La memoria democrática de 'Pam'
«Me conmociona que haya personas que prefieran a los expistoleros que a políticos que, literalmente, se han jugado la vida por la democracia»
Cuando era pequeño, mi abuela paterna nos regalaba a sus nietos unas piruletas en forma de rombo, Pierrot Gourmand, que nos sabían diferente por el aliciente que las acompañaba: eran francesas y debían ser muchísimo mejores de las que estábamos acostumbrados a chupar aquí, por el mero hecho de venir del otro lado de la muga. Aún recuerdo el ritual que suponía abrirlas, ese delicado papel que las envolvía, el sabor concentrado de sus variedades, y la limitación de no poder repetir pues éramos más de cuarenta primos y mi abuela, por buena que fuese, no se dedicaba al tráfico ilegal de piruletas.
Pronto descubrí que ella no era la única que manejaba ese trajín cruzando la frontera de un país a otro. También lo hacían algunas personas, hombres y mujeres que eran del mismo lugar que mis abuelos, pero que en vez de caramelos transportaban pistolas de nueve milímetros, granadas jotake, amonal, metralletas Uzzi, pólvora e instrucciones concretas para acabar con la vida de la gente que luchaba por la imberbe democracia. Era curioso el hecho de que reclamaran un cacho de Francia atentando en España, pues si hubiesen tenido el coraje de poner bombas al otro lado de la frontera se los habrían merendado en dos patadas. Pero aún padecíamos las consecuencias de cuarenta años de dictadura y hasta que algunos jueces y mandos de la Guardia Civil no demostraron las atrocidades de sus fechorías, en Francia no se movió un dedo por acabar con ellos.
El año que no abortó la madre de Abascal, año uno de nuestra joven democracia, ETA asesinó en España a 18 personas. El año que tampoco abortó la madre de la secretaria de Estado de Igualdad fueron 19, y durante esos 13 años que se llevan los dos políticos murieron asesinadas en España 555 personas, gracias a las armas y coraje de los que cruzaban la frontera al mismo tiempo que las piruletas que tanto nos gustaban, entre ellos, muchos niños que ni siquiera entendían porque volaban por los aires cuando una bomba lapa destrozaba sus cuerpos en cien partes.
«Ya podría haber abortado cualquiera de las madres de todos aquellos hijos de puta que en democracia asesinaron a políticos, policías, jueces y niños»
En aquellos años, Santiago Abascal era un chaval comprometido con la democracia y que sufría amenazas de muerte, intentos de asesinato, cócteles molotov en la tienda de su madre, caballos maltratados sin ley animalista que los amparase, y la seguridad de que en caso de no llevar escolta hubiese recibido un par de disparos en la nuca por defender la libertad y el compromiso que hoy disfrutan a cuerpo de rey quienes se atreven a compararle con una especie de ultra que ha venido, como poco, a destrozar las libertades que tanto nos costó conseguir. Lo mismo le pasaba a Borja Sémper, que no podía ni siquiera ligar sin que tres escoltas le acompañaran hasta el cuarto de baño para hacer pis. Los dos políticos, tan vascos y navarros cómo la Ama Lur, se jugaban la vida mientras unos terroristas sembraban de caos y pánico nuestra democracia.
Hoy en día no se mata en el País Vasco ni en el resto de España, y que Bildu esté en el juego político es, tal y como ha dicho el exministro Margallo en este periódico, un éxito de la democracia, y así lo creo. Pero en este periodo tan polarizado por algunos personajes y medios de comunicación nos hemos embarrado de un complejo y autocensura que pone en riesgo todo lo que nos ha costado conseguir. Me conmociona que haya personas que prefieran a los expistoleros que a políticos que, literalmente, se han jugado la vida por la democracia de la que hoy disfrutan. Y rezuma peste sobremanera que haya políticos y periodistas en España que jueguen y traspasen esa línea roja de la ambigüedad, de la sonrisa y la crispación, mientras nos están empobreciendo y haciendo de la convivencia un escenario de donde rascar votos y mantener sus chiringuitos.
Hoy, cincuenta años después de la muerte de Franco y diez desde que ETA dejó de asesinar, nos vamos a Francia para llenar la nevera, puesto que es más barato comprar leche y huevos en el país vecino que aquí, las Pierrot Gourmand las podemos pedir a través de internet, y se crean Ministerios que sirven para que una secretaria de Estado se descojone mientras unas niñatas desean que la madre de Santiago Abascal hubiese abortado, cuando ya lo podría haber hecho cualquiera de las madres de todos aquellos hijos de puta que durante más de treinta y cinco años en democracia asesinaron a políticos, guardias civiles, policías, fiscales, jueces, periodistas, niños y, en definitiva, a personas que convivieron en el mismo tiempo y espacio que nosotros. Sería sano y justo por aquello de la memoria democrática de la que tanto hablan.