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Nunca seré independentista

«Recuérdalo, absolutamente todos los nacionalismos son perversos. Sí, también el español»

Nunca seré independentista

Concentración independentista en Barcelona. | Europa Press

Nunca seré independentista. Lo tengo asumido, no he sentido aún—me temo que nunca sentiré—la llamada a la fe soberanista de turno. Debo andar mi camino—espero largo y poco errado—siendo un anodino andaluz que reside en Madrid. No podré ser víctima. Al menos en lo identitario. Siempre se pueden buscar motivos para la victimización en la era de la pornografía moral en la que nos hayamos. En todo caso algunos dirán que soy victimario. Dado que ejerzo mi profesión en la villa y corte, soy uno más de los muchos periodistas a los que agrupan en una amalgama llamada «prensa de Madrid». A los que critican, con su idiosincrática soberbia, el cómo nos atrevemos a opinar sobre lo que pasa en Cataluña o en el País Vasco. Como si Barcelona fuera Soweto y no estuviera a unas pocas horas en tren. 

Nunca seré independentista porque soy andaluz. No padece esa tierra—espero jamás la sufra—la llamada enfermedad de los ricos que es, como escribió Rafa Latorre, creerse pobres. La enfermedad que aqueja a una parte de Cataluña. Con la consecuente risotada, cuando no tamaña indignación, por parte de los extremeños que ven antes la construcción del Ave a la Meca que el Ave a Badajoz. No soy independentista porque no creo en el discurso de lenguas viperinas que intentan instalar entre la población el odio, la fragmentación, el mal con sacarina. O sea, el peor mal que hay: el mal cursi. No, sé que no soy independentista porque creo que todos podemos vivir juntos. O sea, convivir. Que no hay habitantes de primera y de segunda. Por supuesto, que nunca se deberá convertir en extranjeros a compatriotas que están en su propio hogar. 

Nunca seré independentista porque soy mayor de edad. Sé que nadie me puede prometer un paraíso terrenal. Soy consciente de que si un político me exculpa como ciudadano de todos los males que me rodean, me está engañando. Y la primera ley de la estafa, queridos, es que el estafado quiera creer. Nunca me gustó que me mintieran, excepto en el asunto de los Reyes Magos. La única farsa aceptable que no envenena a la sociedad. Hacerse adulto es descartar. Si rechazas vivir entre verdades y escoges el engaño, luego no habrá traición sino puro camino elegido. Vives en una mentira si crees, lo dijo el tan respetado Aitor Esteban, que existe un gen español. Asumes una falsedad si consideras—tú, catalán de Martorell—que tienes un derecho de autodeterminación. Estás en contra de los bulos en la política, pero piensas, como defendía nuestro otrora vicepresidente Pablo Iglesias, que Puigdemont es un exiliado político. Escupiendo sobre las tumbas de los que fueron exiliados de verdad. 

«Ahora lo progresista debe ser eliminar la sedición y rebajar la malversación o indultar políticos, mientras la ‘ley mordaza’ sigue entre nosotros»

Nunca seré independentista porque no soy nacionalista. No me siento orgulloso de ser español porque sería como estar orgulloso de ser rubio, ser hombre o hablar castellano. Estar orgulloso de lo que no depende de ti es una bobada. Como si el hijo de Nadal, el día de mañana, estuviera orgulloso de ser rico. «Hijo, pues no te lo has tenido que currar mucho». Pero estar orgulloso de lo azaroso, no excluye ser consciente de que la suerte—o llámalo x—me haya hecho nacer este trozo del planeta Tierra que tiene el césped cortado, gente razonable y tradiciones para conservar. Pero recuérdalo, absolutamente todos los nacionalismos son perversos. Sí, también el español. Es espurio, aparte de ridículo, traer al debate público a Don Pelayo como lo es creer que el franquismo continúa entre nosotros, como si la Transición hubiese sido una farsa y no lo que fue, una gesta. Como si Rajoy hubiese sido en octubre del 2017 poco menos que un discípulo de Baldomero Espartero y no lo que fue, un gobernante acobardado con su habitual parálisis política. 

Nunca seré independentista, pero siempre defenderé que puedan existir esos partidos. ¿Y lo aburrido que sería todo sin Rufián? Al final ser soberanista catalán, vasco o gallego es una manera de ser español. Una manera libérrima, pero una manera. Hay que defender que estén, eso es el pluralismo político. Hay que entender—¿cuándo no se ha hecho en democracia? —la naturaleza propia de esas regiones. Cosa distinta es que Sánchez y sus adláteres entrenen las piruetas para justificar que pactar con todos ellos es «progresismo» y «avanzar en derechos». Ahora lo progresista debe ser eliminar el delito de sedición y rebajar la malversación o indultar a políticos, mientras la llamada ley mordaza, abominable para sus postulados, sigue entre nosotros. Otra cuestión es que la gobernabilidad de un país pase por el hombre que intentó tumbar la constitución en una parte de España y huyó en un maletero a Waterloo. Cosa diferente, sí, porque solo les vine a decir mis motivos por lo que nunca seré independentista. Adéu.

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