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Opinión

A propósito de los 'metemierda' en televisión

Es verdad que, sin conflictos, los ‘realities’ decaen, pero este exceso de protagonismo acaba por saturar el juego

A propósito de los ‘metemierda’ en televisión

Ilustración de Alejandra Svriz.

Metemierda se nace, no se hace. Más que nada, porque la labor de un metemierda en televisión exige un compromiso y entrega tales que sólo quienes lo viven como una extensión más de su personalidad pueden mantener la compostura ante las cámaras las 24 horas del día, los siete días de la semana: todo el tiempo malmetiendo, provocando, hasta sacarnos de quicio. Hubo un tiempo en que ningún programa llegaba a nada sin tener a uno en nómina, aunque ahora renieguen de su pasado: Jordi Évole, sin ir más lejos, comenzó como metemierda de Buenafuente, aunque ellos, siempre dados a elevarse sobre los demás mortales, lo disimularan con un eufemismo: follonero. Pero, vamos, un metemierda en toda regla.

Otro caso es el de Risto Mejide, que plagiaba con desfachatez la pose de Simon Cowell para forjar su personaje en Operación Triunfo, un formato que a priori no necesitaba de metemierdas, pero que finalmente se hizo con uno para reforzar las audiencias de unas valoraciones del jurado del talent que languidecían en un mar de almíbar cuando lo que la productora quería era sangre. Risto dejó para la posteridad valoraciones como la regaló a Lorena Gómez: «Eres como un consolador, perfecta en la ejecución pero tremendamente fría en el sentimiento». Cada lágrima de triunfito era una medalla para el metemierda oficial del programa, quien podría haberse defendido a lo Jessica Rabbit: «Yo no soy malo, me han contratado así». Y era cierto: podía criticar abiertamente todo gracias a su «licencia para matar» que le había concedido en exclusiva la productora.

Tanto Évole como Risto lograron la fama de forma inmediata: un buen metemierda destaca cuando el resto está condenado a morderse la lengua y a perderse en la irrelevante mediocridad. Ambos han sabido evolucionar, aunque manteniendo el halo de rebeldes con causa. Hasta Ana Rosa, tan refinada ella, tiene uno a su disposición, que encima viene aleccionado de casa, de su casa, porque no es otro que su propio sobrino, que ha debido mamar ese espíritu desde pequeño escuchando a su tía hablando cuando no hay cámaras delante, que es cuando se le ve el plumero y el verdadero rostro a los personajes televisivos. Cada tarde, el sobrinísimo se sienta entre el público para criticAR y provocAR, pero todo está bien medido para que su tía no se lleve un disgusto, no vaya ser que la presentadora se quede en directo con «sabor a hiel». Por ahora la respeta más que su excuñado, tampoco no le han pillado plagiando a Ángeles Mastretta o a Danielle Steel. Pero, quién sabe, aun está a tiempo.

«Un buen metemierda destaca cuando el resto está condenado a morderse la lengua y a perderse en la irrelevante mediocridad»

Telecinco ha sido la cadena que más han alimentado tamaña vocación, eso sí, bajando cada vez más el listón. Desde Aída Nizar a José Antonio Avilés, los metemierda se han hecho fuertes sobre todo en los realities, donde participan con una única misión: enfrentar a los concursantes, sacarles de quicio, dinamitar la convivencia, ir de un lado para otro con sus miserias y su mal rollo. Si no se controlan pueden provocar daños irreparables, que fue lo sucedido con Aída, una kamikaze que arrasaba con todo mientras acaparaba querellas. Avilés sigue el mismo camino: de hecho, el concursante de Gran Hermano VIP ha salido de la casa de Guadalix de la Sierra para acudir con su enésima cita en los juzgados. Media vida en los platós y la otra media frente a un juez, así es su día a día.

Avilés es un personaje que ya en su etapa en Supervivientes apuntaba delirios de grandeza: se presentó como graduado en Periodismo por la Universidad de Gales y luego resultó que solo había enviado una solicitud para inscribirse en un curso. Menudo despiste. Que si odontólogo, que si azafato de vuelo, que si poseedor de una gran fortuna, que si su agenda tiene 18.000 contactos… Todo cuento. Ahora, en su concurso, se inventa alergias alimentarias y ofrece lecciones de cómo hacer televisión, dándoselas de experimentado profesional y no de advenedizo megalómano.

Es verdad que, sin conflictos, los realities decaen, pero este exceso de protagonismo acaba por saturar y distorsionar el juego. Lo de Avilés es insufrible, con su agotador discurso diarreico y su ignorancia supina. Habla de todo y no sabe de nada. Lo terrible es que no le faltarán ofertas para volver a sentarse como colaborador de programas mientras miles de profesionales esperan una oportunidad para trabajar ante las cámaras. La verdad, estamos ya cansados de tanto payaso en este circo.

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