En favor del cura techno
Un DJ que pincha ante el Papa causa un sonrojo de gente, pero los zagales ya bailan más en las iglesias que en las raves
En 2005, destinaron al sacerdote Guilhermo Peixoto, de Guimaraes, en Portugal, a una parroquia de las de párroco viejo, pocos recursos y muchas reformas por hacer. Para conseguir fondos, los fines de semana organizaba con los jóvenes del barrio algunas fiestas en una cafetería. Allí se aficionó a la música, comenzó a pinchar, estudió jazz, dio vueltas por el mundo -fue sacerdote castrense en los Balcanes-, y casi veinte años después, se apareció pinchando en la JMJ pinchando para un millón de personas antes de una misa del Papa Francisco.
Se ha hecho famoso porque su vídeo mezclando una pieza basada en las encíclicas de Bergoglio es visto como algo impropio, sobre todo desde fuera de la Iglesia donde el rezo a través del techno representa una suerte de apropiación musical antinatural, un escándalo, un engendro, casi.
En realidad, la música y la religión han estado íntimamente unidas desde el origen de la civilización. Al margen de la creencia, toda música necesita por parte del que la escucha de una evocación de algo más, lo que sea, que está más allá de la concatenación de notas musicales. Hay que estar muy ciego, o más bien muy sordo, para no entender que las ceremonias religiosas de todos los credos han estado acompañadas por músicas y canciones que hay ayudado a las personas a acercarse y a entender a su espiritualidad. Los artistas han vertido su creatividad en este tipo de ritos, desde los más austeros hasta los más luminosos, desde el Sermón de las Siete Palabras de Haydn en el Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz hasta ‘Coronación de la Macarena’ de Pedro Braña sonando al paso de la Esperanza en el amanecer del Viernes Santo en Sevilla, entre destellos de esmeraldas, ojos vidriosos, nudos en la garganta y humo de incienso casi de discoteca.
«Un cura DJ en la JMJ ha provocado un escándalo primario, infantil, absurdo, casi de risa contenida como del que ve un pene dibujado en una puerta»
Los antropólogos han estudiado todo lo que las raves y las ceremonias religiosas tienen en común, entre otras cosas el deseo de abrirse a algo más grande que uno en compañía de iguales. La repetición de patrones sonoros permite alcanzar algunos estados elevados de percepción. El ‘gnawa’ marroquí suena durante el rezo en el que se recuerda el génesis del universo y se invocan a las siete entidades sobrenaturales en noches de vigilia. El ritmo repetido una y otra vez crea una comunión entre presentes y facilita estados cercanos al trance en otras muchas ceremonias rituales populares. Me estoy acordando de las fiestas de verdiales de cascabeles, sombreros de flores, guitarra y pandereta en los montes de Málaga, los clímax alcanzados de madrugada en la sublimación de los palos más sombríos del flamenco o, si me apuran, la salida de las peñas de Pamplona en San Fermín con su latido de bombos, trompetas y brazos elevados al cielo o las noches en la sala Berghain de Berlin.
En sentido contrario, la religiosidad ha ayudado al artista a expresarse: hablamos de Dylan -profeta del diluvio-, de Cohen -su ‘Hallelujah’ es considerado lo más cercano a un texto sagrado en la historia del folck rock-, o de Battiato. En su búsqueda de la espiritualidad fruto de su fatiga de lo contemporáneo, el genio de Catania se inspiró en todas las religiones, aunque ninguna llegara a ser la suya plenamente, y se sentía «a un paso de lo infinito». Se retiró en los monasterios, estudió a los hindúes Yogananda y Aurobindo, y a los místicos españoles San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Cantó ante Juan Pablo II la canción ‘La Sombra de la luz’ –«Protégeme de las fuerzas contrarias / en el sueño nocturno / cuando no soy consciente, / cuando mi sendero se hace incierto. / Porque los gozos del más profundo afecto / y del anhelo más sutil del pulso / sólo son la sombra de la luz». La pieza, que algunos han comparado con el salmo 59 en el que David pide la protección de Dios frente a sus enemigos -«Ponme a salvo de los que contra mí se levantan»-, era su canción preferida, y también la mía.
Así que después de miles de años de comunión entre la religión y la música, un cura DJ en la JMJ ha provocado un escándalo primario, infantil, absurdo, casi de risa contenida como del que ve un pene dibujado en una puerta. Lo cierto es que, pese a ser vista desde fuera como un entorno oscuro, la Iglesia es el sustrato de una alegría y una fiesta que no siempre se comprende. El cura techno Peixoto viene a ponerla de nuevo en escena aunque se vea como un cuerpo extraño por una iglesia cada vez menos reticente a lo actual y, sobre todo, por una izquierda puritana y aburrida que no entiende, un poco como las viejas de los 90 cuando acusaban a los jóvenes de entonces de ir a las discotecas a bailar como zombies y a rompernos los oídos. El sacerdote DJ puede ser visto como un escándalo, pero algunos zagales ya bailan más en las misas que en las raves.