Jon Rahm y las Kardashian
«Los hijos de las Kardashian no es que tengan sus propios móviles, es que tienen en casa una ciudad en miniatura con castillo y Starbucks»
Una vez trabajé en un canal de televisión. En ese medio, además de presentar un magazine, colaboraba como comentarista en programas políticos. Y les cuento esto porque en ese lugar hice una cosa inédita: reconocí que había un tema del que no sabía nada y no opiné de él. Vamos, que pudiendo marcarme un Lucía Méndez -la periodista de El Mundo dijo la pasada semana en TVE que el golfista Jon Rahm es «relativamente español»-, no lo hice. En mi caso no por ser mucho más lista que esta señora, que espero que también, sino porque temí que mi editor me enterrara viva si decía en voz alta lo que estaba pasando por mi cabeza.
En concreto querían preguntarme por la situación de Armenia y Azerbaiyán. Yo sé del genocidio armenio lo que cuentan las Kardashian en su reality, e incluso me planteé expresarlo. Pero la mirada de ese hombre me detuvo. Él sí sabe mucho de armenios, genocidios, Agenda 2030, globalismo, batalla cultural, y en general todos los temas que no pueden interesar a la gente guapa con excepción de su persona, que diría Pedro Sánchez. A mí la batalla cultural solo me interesa si la puedo dar como María Pombo: sin enterarme, estando muy buena y teniendo muchos hijos ideales que le den a la gente ganas de tener otros muchos hijos, seguramente no tan ideales.
Las Kardashian, en cambio, me apasionan. Hace años me caían como una patada en la cabeza. Un día, hace ya cinco o seis años, alguien se dejó puesto su programa en casa de mis padres. No me levanté a buscar el mando a distancia por pura pereza, y me acabé tragando ese capítulo y los dos que vinieron detrás. Desde entonces soy fan incondicional de las hermanas más ricas y excéntricas del mundo. No querría tener ninguno de esos cuerpos de proporciones imposibles, pero me encanta mirarlos. No querría salir con los mismos hombres con los que salen ellas -la mayoría jugadores de la NBA o cantantes que acaban siéndoles infieles-, pero lloro y como helado con Kim, Kourtney, Khloé, Kendall y Kylie cuando se da el caso.
«Creo que a mi madre le produce el mismo mal humor verme perder el tiempo con las vidas del Clan Kardashian que a mi me causan mis hijos viendo a los niños youtubers»
Tampoco tengo, a Dios gracias, un padre o padrastro que se haya cambiado de sexo. Y eso que Bruce Jenner, ahora Caitlyn, me cae fenomenal. En lo único que podemos parecernos es que en alguna ocasión llevamos a los niños vestidos de desastre: ellas, casi a diario. Yo, cuando se me destiñe una lavadora y en lo que arreglo el desaguisado los llevo con unas mezclas de estampados que los hacen parecer los hijos de una progre.
Antes de tener hijos, si veía a alguna niña vestida con cosas de unicornios pensaba: «Nunca dejaré salir así a mis hijos». Ahora que soy madre no los llevo con purpurina -son chicos-, pero la ropa de Los Vengadores que inicialmente «mami, solo va a ser para dormir», acaba alguna vez paseándose por la calle. También pensé que jamás les dejaría el móvil y ahora lo hago cuando necesito comer tranquila. No hay que culparse, somos mamás que tienen que sobrevivir. Los hijos de las Kardashian no es que tengan sus propios móviles, es que tienen en casa una ciudad en miniatura con castillo, un Starbucks y hasta su tienda de cosmética con productos de la línea de sus madres y tías. Todo en su tamaño. El resto de los mortales, lo más cerca que hemos estado de algo así es cuando íbamos a Imaginarium y los niños entraban por la puerta bajita.
Creo que a mi madre le produce el mismo mal humor verme perder el tiempo con las vidas del Clan Kardashian que a mí me causan mis hijos viendo a los niños youtubers que me parecen estupidísimos. Pero precisamente por eso les dejo verlos: porque hay cosas que son imposibles de no mirar. Además de que están en todas partes. Un día cualquiera y solo fijándote en lo que hace Kim, la más famosa, te enteras de que se ha puesto una cazadora motera para emular a Rosalía, ha ido a la cárcel para promover una iniciativa que cambie las leyes de libertad condicional en favor de la reinserción, se ha hecho fotos en bikini después de entrenar y se le ha irritado el cuero cabelludo. Real y literal. No hay un personajazo como ellas. La única que podría llegar a acercarse es nuestra Georgina. Que mezcla como ellas el chándal y los tacones con cinco quilates de brillantes. Que según sube al avión privado de Cristiano -al «jet», diría ella- se pone morada a ibéricos y que basa su relación con sus mejores amigas en recordarles todo el día que ella es muy rica y las otras muy pobres. Qué sería de nosotros sin ellas.