María Teresa Campos no se merece esto
«El juego de Carmen Borrego y Terelu, atrapadas en una escalada hacia la autodestrucción televisiva, ha arrastrado a su madre»
Esta semana, Laura Valenzuela nos dijo adiós a los 92 años. Ya en vida se despidió de nosotros en dos ocasiones: en 1971, cuando se casó con el productor José Luis Dibildos, quien le hizo elegir entre la familia y el trabajo, así que ella lo dejó todo por amor, por ese amor machista de aquella época, y en 2012, cuando decidió apartarse de los focos para siempre y dejar en la memoria colectiva la imagen de una mujer madura, activa, lúcida, elegante, divertida. Quiso que la decadencia de la vejez no entorpeciera ese recuerdo. A Laura hay que reivindicarla mucho porque lo que hizo ante las cámaras desde 1956 era algo inaudito: ella se inventó una forma de presentar televisión porque, hasta entonces, nadie había presentado televisión en este país. Se merece todos los tributos que le están rindiendo y no es casual el cariño que el público le ha mostrado a su hija, Lara, en homenaje a su madre, que siempre tenía una palabra amable tanto para la prensa como para los admiradores que se acercaban a darle cariño. Tenía madera de estrella de otra época.
Aunque todos hemos conocido la triste noticia, Carmen Borrego y Terelu han preferido ocultársela a su madre, María Teresa Campos. Ambas eran muy amigas. Al parecer, el estado de salud de la Campos, de 81 años, ha empeorado en los últimos meses y ahora sus hijas actúan como escudo protector: no solo la protegen de las desgracias que pueden afectarla, también han rogado a los paparazzi que no busquen «la foto» de una anciana desvalida, que guarden el respeto que se merece. Lástima que esa protección llegue demasiado tarde, máxime cuando ellas mismas la han expuesto cuando no debían, donde no debían, a sabiendas de que aceptaría todo por ayudarlas a costa de pagar el alto precio de ir dejando por el camino su prestigio hecho jirones.
María Teresa siempre se resistió a retirarse. Su pasión por el trabajo le daba la vida, pero hubo un momento en que ya no era una opción. Su sueño era acabar su carrera con un formato de grandes entrevistas para su lucimiento y el de sus invitados. No pudo ser. Fue la gran venganza de Paolo Vasile, el capo de Mediaset al que la Campos llamó gilipollas cuando se fue a Antena 3. ¡A quién se le ocurre! Ella estaba en pleno subidón por el cambio de cadena y no fue consciente del gran error que estaba cometiendo. El italiano se sentó a esperar ver pasar el cadáver de la presentadora, pero quiso el destino darle algo mejor: darle a la propia presentadora para poder darle muerte poco a poco. A ella y a su descendencia, porque aquello era cosa de famiglia.
«Vasile practicó con las Campos, durante años y con fruición, una versión sui generis de ducha escocesa, pero en clave de tortura mediática, con el que las dejaba tan desconcertadas como a su merced»
Y Vasile practicó con ellas, durante años y con fruición, una versión sui generis de ducha escocesa, pero en clave de tortura mediática, un buen chorro de agua fría, un buen chorro de agua caliente, con el que las dejaba tan desconcertadas como a su merced: así iba Terelu, como pollo sin cabeza, que lo mismo presentaba Sálvame Deluxe que la bombardeaban a diario con ataques furibundos, le quitaban el puesto, se lo daban a María Patiño, se despedía «para siempre», regresaba como colaboradora y vuelta a empezar. A Carmen Borrego lo mismo la convertían en estrella del programa como la hacían llorar con las cosas más íntimas, desde su papada a la boda de su hijo, que casi provoca un cisma familiar.
El juego de Carmen Borrego y Terelu, atrapadas en esa noria perversa, solo se explica por la necesidad. Es una pena. El problema estriba en que, en su escalada hacia la autodestrucción televisiva, han arrastrado a su madre. Y eso, más que una pena, es una injusticia. Por si fuera poco, aparece la figura de Gustavo, el chófer de la periodista, versión cañí de Paseando a Miss Daisy que colabora en el culebrón con grabaciones secretas y la vocación de escribir un libro de memorias con sus peripecias al volante y la señora a su lado.
Pero todo se enfangó con Las Campos, un reality en el que mostraron no ya aspectos de su vida privada, sino las pequeñas miserias de su día a día en un formato en el que la veterana comunicadora mostraba una actitud reacia, negativa, que jugaba en su contra. Hoy, cualquier estrella que se precie tiene su propio reality, más o menos sonrojante, lo que importa es la desvergüenza con la que se enfrenta a todo, baste el ejemplo de Georgina Rodríguez para comprobarlo. Participar a disgusto es un sinsentido que pasa factura. Como le pasó a ella. Cuanto más incómoda se veía en el programa, más evidente resultaba que no debió participar en él, por mucho que lo hiciera por sus hijas. A ellas les echó una mano, pero ellas le echaron una mano al cuello. A buenas horas el escudo protector. Un poco tarde. María Teresa Campos no se merecía todo esto.