THE OBJECTIVE
Lo indefendible

Diez o quince cosas que defender

«Hay que defenderse de los que creen que todo vale. Tenemos el deber de luchar por la existencia de lo bueno, lo verdadero, lo virtuoso»

Diez o quince cosas que defender

El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich. | TO

Es mentira que todo esté perdido, que ya nada valga la pena. Hay cosas que hay que defender: la alegría de ser hombres y mujeres frente a la tristeza, la desesperanza y los cenizos. Hay que defender al ser humano y a la civilización frente a los que, renegando de ella, solo pretenden descubrirla y ponerla a merced de otros demonios. 

Existe el mal en cuanto existe el bien y del mal hay que defenderse y advertirlo en lo taimado, en la envidia en las cacerías, los linchamientos y las masas con antorchas en las manos que avanzan por las calles en el silencio de las madrugadas. Hay que defender la pluralidad frente a lo uniforme, el derecho de las personas a sentirse y a vivir como les venga en gana, a osar ser felices. Las sociedades abiertas, Grecia, el parlamentarismo, la Corona, Occidente. Hay que defender la vida. Hay que defender a los indefensos, parece mentira que haya que decirlo. Hay que defender los llamados «montones de células» que si los dejas ahí, en dos años estarán bebiendo sonrosados de las fuentes de los parques en tardes de calor y columpio.

Hay que defenderse de los que creen que ya nada importa, que todo vale. Tenemos el deber de luchar por la existencia de lo bueno, lo verdadero, lo virtuoso. De los valores, la belleza, la generosidad, la esperanza y la primavera.

Hay que defender el amor que incluye la sagrada institución del perdón y la generosidad. También a los que han sido antes que uno, a los que nos dieron todo lo que tenemos. Hay que defender los altares, las estatuas, los restaurantes, los pastores, los toreros bravos y los toreros locos, el vino, las charangas, los pasodobles, la Cuesta de Santo Domingo, jugárselo todo por nada, los sanfermines con punkis en los jardines y la fiesta como una exaltación de la vida a un milímetro de la muerte. 

Hay que defender la noción de la muerte frente a la chatarra que nos vende que siempre seremos jóvenes, guapos y haremos quince dominadas. La fragilidad, asistir a la futilidad de las cosas que es un ejercicio que tiene que ver con la melancolía. Hay que hacer el amor, que nunca está hecho del todo, ver llover, comprar castañas y el verano, que siempre se está acabando sobre el punto de fuga de unos maizales altísimos y verdes. Hay que mirar al fuego, sentarse en silencio a leer, no hacer nada, esperar a ver pasar pasos de Semana Santa en una acera. Hay que defender la prudencia y, sobre todo, la pereza, pues la pereza nos ha llevado mucho más lejos como especie que la motivación exacerbada que se celebra tanto y que nos ha metido en tantos líos. 

Hay que defender el derecho a provocar, a llevar la contraria, a estar de acuerdo y a que lo cabreen a uno. El derecho a la ofensa y ofenderse por la ofensa de los ofendidos, así consecutivamente. El progreso, los aviones, Nueva York, las sociedades abiertas, los matrimonios imperfectos, las terrazas de París, las familias numerosas y los solteros, sean coyunturales o por vocación, también hay que defenderlos y a los enanitos toreros, el Toro Vega, los novilleros sin apoderados que van por la Gran Vía desalentados y perdidos como si fueran menas. A los coches de niños y las parejas sin hijos. Hay que defender a mi Españita que es linda y es buena y a esos que, cuando no están de acuerdo contigo, se callan y no vienen a cagarse en tu padre porque este es un país magnífico lleno de gente estupenda espolvoreada, eso sí, con algunos fenomenales hijos de puta. 

Hay que defender al ser humano, esto es lo indefendible y es lo que se ha intentado en el último año gracias a las fuerzas que le van quedando a uno y a este gran medio al que hoy hay que darle gracias por la oportunidad. Ha sido un deber, un placer y un honor.

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