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Opinión

Lo que lleva a 'Pasapalabra' a hacer 'spoiler' con su bote

«A ‘Pasapalabra’ no le gustan las sorpresas. Bueno, a la tele en general, aunque hubo un tiempo en que se regodeaba en ellas con Isabel Gemio»

Lo que lleva a ‘Pasapalabra’ a hacer ‘spoiler’ con su bote

El presentador de 'Pasapalabra', Roberto Leal, en una imagen promocional del concurso. | Atresmedia

Cada tarde, millones de espectadores siguen las peripecias de los concursantes de Pasapalabra, el concurso de más éxito de la televisión española, sabiendo de antemano que ninguno de ellos va a ganar ese día en la icónica prueba final, el rosco. Se supone que parte de la emoción de un programa así consiste precisamente en descubrir si, tras mucho sufrir «con la A, con la B, con la C» y con todo el abecedario, el concursante se lleva a casa el premio. Pues no, no supongamos nada, porque aquí, cuando llega el ansiado día, la cadena lo anuncia a bombo y platillo en una estrategia publicitaria que le funciona como un tiro porque esos programas con premio arrasan en audiencia a costa de eliminar el factor sorpresa de la ecuación: la vez anterior, en febrero de 2021, Antena 3 alcanzó el 31% de audiencia y superó la barrera de los cinco millones.

Este jueves, los espectadores sabían de antemano que el rosco acabaría en verde y que se entregaría el mayor bote en los 23 años de historia del concurso: 2.272.000 euros. Y en prime time, en una maniobra que habrá dejado tiritando a Telecinco y TVE. A los espectadores no les molesta el spoiler, al contrario, quieren saber cuándo toca bote. No quieren sorpresas, quieren certezas. Eso sí, con la nueva mecánica, se jugaba con la intriga de ver cuál de los dos concursantes, Orestes o Rafa, era el ganador. Al menos había algo de emoción en ese duelo en el que ambos se han convertido en personajes populares y queridos.

A Pasapalabra no le gustan las sorpresas. Bueno, a la tele en general, aunque hubo un tiempo en que se regodeaba en ellas con Isabel Gemio. ¡Qué recuerdos! Ahora no, ahora se va sobre seguro. No hay más que ver los telefilmes que atiborran las parrillas los fines de semana. A los cinco minutos, uno ya sabe quién es la asesina, quién muere, quién se casa con quién… Todo es más previsible que el calendario zaragozano. Son producciones para espectadores multitask: uno puede ir al baño, hacerse la merienda, chequear el correo, levantar la vista y seguir la trama en el punto que esté sin tener la sensación de haberse perdido nada, porque en realidad no se lo ha perdido, lo que ha sucedido es lo que tenía que pasar.

«Ir a un programa de televisión en horario de máxima audiencia a decir que vivimos en una dictadura forma parte de la coherencia de un personaje que confunde Twitter con el Tribunal Supremo»

Se llega al final sin sobresaltos, sin estrés para el espectador que solo quiere que la realidad confirme lo que esperaba. La paz que da no tener expectativa alguna no tiene precio, que bastante tenemos ya con el sinvivir del día a día. ¡Y sin temer un final decepcionante! Porque el final es que el que sabías desde el minuto cinco. (Un apunte, como amigo se lo digo, huyan si el telefilme incluye la coletilla ‘mortal’ en el título: las tramas de animadora de Oklahoma que mata a sus compañeras que le hacen sombra o de señora psicópata que se hace pasar por otra para recuperar a su hija biológica adoptada por una pareja de Wisconsin son las peores).

Otro ejemplo. Que Mario Vaquerizo va a Déjate querer, pues ya damos por sentado que se avecina una retahíla de memeces. Entonces llega Mario y lo confirma: «Mi familia ha vivido una dictadura y yo ahora me siento identificado. No puedes decir lo que piensas. Se supone que habíamos avanzado mucho. Estoy diciendo una cosa políticamente incorrecta, pero es que yo me defino así», aseguró el pasado sábado. Ir a un programa de televisión en horario de máxima audiencia a decir que vivimos en una dictadura en la que no se puede decir lo que uno piensa forma parte de la coherencia de un personaje que confunde Twitter con el Tribunal Supremo y un hashtag de cancelación con una sentencia en firme a pena de muerte por garrote vil.

Pero Mario, al que el régimen habría aplicado gustosamente la Ley de Vagos y Maleantes, al menos es un reprimido bien remunerado: 13.000 euros por servir una caña en el anuncio de la Comunidad de Madrid. ¡Que nos repriman así a todos, qué demonios! Esto es como los discursos mañaneros de Ana Rosa Quintana, la «autora» de Sabor a hiel, el libro que tuvo que ser retirado por plagio -y que ni siquiera había escrito ella-, sobre la falta de ética en la política española; los comentarios rijosos de Pablo Motos sobre lo buenorras que están sus invitadas o los tonteos de Jorge Javier Vázquez cuando los buenorros son sus invitados: son lo que esperamos, nos reconfortan porque sirven como confirmación de que la vida sigue. Y como decía el filósofo melódico Julio Iglesias, la vida sigue igual.

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