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Opinión

Más madera: es la guerra superliguera

«Si eres periodista deportivo en un país como España, no tienes más remedio que opinar de la Superliga»

Más madera: es la guerra superliguera

Javier Tebas y Florentino Pérez. | Europa Press

Si eres periodista deportivo, en un país como España donde el fútbol fluye entre la pasión y el negocio; si conoces a Javier Tebas, por compartir con él mesas redondas o tertulias, o pupitre en la Fundación de LALIGA, que tanto bien hace y a tanta gente en el mundo, si no olvidas que su actuación y la de Miguel Cardenal fue decisiva para acabar con las deudas de los clubes con Hacienda y la Seguridad Social; si también conoces a Florentino Pérez, de quien ha dicho Butragueño que es un «ser superior» y a quien definió un presidente del CSD como «un tiburón en los negocios», si éste cumplió cuando erradicó a los «ultrasur» y despreció sus votos en las elecciones que ganó a Lorenzo Sanz con la «Séptima» y la «Octava» aún calentitas, y que puso la primera piedra de los «Galácticos» al fichar a Figo, como prometió en campaña, y consolidó en el XXI la imagen del Real Madrid como mejor club del siglo XX; si a pesar de haber fichado a Mourinho lo mejora todo con la contratación de Zidane o Ancelotti para ese banquillo donde el culo presiente la silla eléctrica, no tienes más remedio que opinar de la Superliga. Y de los personajes. 

Si eres periodista deportivo y evitas sacar la lengua a pasear, forrada con la bufanda de tu equipo, o si lo tuyo es la política y eres más papista que gerifaltes y militantes del partido, que dan ganas de vomitar; si piensas, luego existes, abstraerte del «tema» que no es «mono» porque para eso está la amnistía y los padres y madres que gestaron esta ley que ojalá se quede en el parto de los montes; si atiendes a la rabiosa actualidad, tienes que referirte a la Superliga y soslayar la apoteosis del Girona y las pírricas victorias madridistas. Escribir de si la criatura, todavía en gestación, será buena o mala, si vendrá con un pan debajo del brazo o con una guadaña, y de si necesitará una canastilla en el alumbramiento o la planta entera de bebés de El Corte Inglés. Porque sabemos que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha sentenciado que el monopolio de UEFA y FIFA se ha terminado, que hay que abrir el mercado a la competencia, y lo segundo más atractivo: que qué es eso de castigar a los clubes que piensan, luego existen. Ni monopolio ni delito ni sanciones. ¿Entonces? 

¡Ay!, entonces… Pintores colgados de la brocha. Porque, a ver, quién se encarga de los árbitros, con la fama de Negreira que tiene el Barcelona o la presión que ejerce el Madrid sobre el estamento: los trencillas salen en su tele más que Clint Eastwood. Por cierto, ¡qué frases, algunas de «Sin perdón»! «Es usted un miserable y cobarde hijo de perra. Ha matado a un hombre desarmado», espeta Little Bill Daggett (Gene Hackman) a Will Munny (precisamente Eastwood), que le contesta: «Pues debió haberse armado cuando decidió decorar su saloon con mi amigo». Vamos, lo que diría Benjamin Netanyahu a los de Hamás. Y Dagget se cayó del guindo: «¡Es usted William Munny de Missouri, el asesino de niños y mujeres!». Respuesta: «Así es. He matado a mujeres y niños. He disparado sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Y hoy he venido a matarle a usted por lo que le ha hecho a Ned (Morgan Freeman)»…

Pero la película de la Superliga es otra, como diferentes son las venganzas. Florentino Pérez, a quien gustaría pasar a la Historia como aquel Santiago Bernabéu –pasos está dando– impulsor de la Copa de Europa, no va a cejar en el empeño, aunque se quede solo, que no ocurrirá porque Joan Laporta necesita cientos y cientos de millones, miles incluso, para salvar al Barça del naufragio, y esta competición es el salvavidas. Ahora, bien, nos preguntamos que para cuándo el santo advenimiento. Ni siquiera Bern Reichart, CEO de A22 (Superliga), se atreve a pronosticarlo. Filtran desde su costado que para 2025 o 2026. Tebas se troncha, «ni en ocho años», desafía, y Ceferin recurre al chiste fácil: «Será una magnífica competición de dos (Madrid y Barça)». Pero hay otros clubes que, como el Nápoles, apoyan la nueva competición sin asomar la gaita, porque el gobierno italiano la rechaza, como el inglés, el alemán o el francés. El español no se pronuncia, le cuesta tomar partido en el monotema, como le sucedió con Rubiales, inhabilitado cuando la FIFA lo estimó oportuno. La Premier está totalmente en contra, aunque Guardiola y Arteta no son concluyentes al opinar. Los ingleses escucharon a la afición y bajaron el cierre superliguero. No quieren mezclar el sentimiento con el negocio, precisamente en el país que invierte más millones en fútbol, que más paga a los futbolistas, que tiene los contratos audiovisuales más altos, que no para ni en Navidad, porque la libra oculta el alma. El fútbol es un negocio, el negocio.

Otras incógnitas que ni siquiera Dagget sería capaz de desentrañar: quién se encarga del régimen sancionador, del dopaje; quién castiga la violencia, el racismo o la xenofobia. Sí, y quién maneja la designación arbitral. Porque aquí sólo se habla de dinero, que es lo que llevó a Bill Munny hasta aquel poblado donde unas pobres putas necesitaban la intervención de un caballero para vengarse. Y quién ejercerá, como la UEFA en su dictadura, el control sobre la política y todo lo demás, que son los comités. Porque si sólo se trata de dinero, los sentimientos declinan y los caballeros escasean. Más madera, pues. Es la guerra superliguera, o los prolegómenos de una entente poco cordial.

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