11 suicidios al día
«El Ministerio de Igualdad no ha dicho una sola palabra respecto a las más 1.000 mujeres que el año pasado se quitaron la vida de manera voluntaria»
En un guiño umbraliano, disculpen pero vengo a hablar de mi libro. 11 personas al día se quitan la vida en España, aunque eso signifique que lo intenten 33. No me gustan los números estadistas, quizá unos días lo hagan 34 pero al día siguiente sean 26. Sea como fuere, el caso es que el año pasado se superó la barrera de los 4.000 finados por voluntad propia. El mismo año, 49 mujeres murieron por violencia de género, como gusta llamar a los generadores de términos. Eso quiere decir que en cuatro días se suicida más gente en España que mujeres asesinadas en todo el año.
Siguiendo el gasto público que supone un Ministerio que lucha de manera tan confusa contra la violencia, es decir, 500 kilos euro arriba o abajo, ¿qué disparate de dinero habría que destinar para reducir la cantidad de suicidios en nuestras lindes?
En cuarenta años de democracia hemos colocado unas mamparas en el Viaducto de Segovia y habilitado un teléfono anti suicidios. Antes que existiera el Ministerio del derroche, por ejemplo, en 2016, en España murieron asesinadas el mismo número de mujeres que el año pasado, 1.500 millones de euros gastados después. Pero ya que estamos hablando de números, veamos cuántas de esas 4.000 muertes son mujeres.
«El escándalo se viste de cosas menos importantes, leyes para animales, ladrones, expistoleros, violadores y corruptos, pero no dejamos hueco para la gente normal que no puede dar un paso más»
En un artículo en este periódico de Marcos Ondarra, según los datos publicados por el INE respecto a 2022, se suicidaron en España 2.982 hombres frente a 1.021 mujeres. Estos datos sirven al menos para situar la gravedad del problema y reducir el ruido de la calle frente a populismos y demagogias. Al que mate a su mujer, hombre, o pareja de la índole que sea, deberían meterlo en la cárcel y que se pudra, caparles, lo que sea con tal que se reduzca a 0 el número de asesinadas. Lo que es temerario y de juzgar, es que ese mismo Ministerio haya hecho una ley y que sirva para reducir penas y expulsar de la cárcel a los violadores. La otra gran chapuza, como lo de cambiarse el género en el registro, ya vemos por dónde se está luciendo. Hecha la ley hecha la trampa, y no se tiene aún constancia de cuantos reos violadores han reclamando un cambio sexo y de cárcel para estar rodeado de sus víctimas. También con las oposiciones, las cuotas y veremos hasta dónde llega esta burrada.
Sin embargo, ese mismo Ministerio no ha dicho una sola palabra respecto a las más 1.000 mujeres que el año pasado se quitaron la vida de manera voluntaria. Así que después de llamarnos violadores a todos los hombres, de ensuciar la calle con cartelas demagógicas y subir a hablar con cara de odio, cada vez que un chiringuito nuevo se abre sobre el agujero de nuestros bolsillos, deberíamos al menos tener en cuenta que una gran mayoría silenciosa se muere de pena mientras el foco está puesto en la esquina de enfrente, allí dónde caiga un trocito de subvención que siga haciendo del ruido de la calle la vergüenza de nuestros adentros. Nadie tiene una fórmula adecuada para tratar este tabú. El efecto llamada, el crítico aumento en los adolescentes, la salida que acorta la vida de los que se quedan; muchas son las derivas que este tema va cogiendo a medida que se conocen los datos del horror, pero esta sociedad que deambula entre el narcisismo y la corrección, aún tiene miedo de mirarse por dentro por lo que se pueda encontrar.
De los errores se aprende y de las caídas uno se puede levantar. Lo que aún no hemos conseguido, ni con inteligencia artificial, es aquello de volver de la muerte. El libro, que se llama El puente de los suicidas, se ambienta en un Madrid de finales de los noventa, cuando se tiraban desde el Viaducto de Segovia seis personas al mes. Ese año, en 1998, se registraron en España algo más de 3.000 suicidios. Con lo que en veinte años, en esos veinte en los que la inmediatez y la tecnología se han adueñado de todo, 1.000 personas más se suicidan en nuestro país cada año. Después de la pandemia la cosa se ha ido de las manos, mientras el escándalo se viste de cosas menos importantes, leyes para animales, para ladrones, para expistoleros, para violadores y corruptos, no dejamos hueco para la gente normal que no puede dar un paso más.
Siento haber aprovechado este espacio para hablar de mi libro, que no trata de sueños imposibles ni de amor entre un transgénero y una ameba, pero sí habla de lo que no se ve pero se escucha, de lo que ocurre justo al lado de nosotros, de alguna que tuvimos delante y no prestamos atención, de alguno que vivió en la misma calle mientras mirábamos la pantalla del móvil. Va de lo que cuesta hablar y tratar, pero sobre todo habla de personas normales que un día decidieron que era mejor matarse que seguir viviendo en un mundo que no tuvo tiempo de preguntarle qué le pasaba.