Viagra, coca y todo lo demás
«Esta deriva de medicarte sin necesidad solo sirve para que Pfizer se siga forrando mientras la raza humana continúa su prolongado esfuerzo hacia la extinción»
Hay efemérides que suenan más que otras. Me dice Gonzalo Bans que celebramos una del todo curiosa, ahora que está bien de moda el tema de la gestación subrogada, los vientres de pago, los 150.000 lelos que cuesta ser madre por encargo, o como el caso que nos atañe, que Viagra cumple 25 años desde que comenzara a levantar la moral de los que por diferentes razones tenían problemas para empalmarse.
He querido rescatar una máxima del desaparecido filósofo Antonio Escohotado que decía «de la piel para dentro es territorio soberano» y lo cierto es que viene que ni pintada con este revuelo social que ha conseguido esquivar el resto de barbaridades a las que nos tiene acostumbrado el inquilino de Moncloa y su grupo de ministros.
¿Puede una persona a la que no le funciona el gatillo utilizar la medicina para sortear su problema? Parece que sí. ¿Puede una mujer someterse a fecundación in vitro para quedarse embarazada? Pues parece que también. ¿Puede entonces una mujer o un hombre comprarse un bebé por encargo? Pueden hacerlo, sí, pero la piel del que está en camino, del bebé pagado, la niña ajena, resulta que también tiene eso del territorio soberano al que aludía el gran investigador de la curiosidad.
El debate está claramente mal enfocado. Desde un principio se dice que los derechos de la mujer son universales, puesto que la que compra y la que vende tienen derecho —o eso dicen las más voceras del foro — de hacer con su cuerpo lo que les venga en gana. Y faltaría más. Pero se olvidan, como no podía ser de otra manera, de los derechos que también tiene la mercancía que compran o venden. Así que deberían limitar sus caprichosas decisiones o anhelos en esa misma frontera dónde empieza la libertad del otro que nace vendido. Teniendo clara esta premisa, lo de ir comprando bebés por el mundo suena a bot o algo peor. Por eso creo que debemos zanjar la opción mercantilista de ser padres a costa de todo, por muy bien o mal que la vida nos lo haya hecho pasar. Yo nunca seré rico por mucho que me fascine no tener que preocuparme a fin de mes, y como nunca sucederá, pelillos a la mar.
«El uso de un medicamento debe servir para quien lo necesita, como ser madre debería estar acotado a quien pueda, no permitírselo económicamente, sino gestarlo»
Volviendo al tema del cuarto de siglo de la pastilla azul, recordemos alguna de sus peculiaridades. El Sildenafil, nombre real de la pastilla mágica, fue descubierto por casualidad, cuando los científicos del laboratorio Pfizer investigaban para encontrar un medicamento contra la angina de pecho. Sin que nadie lo hubiese previsto, uno de los efectos secundarios que provocaba el nitrato de sildenafil, era una fuerte y prolongada erección. De pronto el problema de uno de cada tres hombres mayores de 40 años se terminaba de golpe. Así que los buenos gestores de Pfizer, a quienes también debemos el alumbramiento redondo de la vacuna contra la covid, decidieron ponerse a fabricar pastillas azules para llenar de alegría los hogares de los más desvalidos en el arte de la pasión. Y, como todo lo que comienza por casualidades, termina por llevarse a usos y necesidades que también han resultado casuales y que no se tuvieron en cuenta antes de su comercialización. Las pastillas las consumen mayores, menores y todo el foro que ha encontrado, en este sentido, el mejor filtro de Instagram para sus bajos.
Ahora los chamacos jóvenes se las ingenian para hacerse con Viagra, Cialis, Tadalafilo y todo tipo de derivados para ser también metrosexuales en los lares del miembro. El uso de este tipo de trampitas ya no está reservado para la gente que realmente lo necesita, sino que acompaña el bolsillo de muchos menores de 30 años que no deberían necesitarla para echar un casquete. De este modo, si antaño teníamos mil pelas para poder hacer casi de todo, ahora los jóvenes se arman de este tipo de medicamentos para funcionar mientras también ingieren otro tipo de drogas como la cocaína o el MDMA, acercándose a la frontera del infarto a galope desbocado. Esto sucede porque el consumo de drogas altera el funcionamiento del cuerpo y por ende, del miembro, así que se trata de sortear el problema de la erección tirando de pastillas azules, amarillas, o del color que deseen pintarla en su casa de origen. El problema contiene riesgos que empezamos a conocer, pues el uso continuado de estos fármacos termina por hacer el efecto contrario desde un punto de vista psicológico y funcional. Cuanto más las consumes menos efecto revierte en el cuerpo, así que si esto sigue así, muy pronto necesitarán una pastilla que les quite el enganche de otra pastilla para que se puedan tomar las pastillas tranquilos. Pues eso, un lío de tabletas que va a terminar por dejar con disfunción eréctil a todo el personal.
25 años desde que Viagra llegó al mundo y uno se pregunta si dentro de poco tiempo necesitaremos también una pastilla verde para ser felices, una roja para ser gigantes, una morada para ser ambiguos y otra de color ocre para que terminemos de ser gilipollas del todo. El uso de un medicamento debe servir para quien lo necesita, como ser madre debería estar acotado a quien pueda, no permitírselo económicamente, sino gestarlo. Pero esta deriva de medicarte sin necesidad, de ir hasta las trancas y seguir dotado, de tomarla por si acaso, sólo sirve para que Pfizer se siga forrando mientras la raza humana continúa su prolongado esfuerzo hacia la extinción.