, lo saben sus barones regionales, lo saben sus votantes en muchas zonas de España, y lo sabemos casi todos los ciudadanos. Pero ellos han mantenido una disciplina y un silencio digno del parlamento chino o norcoreano. El miedo al líder o, mejor dicho, el miedo a quedar fuera de las listas les ha paralizado. No es lógico escuchar su ruidoso silencio, total, unánime, «sin fisuras». Porque ellos y el resto de los ciudadanos saben que fisuras hay. Hace falta un poco de heroísmo y de coherencia.

Escribía Rosa Cullell en su artículo ‘Catalanes en La Mancha’ que «…los diputados socialistas de Castilla la Mancha -también de otras autonomías- deberían votar en conciencia en las cámaras del Parlamento. No vale que solo los barones socialdemócratas digan lo que piensan. Sus diputados han de votar en consecuencia. Muchos de sus votantes esperan que se pronuncien a favor del respeto a la Constitución y a la soberanía nacional».

No es bueno para la democracia el libertinaje de los congresistas ultras republicanos, pero tampoco el silencio norcoreano de los parlamentarios socialistas. Ni para la democracia, ni para el partido republicano en Estados Unidos, ni para el partido socialista en España. Porque, al final, cuando les pidan votar sobre un referéndum o una cita o una consulta en Cataluña, puede que las siglas del Partido Socialista solo representen ya las siglas del Partido de Sánchez. Y eso no será bueno para España.

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