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Panes, peces y João

«Los pocos que le defendían en el Atleti, ahora le aborrecen»

Panes, peces y João

El futbolista del Atlético de Madrid João Félix. | Shaun Brooks

Jonas Vingegaard abrió el matadero en Combloux y 24 horas después inauguró la carnicería en Courchevel. En la Louze bajó a Tadej Pogacar del Olimpo al asfalto y sentenció su segundo Tour consecutivo para coronarse el 23-J en Campos Elíseos. Eso sí que es ganar unas elecciones con mayoría aplastante. Un héroe, el ciclista danés, en un mundo donde el roce de las cadenas libera a los esclavos de la bicicleta y donde pedalear hasta el último aliento no es una figura literaria. “Estoy muerto, me voy”, gritaba Pogacar. Pero siguió, aunque vacío y fantasmal, y cruzó la meta. Es el ciclismo.

Puede que el fútbol, por encima de la dramaturgia de las montañas, sea “mucho más que una cuestión de vida o muerte” (Bill Shankly); en cualquier caso, es el único deporte que avanza aun mezclando el espectáculo con la desmesura. El fútbol, el exceso en grado superlativo donde se habla de millones sin sonrojo, dejó de ser un agujero negro en este país de pasiones alborotadas y urnas en el tórrido julio para convertirse en una fuente de riqueza, sobre todo para los futbolistas. El 1,25 del PIB español procede del fútbol, que genera 425.000 empleos. La Liga es el mecenas que destina cada año más de 125 millones para ayudar a otros deportes, mientras vigila a los suyos para evitar los desmadres de antaño, aquellos tiempos del hambre y la picaresca en que apenas se encontraban otras salidas que el concurso de acreedores. Hoy, los pufos con Hacienda y la Seguridad Social son un mal recuerdo; hoy, un club como el Barcelona, con un pasivo por encima de los 4.000 millones (1.350 millones de deuda reconocida, más 2.820 del Spai Barça, incluidos los intereses), se plantea negociar con el Atlético la contratación de João Félix, que en su descubrimiento costó nada más y nada menos que 127 millones de euros. El milagro de los panes y los peces se queda corto.

Si lo de Kylian Mbappé, a quien el PSG ha dejado sin gira por Japón y ha colocado en la rampa de salida, es una mezcla fascinante de engañabobos e historia interminable, lo de João es un melodrama con tintes de sainete. Si el “Menino” acarició en esta pretemporada la idea de triunfar en el Atlético tras fracasar también en el Chelsea, como tiene menos luces que un semáforo se declaró al Barcelona en la oreja de un plumilla. Los pocos que le defendían en el Atleti ahora le aborrecen, por niñato, estúpido y desagradecido. Ya ni siquiera se recela del entrenador, que no le aguanta y hasta puede que lo desprecie por la última añagaza. Si el fútbol es un sentimiento, entre la afición rojiblanca está tan arraigado que perdona antes a un mal árbitro, aunque atienda por Babacán, que a un traidor.

«La Liga es el mecenas de otros deportes»

La reciente historia atlética tiene miga, y tanto misterio como su facilidad para vender y su dificultad para afrontar fichajes postineros, después de estrellarse con el susodicho João. La cuestión, o una parte de ella, es que Simeone tiró la primera mitad de la pasada temporada. A base de partidos infames, de fútbol escatológico y de eliminación tras eliminación (Liga de Campeones y Copa) hasta que a base de sopapos espabiló, aburrió previamente a las ovejas; devotos “cholistas” abominaron de la religión y su contrato se habría extinguido una temporada antes de la fecha de caducidad de no ser porque en la segunda mitad enderezó el rumbo y acabó tercero, tras Barça y Madrid. Pasado el ecuador y una vez repuesto del soponcio, el equipo mejoró tanto que no terminó subcampeón porque al técnico en algún partido le dio un ataque de entrenador o, también, porque entre el VAR y los árbitros arruinaron el esprint rojiblanco.

Desde el infierno no se llegó al éxtasis porque el acelerón sólo alcanzó hasta la tercera plaza. Se quedó corto el Cholo, erró tanto en los cálculos como con el tratamiento a João Félix desde que abrió el paquete. Recibió un diamante en bruto, un futbolista con un talento descomunal, una promesa de apenas 20 años que fue incapaz de pulir. Tampoco es que el prenda pusiera demasiado de su parte. El caso es que el chico se aburrió y comprobó, al retornar de la aventura inglesa, que si antes no convencía ahora pintaba menos que la Tomasa en los títeres. De ahí la carta de amor al Barcelona, que ficha y ficha y sueña con fichar mientras el culé, perplejo, asiste a una increíble e inexplicable multiplicación de panes, peces, euros y futbolistas. Hasta que liquide la ensoñación o Laporta se caiga del guindo. Porque no es lo mismo lo tangible que lo palpable. En este segundo término se encuentra la selección española de fútbol femenino, que ha empezado el Mundial sin enamorar, pero triunfante: 3-0 a Costa Rica. Del equipo de Jorge Vilda se espera lo mejor, aunque por no dar su brazo a torcer -la razón le asiste- algunas de las mejores no están en Nueva Zelanda. Quince jugadoras le echaron un pulso, que él ganó, y una docena de aquellas desaparecieron de la Selección.

A Vilda le culparon del “fracaso” español en la Eurocopa de Inglaterra’2022. Cayó en la prórroga de los cuartos de final ante la selección anfitriona y, a la postre, campeona. Sendos goles en los minutos 84, tras posible falta a Irene Paredes, y 96 neutralizaron el tanto de Esther González. España chutó más (17 a 10), dominó más (58%) y fue más eficaz en las combinaciones (85% frente a 74%), pero perdió. Poco importó que en vísperas del campeonato se lesionara Alexia Putellas, la mejor jugadora del mundo, y en el partido crucial una decisión de la colegiada de turno le hiciera la pirula. Le sentenciaron. Ahora acude a la redención porque en el deporte siempre hay una segunda oportunidad, incluso para los malditos. 

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