¿Y qué pasa cuando quien censura y cancela es Pedro Almodóvar?
«Pedro intentó que me echaran de ‘El País’ por un artículo sobre el papel de Bibiana Fernández en ‘Tacones lejanos’»
Anda el mundo de la cultura revuelto con los primeros signos de censura tras los pactos PP–Vox: la retirada una película de dibujos animados por un beso lésbico de apenas un segundo, la suspensión de la programación de una obra sobre un maestro republicano, el veto a la representación de Orlando, de Virginia Woolf, por el contenido homosexual de la obra, o el escándalo de los genitales con los que se juega en los escenarios de un clásico de Lope de Vega, convertido de pronto en un pervertido, han caldeado un ambiente que ya empezó a encenderse tiempo antes de las elecciones con la expulsión de Paco Bezerra de los madrileños Teatros del Canal con su monólogo Muero porque no muero, protagonizado por una libérrima Santa Teresa de Jesús.
La titánica y solitaria batalla del dramaturgo contra esa injusticia prendió una llama que ahora amenaza con incendiar el mundo de las artes, que comparte en redes un mismo mensaje: «Las y los profesionales del mundo de la cultura denunciamos el retorno de la censura que está atentando contra la libertad de expresión, un derecho consolidado social y democráticamente en nuestra Constitución. Exigimos la protección de los derechos fundamentales. Sin cultura no hay democracia».
Hay que ser torpe, patán y lerdo para, a estas alturas del siglo XXI, tomar decisiones políticas tan ridículas y fuera de lugar. Si hace un tiempo todo eran quejas sobre la dictadura de lo ‘políticamente correcto’, ahora el discurso es contra unas decisiones ajenas a la realidad, madurez y libertad de la sociedad española. Ya está bien de que nos vengan otros a decir qué podemos ver o no. Que nadie decida por nosotros. Ni en las instituciones ni en las redes sociales, aunque está claro que son las primeras las que tienen capacidad real de decidir.
La idea que ahora toma fuerza es, al parecer, crear «una plataforma o movimiento con forma legal que agrupe transversalmente a todos los sectores de la cultura», al tiempo que se denuncia «las cancelaciones de espectáculos y actuaciones musicales en todo el Estado, motivadas únicamente por criterios partidistas y políticos».
Entre las declaraciones que han acompañado el nacimiento de esta corriente nos quedamos con una de Pablo Hueto: «El Estado de Derecho es maravilloso y no lo queremos perder, pero tenemos un problema gordo y queremos que la sociedad en general se posicione. La censura es inaceptable, venga del PSOE, PP, Vox o Sumar». El discurso está muy bien, pero, ¿qué pasa cuando la censura viene de los mismos que apoyan la causa? De Pedro Almodóvar, por ejemplo.
Antes de que las peticiones de cancelación se hicieran por redes sociales, mucho antes del escarnio público, había un método no por discreto menos eficaz: la llamada telefónica a tu jefe directo. Aunque, en el caso de Almodóvar, he de decir que hubo una amenaza pública en el Hotel Ritz durante la entrega de la Medalla de Oro de la Academia de Cine a Sara Montiel: «¡Que sepas que en el Grupo Prisa conozco gente mucho más importante que tú!», me espetó delante de los invitados a la cena. Todo porque no me había gustado Kika.
Pedro es de esos que te dedica puñales por una mala crítica de Matador, pero no te da ni las gracias por una buena de La ley del deseo. Intentó que me echaran de El País por un artículo sobre el papel de Bibiana Fernández en Tacones lejanos y, no contento con ello (aunque logró que me castigaran una temporada sin colaborar en la edición dominical), hizo la misma maniobra en la Cadena SER, donde yo por entonces colaboraba los fines de semana en A vivir que son dos días.
La cara de Fernando Delgado escuchando las diatribas del manchego era un cuadro: «Nunca imaginé que alguien supuestamente a ese nivel internacional se podía rebajar a tanto», recuerdo que me comentó el presentador, tan sorprendido como decepcionado. Incluso el gabinete jurídico de la emisora me tranquilizó: Pedro Almodóvar podía desgañitarse, pero no podría hacer nada. Libertad de expresión, sí, la misma que ahora como abajo firmante pide para los españoles pero que él mismo no parece respetar cuando le afecta directamente a él o a su obra. Que se lo digan también a Carlos Boyero, al que el cineasta dedicó un ataque feroz por su crítica de Los abrazos rotos en el que mandaba un recadito al jefe de Cultura, confesando que había llamado al director del periódico. Ya imaginan para qué, ¿no?
Pedro pidiendo cabezas en aras la libertad de expresión. ¡Vaya novedad! Estaría bien que antes de firmar cualquier manifiesto, uno hiciera un sano ejercicio de autocrítica, un repaso moral a sus propios actos y que fuera tan honesto consigo mismo como con los demás, porque de cínicos ya vamos sobrados, la verdad.