Antonio Escohotado incendia mi casa
«Probadas todas las drogas y dijo que se quedaba con una, la del conocimiento»
Fue el ángel rubio con bigote negro y melena salvaje. Fue la sonrisa blanca del jaco y los dedos revoltosos entre escrituras eléctricas. Fue fundador de discotecas progresistas e ibicencas (Amnesia) que por las noches se torturaba y rejuvenecía destilando a mano, en el exprimidor del limón, tochos imposibles de Marx, Lenin y Stalin. Probadas todas las drogas, dijo que se quedaba con una, la del conocimiento. Aprender algo a diario, algo valioso y no soltar ese hilo hasta encontrar otro tesoro inesperado. «De la piel para adentro, uno es soberano», sentenciaba a sorbos.
Antonio Escohotado (1941-2021) enseñó a pensar a este país con boina y olor a berza de cocido. Su tocho Historia general de las drogas (Espasa) enseña civismo lujoso y mínima urbanidad a la hora de colocarse. En los tres tomos de Los enemigos del comercio supura el liberaloide, los beneficios del libre mercado, del empresario que crea trabajo y la enfermedad lenta de toda empresa subvencionada, protegida, secuestrada por una tutela estatal estéril. Tras libros coyunturales (Mi Ibiza privada, Hitos del sentido, La forja de la gloria) y alguno premiado (Caos y orden) llega ahora un plato fuerte, el que quiso que fuera su testamento: Confesiones de un opiófilo (Diario póstumo 1992-2020).
Lo dijo a todos los ángeles custodios en las horas últimas con llamaradas altas de fuego húmedo: «Este va a ser mi gran bestseller, con diferencia. ¡Que se preparen los mustios eunucos!». Añadió, estatuario y cortés: «Esto se publicará cuando me haya muerto porque, si no, estoy seguro que una turba gris vendrá a quemar mi casa». Quemas la nuestra, Antonio. Quemas la mía para salvarme.
Escribe en ese momento donde, según Jünger, callan las musas y la verdad comienza a oscilar como una antorcha ante el viento. Incendia la farmacopea, las drogas que levantaron su escritura, la conocida familia de los opiáceos, y al mismo tiempo repasa el sueño negro del comunismo, y entre medias desafía la medicina que pretende salvarle cuando no hay salvación posible: «Morir, ¿está más cerca de dormir, que de soñar? Dormir es eterno, soñar es pasajero. Merece consideración que ni dormir ni soñar son estados indeseables. Falta allí todo rastro de inercia». Opiáceos y whisky. Se lo preguntaron un día a Savater, si había probado todas las drogas: «Todas, y la más cojonuda es el whisky». Viento nuevo.
Tritura Escohotado sus horas bajo el cielo de la ebriedad, el ebrio entregado a la liberación del alma, según Filón de Alejandría. La priva como pleno «juego de la naturaleza con el hombre», según Nietzsche. «La ebriedad que relaja el alma», prescribía Montaigne. Escohotado es el paladín de la libertad: personal, moral, económica. Y a veces, sí, es el cura de sí mismo en la «sobria ebriedad» de los paganos: «Aquella que faculta para gozar el entusiasmo sin caer en necedades».
La elegancia debe ser excelencia. El veneno hace la dosis. El drogadicto no es víctima involuntaria sino usuario responsable y consciente. Treinta años aborda este libro manuscrito, querido como un secreto, primero titulado Cuaderno Rebeca, más tarde Día a día, finalmente el actual, enfrentado la senectud, el declive físico y la muerte. Jamás quiso revisar estas notas, él que lo sometía todo a cribas y purgas, desnudándose aquí intelectualmente, como antes lo había hecho en la Ibiza jipi y golfa.
Peina despacio el gato doméstico y salvaje de la muerte mientras la noche son teclas, el día partidas de ajedrez, algún copazo, y otra vez teclas, porque en el trabajo germina siempre una flor desconocida, porque el duende pequeño y verde del trabajo acompaña mucho, porque la lucha es volver a la letra antigua y joven que un día quiso comerse el mundo. El jurista, el filósofo y el sociólogo son aquí una escritura de viento y placer licuante que nada concierne a sus textos clásicos universitarios: La conciencia feliz (1971), De physis a polis (1982), Realidad y sustancia (1986), Rameras y esposas (1993), Filosofía y metodología de las ciencia sociales (1987), Retrato del libertino (1998), etc.
Son los diarios del orfebre en el segundo aniversario de su muerte. El yonqui que, en Los enemigos del comercio, manifestó consumir heroína prácticamente a diario, entre dos y tres gramos mensuales escrupulosamente dosificados, ahora deja esos galopes por la paz terral opiácea. Su hijo Jorge, peto y espaldar de todas las publicaciones del maestro, envuelve el texto en un hallazgo supremo: «El libro recoge su inclinación natural a los avisperos». Nunca piensa lo escrito el día anterior. Esta escritura sin retrovisor ni porvenir no pretende ajustar cuentas con nadie salvo consigo mismo, como lector en primer término, como humano con errores y chanclas por la vida difícil, después.
Riesgo y ventura de Antonio Escohotado, quien nunca fue prohibicionista ni moralista, entregado a la vida, lejos de los adictos a los que encastra en la gula, ajena a la aguja y la degradación, porque rechazó cualquier vampirismo que no fuera libresco. «La libertad es el antídoto contra el miedo», escribió aquel que fue disciplinado con el deporte (natación) y alabó la humildad como antioxidante primero. Juicio, en lugar de prejuicio. El sabio en su rincón: «Si estudias con humildad cambiarás de opinión, porque no hay ningún problema en estar equivocado». El fuego negro de Antonio Escohotado incendia mi casa por la página viva del asombro.