Perales no murió y Daniel Sancho sí cenó
«Una España sin canción del verano, ya tiene crimen del verano. Componentes para el morbo, haberlos, haylos»
Se está muriendo gente que no se ha muerto nunca. Este lunes dieron matarile—digital, claro—a José Luis Perales, aunque como escribió el usuario Lobo41015 en Twitter—me niego a llamarlo X—«alguien que ha escrito Marinero de luces es inmortal». Dicen que se está muriendo gente que en realidad no se ha muerto y lo peor es que hay medios, algunos serios y otros remedos de periódicos, que dan pábulo a la ‘noticia’. Pasado el susto, hasta es cómico que uno se entere de su muerte estando vivo. Presenciar en vida las loas que te dedicaran cuando fallezcas, que en España enterramos que da gusto. Observar a todos aquellos buitres que ante tu muerte destacaran cómo fue cuando te conocieron. «Todo lo que dices habla de ti: en especial cuando hablas de otro», escribió Paul Valéry.
Perales no se marchó como sí lo hizo aquel velero llamado Libertad. Estaba con su familia en Londres, y todos respiramos tranquilos esa noche agosteña. Perales vive, la lucha sigue. Tomasso Debenedetti también vive, aun habiendo matado a unos cuantos famosos. Asesinados, virtualmente, aclaremos. A Debenedetti, que se cree de profesión periodista, le pillaron inventándose entrevistas a personajes tan populares como el Dalai Lama, Mijaíl Gorbachov o el Papa Benedicto XVI; se especializó tiempo después en utilizar Twitter como un sicario digital. Así se convirtió este italiano en el mayor asesino en serie de famosos de la historia. Dio muerte (falsa) a Arturo Pérez Reverte, Bashar al-Ásad o J. K. Rowlin. Juega Debenedetti con la muerte, a sabiendas de lo que gusta a los medios ser los primeros en contar algo. Los Usain Bolt de las necrológicas.
Una muerte siempre interesa. Pero el asesinato gusta si cabe más. Entiéndame, llenas están las plataformas de los sensacionalistas, y algunos sensacionales, true crime, reconstrucciones de los crímenes reales. O lo de cenar en tu casa pensando «pues no estamos tan mal», pero llevado a la enésima potencia. Convivimos con podcast de crónica negra que relatan, en muchas ocasiones sin pudor alguno, detalles sobre muertes que solo hacen salivar, como el perro de Pávlov, al oyente. Estaba la España vacacional revuelta viendo Las últimas horas de Mario Biondo, el documental sobre el suicidio del cámara italiano, pareja de Raquel Sánchez Silva, cuando llegó a nuestras pantallas «lo de Tailandia». Les presupongo informados. ¿Alguien no conoce todavía el presunto crimen macabro que Daniel Sancho ha ejecutado en una isla paradisíaca de Tailandia?
Una España sin canción del verano, ya tiene crimen del verano. Componentes para el morbo, haberlos, haylos. Un hombre joven y atractivo, hijo de Rodolfo Sancho. Koh Phangan, una pequeña isla tailandesa de la que llegan tambores de sangre. Una relación, aún por dilucidar, entre Daniel Sancho y el cirujano asesinado Edwin Arrieta. Una acusación para el español, la de asesinar y descuartizar al colombiano Arrieta. Una confesión, la de Sancho: «Soy culpable, pero yo era su rehén». Cárceles tailandesas. Justicia tailandesa. Nos hemos lanzado los medios a contarles todo lo que sabemos, que es poco, pero exprimido hasta la última gota. Ha colaborado un Sancho impasible. En la nota ridícula dentro del horror, él ha contado que la policía le había sacado a cenar con ellos en el mejor hotel de la isla.
Nicola Lagiogia, que es italiano, periodista—no como Debenedetti— y escritor, publicó el año pasado un libro fascinante, La ciudad de los vivos. Cuenta un crimen horripilante, sin más móvil aparente que el horror por el horror. Dos jóvenes romanos de buena familia, Manuel Foffo y Marco Prato, una noche de marzo de 2016 acabaron con la vida de Luca Varani, de clase trabajadora y 23 años, al que apenas conocían. Después de horas de sexo, empezaron, drogados hasta las cejas, a torturarlo hasta la muerte. Lo que pretende ser un libro sobre un crimen, es también una obra sobre la naturaleza humana, y nuestra cercanía hacía lo que llamamos «monstruos», que son también seres humanos. Incluso humanos que parecen «perfectamente normales». El mal no tiene que tener formas extravagantes.
Escribe Lagiogia: «Todos tememos asumir el papel de víctima. Vivimos con la pesadilla de que nos roben, nos engañen, nos agredan, nos pisoteen. Es más difícil temer lo contrario. Rezamos a Dios o al destino para que no permita que nos topemos en la calle con un asesino. Pero ¿qué obstáculo emocional tenemos que superar para imaginarnos a nosotros mismos asumiendo algún día el papel del verdugo? Siempre decimos: ‘Por favor, no dejes que me pase a mí’. Y nunca: ‘Por favor, no dejes que sea yo quien lo haga’». Los capítulos del serial Sancho, su culpabilidad o inocencia, irán emitiéndose en sus pantallas. Hasta que la historia se resuelva o hasta que usted le deje de interesar. «Es el mercado, amigo». Aunque ahora todo se centra en dos preguntas: «¿Cómo fue?», y como canta, y cantará, el más vivo que nunca José Luis Perales: «¿Y cómo es él?».