Al loro de Laporta y Puigdemont
«Para reglamento, el del fútbol; para generar estados de opinión, la política, y para vender humo, Laporta»
Con ser un arcano en sí mismo, el fútbol es a la normalidad lo que la contradicción a la política. Lo que le sucede al Barcelona es normal, lo anormal es que en sus gradas se jalee en cada partido el 1714 al grito de independencia confundiendo lo que fue una guerra de sucesión con una de secesión. Si acaso, lo único comparable entre el deporte rey y la reina social es la tendencia hacia la autodestrucción. Ahora, la política gana por goleada en lo que a incongruencia se refiere; juega sin reglas o las cambia sobre la marcha. Lo que antes del 23-J era imposible ahora es un hecho. Un pacto entre el PSOE y Bildu para asaltar un castillo municipal no entraba en cabeza cuerda, ni el rescate de prófugos, ni mantener reuniones secretas desde marzo para decretar una inconcebible Ley de Amnistía con un Galindo en el timón, ni blanquear a los fugados, verificador Galindo mediante, que con tanto Galindo le daría a Alfonso Grosso para escribir una nueva saga de «Los invitados». Y todo esto que parece un crimen termina por normalizarse en esta política avanzada de progresismo a la carta que utiliza ruedas de molino para zamparse las siglas del partido.
Ni siquiera en el fútbol se admite como algo cotidiano la alteración interesada del reglamento, aunque el mediador sea Negreira. La gente del fútbol que no profesa la religión de los colores como si fuera un 1714, no cree que el árbitro se equivoque a propósito porque, Liga tras Liga, el reparto de gazapos suele ser equitativo. De no ser así los protestones se irían a jugar a Suiza, pero no se mueven de España. Lo normal, al tratarse del criterio humano, también en el VAR, es que de cuando en cuando el chafarrinón forme parte del atrezzo, como la cantada del cancerbero o el fallo garrafal del ariete. En cualquiera de los casos, las reglas son idénticas, lo que varía es la interpretación, que en la cuestión política adultera el guion, manipulado por quienes venden la burra del cambio de opinión cuando se trata de una mentira como un piano. Para reglamento, el del fútbol; para generar estados de opinión, la política, y para vender humo, Laporta.
Sí, el fútbol es un misterio indescifrable, ¿o no lo es que el Barcelona empate en Vallecas (1-1), deje en pañales al Atlético (1-0) y a continuación pierda en casa con el Girona (2-4) y ceda tres puntos y 2,8 millones de euros al Amberes (3-2), el único equipo de «Champions» que no había ganado ni empatado un solo encuentro hasta que dejó en evidencia a Xavi y sus circunstancias? Hasta febrero que se reanudan las competiciones europeas, el Barça tendrá tiempo de lamerse las heridas si encadena inmediatamente un par de buenos resultados en Liga. Dejará entonces de ser un equipo en descomposición, acaso el ejército de Pancho Villa, que no es lo mismo porque lo primero apesta y lo segundo es la guerra individual que conduce al desastre. Muestras hay de anarquía y la cronología no engaña: en junio empezó Lewandowski destacando «lo detallista» que es Guardiola en comparación con Xavi, que por lo visto anda justo de matices. Después Gundogan puso el grito en el cielo porque tras perder con el Madrid entró en un vestuario donde al entrenador sólo le faltó repartir palomitas en lugar de bofetadas. El Girona inauguró la «semana horribilis» culé para, a continuación, Xavi facilitar una convocatoria para Bélgica que el presidente Laporta y el director Deportivo corrigieron, según la versión original. Luego el técnico se aferró al consenso de las tres partes, pero Deco le contradijo: «La convocatoria la hace el entrenador». En medio del desbarajuste informativo, va el Amberes y gana. Ferran Torres culpa a «la gente de fuera», «nos intentan destruir y ponernos nerviosos». El maligno podría ser el famoso entorno, o tal vez la Prensa, por la presión sobre la plantilla y el estado de ansiedad que confunde a los jugadores, como la noche a Dinio. Decir que el equipo no juega un pimiento es intentar destruirlos, según el futbolista valenciano, que ha tardado menos que todo el «staff» en encontrar al responsable del descalzaperros en que se está convirtiendo este equipo de élite.
Ferran se hace trampas al solitario defendiendo a su entrenador. «Estamos a tope con el míster», declaró, ignorante, tal vez, de las conclusiones de los analistas del club mientras el partido de Amberes se deslizaba hacia el precipicio. «No hay velocidad», cuchicheaban entre ellos. «El equipo está roto y estático», coincidían. Todo lo cual sería condensado en un informe que demostraba que sobre la hierba no hay esplendor porque cada uno hace la guerra por su cuenta, y que ni los «consejos» de Laporta y Deco para que Xavi convocara a Lewandowski evitaron la pérdida de 2,8 millones de euros, pellizco auxiliador para un club que sobrevive a base de «palancas». Por cierto, el polaco no remató ni una vez a portería durante los 71 minutos que jugó (?).
En «El amor perjudica seriamente a la salud», dice Ana Belén a Juanjo Puigcorvé que «el sexo es gimnasia y el deseo, pura inteligencia». Lo que en la actualidad azulgrana equivale a que no hay ejercicio capaz de levantar el ánimo de los jugadores ni inteligencia suficiente para convencerlos de sus posibilidades. Verbigracia: el sexo es una utopía y el deseo, un imposible. A Laporta, especialista en la venta de ilusiones y fabricación de eslóganes, no le costaría trabajo reunirse con Puigdemont, sin Galindos de por medio, y pedirle la fórmula del blanqueo porque su mensaje no llega. El loro se ha quedado sordo, afónico, sin plumas y cacareando. No es política, es fútbol.