THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

Catalanes en La Mancha

«Se ha hablado mucho de los emigrantes que dejaron Andalucía o Murcia para trabajar en Cataluña, pero poco de otras migraciones españolas»

Opinión
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Catalanes en La Mancha

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Mi bisabuelo paterno tenía, sin lugar a dudas, más de ocho apellidos catalanes, aunque yo solo conozco los cuatro primeros: Cullell, Puig, Coll y Planes. A nadie de mi familia se le ha ocurrido buscar los anteriores. ¿Para qué? Era de Sant Joan Les Fonts, en la provincia de Gerona, junto a la zona volcánica de Olot. Nunca alguien de su estirpe había salido de su tierra hasta que Juan Cullell y Puig emprendió el viaje de su vida. Emigró a Albacete en el siglo XIX, poco después de que esa ciudad se convirtiera en capital. Fue un catalán muy manchego.

Juan y su hermana Teresa quedaron huérfanos aún pequeños. Sus padres, Francesc y Teresa, murieron en las epidemias de cólera que arrasaron el norte de Cataluña en ese siglo. En todos los documentos de Juan o Joan (así imagino que le llamaban sus padres), su nombre aparecía en castellano, con los apellidos separados por una «y» griega, nunca por la catalana «i» latina. En las partidas de nacimiento de entonces, los párrocos escribían en español.

Nacido en enero de 1856, abandonó su tierra natal antes de la mayoría de edad con un nutrido grupo de jóvenes catalanes con ganas de buscarse la vida. Emprendedores, se diría hoy. Trabajadores dispuestos a todo, pienso yo. Buena parte de los que integraron aquella partida hacia La Mancha, patrocinada por los sacerdotes de sus iglesias, consiguió progresar. En los 70 y 80 del siglo XIX, la población de la ciudad manchega rondaba los 20.000 habitantes. Quedaba mucho por hacer y todas las manos eran pocas.

Juan Cullell, al llegar a Albacete, trabajó para una empresa de cuchillería, pero acabó abriendo su propia «Fábrica de cuchillos, tijeras y navajas» en el Paseo de la Feria. También fundó un negocio de telas -los Almacenes Cullell- y otro de compra y venta de azafrán, que bautizó como ‘Azafranes de la Mancha’. Prosperó, desde luego, y se casó con una joven de Pozuelo, Isabel López Moreno, con la que tuvo nueve hijos, de los que seis llegaron a adultos. Ya bien situado, fue en busca de su única hermana, de Teresa, que permanecía en un convento de clausura de Gerona. Pero ella decidió tomar los hábitos, quedarse tras las rejas.

Mi abuelo José María Cullell López, nacido en Albacete en 1893, decía que su padre rezaba en catalán, su lengua materna. En esa lengua, aún no normalizada por Pompeu Fabra, y en letra gótica (aprendida con los curas) escribía a su hermana. También redactaba las anotaciones en los libros de cuentas. Era un calatán laborioso y con sentido común; fue a trabajar a su tienda de telas todos los días de su vida, hasta que cumplió 81 años, hasta que la Guerra Civil le encerró en casa.

Falleció en 1936. Una bomba -no sé si roja o azul, porque Albacete fue bombardeada por los dos bandos- cayó sobre su domicilio. Allí estaba, en arresto domiciliario y cuidado por sus hijas, por ser «propietario» y tener «opiniones conservadoras». No falleció a consecuencia de la explosión, sino del susto y, suponemos, de un ataque de corazón. 

Si buscan hoy en las estadísticas de procedencia de los apellidos españoles que publica anualmente el INE (Instituto Nacional de Estadística), verán que hay 687 personas que, en España, se apellidan de primero Cullell; otras 583 llevan ese nombre de segundo. Viven casi todos en tres provincias: Gerona, Barcelona y Albacete. Los Cullell albaceteños son todos descendientes de Juan Cullell y Puig. 

Todas las ramas que salen de ese árbol han ido sumando apellidos diversos; de la Mancha, de Cataluña, de Madrid y de muchos otros lugares. Algunos de los bisnietos o tataranietos de Juan Cullell ni siquiera saben que corre sangre de comerciante catalán por sus venas. 

«No vale que solo los barones socialdemócratas digan lo que piensan. Sus diputados han de votar en consecuencia»

Les cuento la vida del bisabuelo, de la que siempre había oído hablar, pero tenía poca documentación porque llevo unos meses recopilando información sobre su vida y familia para una investigadora y escritora de Albacete que prepara un libro sobre los empresarios y comerciantes de esa provincia en el siglo XIX y XX. 

Muchos llevan apellidos procedentes de Cataluña. Además de los Cullell, están los Matarredona, los Cabot, los Jubany, los Casas Massó, los Surroca… La mayor parte, supongo, sigue orgullosa de sus raíces catalanas, aunque no entienda ni aplauda los intentos de sedición. Quizás algunos estén hartos. No es de extrañar. 

El pasado fin de semana, envié los últimos recuerdos y fotos a la escritora, pero no puedo dejar de pensar en todos esos descendientes de vascos y catalanes. En esas familias que, al revés de lo que ocurrió a mediados del siglo XX, emigraron hacia el centro o el sur de España en busca de oportunidades. Se ha hablado mucho de los emigrantes que dejaron Andalucía o Murcia para trabajar en Cataluña, pero poco de otras migraciones españolas que también se produjeron, que se siguen produciendo. Los nacionalismos buscan encerrarnos en nuestros apellidos, construir muros y estrechas fronteras.

He pensado en aquellos jóvenes aventureros y también en Emiliano García-Page, el presidente de Castilla-la Mancha. Debe, por todo lo que ha largado durante las fiestas, andar muy preocupado; se acercan elecciones. El político socialista ha dejado de morderse la lengua y, contrariando a Pedro Sánchez, ha sido tajante: «Es imposible que en nuestro país haya un referéndum sin que participemos todos los españoles».

Entiendo a Page, pero creo que los diputados socialistas de Castilla la Mancha -también de otras autonomías- deberían votar en conciencia en las cámaras del Parlamento. No vale que solo los barones socialdemócratas digan lo que piensan. Sus diputados han de votar en consecuencia. Muchos de sus votantes esperan que se pronuncien a favor del respeto a la Constitución y a la soberanía nacional. A través de nuevos referéndums o subterfugios diversos (como el  ‘acuerdo de claridad’ propuesto por Esquerra Republica de Catalunya) quieren dividirnos. No lo permitan. O lo pagaremos caro. Todos. 

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