THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ECHABARRIGA

Los Reyes Magos no pueden comprar el amor

«El consumismo se ha cargado la tradición. Ha creado a niños con escasa tolerancia a la frustración que creen que pueden conseguir lo que quieren solo por pedirlo»

Los Reyes Magos no pueden comprar el amor

Reyes Magos de Madrid. | EP

Como algunos de ustedes saben tengo seis hermanos. Y, cómo pueden imaginar, cuando yo era pequeña no tenía grandes regalos de Reyes Magos, porque mis padres tenían que hacer regalos de Reyes para siete hijos. De hecho, desde muy pequeña yo sabía que los Reyes eran los padres, porque algún hermano me lo dijo.

Recuerdo la tristeza que sentía cuando llegaba al colegio después de las vacaciones de Navidad. Las compañeras de clase se traían al colegio sus nuevas flamantes muñecas que solían ser las más caras de la época. Y contaban todo lo que les habían traído los Reyes. Una lista larguísima. Ellas sí que creían en los Reyes Magos y pensaban de verdad que eran ellos los que traían más regalos a las niñas más buenas, de forma que en su cabeza yo debía ser malísima porque ni recibía tantos regalos, ni tan caros.

A veces la profesora nos preguntaba que qué nos habían traído los Reyes y para mí aquello era una tortura. Llegué a pensar en inventarme regalos que no había recibido, pero nunca lo hice. Recuerdo, además, que durante años pedí siempre el mismo regalo: la casita de Hogarín. Ya en noviembre yo estaba dando la turra a mi madre con que quería la casita de Hogarín y quería la casita de Hogarín. Años y años y años pidiéndolo por favor, por favor y por favor, incluso si sabía que los Reyes Magos eran mis padres, precisamente porque sabía que eran mis padres. Nunca llegó. Supongo que la casita debería de ser muy cara. En la numerosa lista de recuerdos tristes de mi infancia habrá que incluir la casita de Hogarín, que a día de hoy está descatalogada. Ni siquiera pude comprarsela a mi hija para superar el trauma infantil.

Cuando mi hija tenía unos cinco años, en la cena de Nochebuena, mi madre nos pidió que dejásemos los regalos de las niñas debajo del árbol. Las niñas eran mi hija y su prima, que es algo mayor que mi hija. Habíamos decidido que se le daban los regalos a los niñas en Navidad, y no en Reyes, para que pudieran jugar con ellos durante las vacaciones. Mi hermano se estaba separando en aquella temporada, así que entró en una competencia con la madre de la niña y le dejó a la niña muchísimos regalos, para probar así que Papá Noel era más generoso en casa de la familia paterna de lo que los reyes iban a serlo en casa de la materna. El resultado es que la prima de mi hija tenía muchísimo regalos debajo del árbol mientras que mi hija solo tenía tres. Los regalos de mi sobrina eran apabullantemente caros y tecnológicos mientras que los de mi hija eran sencillos y más pequeños.
Mi hija, lógicamente , me preguntó más tarde porque ella tenía menos regalos y más pequeños. Lo único que se me ocurrió decirle es que (como ella sabía) su prima llevaba años pidiendo un perrito y nunca lo había tenido, sin embargo ella, mi hija, sí que tenía un perrito. Y por eso Papá Noel, para compensar, le había traído más regalos a la prima. Sorprendentemente la explicación funcionó.

El año siguiente a mi hermano ya no le tocaba la hija en Navidad y yo no me presenté por Reyes en casa de madre para evitar que sucediera algo parecido de nuevo. Nos perdimos el roscón y la comida, pero al menos no hubo comparaciones peligrosas.

Creo que esos dos ejemplos demuestran con creces la crueldad de contarles esas historias a los niños. De decirles que van a recibir más o menos regalos según lo buenos que sean. La tradición tenía todo el sentido cuando los niños, todos los niños, recibían solo tres regalos, hace muchísimos años. Y sí, siempre habría un niño más rico que recibiría regalos mejores y un niño más pobre que recibiría otra cosa, pero probablemente no fueran al mismo colegio.

«Ese síndrome del niño hiperregalado lo veo constantemente a mi alrededor»

El consumismo se ha cargado la tradición. Ha creado a niños con escasa tolerancia a la frustración que creen que pueden conseguir lo que quieren solo por pedirlo, y que los Reyes Magos o los adultos están obligados a dárselo. Niños que no valoran el dinero o el esfuerzo y que de mayor serán adolescentes exigentes y caprichosos. Niños que no tienen ni idea de lo que es el deseo o la espera. Que menosprecian lo que tienen porque el exceso de oferta obviamente baja el valor de los bienes, una regla de economía básica que se aplica a los regalos también. Niños que se creen en el centro de la familia y que en muchas ocasiones lo son, y que piensan que tienen derecho a exigir. Adolescentes y jóvenes, más tarde, egoístas y demandantes, que no tienen ni idea de lo que significan conceptos como perseverancia, resiliencia, esfuerzo.

Ese síndrome del niño hiperregalado lo veo constantemente a mi alrededor, lo he visto en las compañeras y amigas de mi hija que recibían auténticas avalanchas de regalos en casa de mamá, en casa de papá, en casa de los abuelos paternos, en casa de los abuelos maternos, en casa de los tíos y las tías, y que se encontraban al final con 20 o 30 regalos que no iban a apreciar, con algunos de los cuales ni siquiera jugarían nunca. Ahora sus padres (mira qué casualidad) se quejan de que sus hijos son impulsivos, respondones, exigentes antojadizos, superficiales, impacientes, difíciles… Recuerdo esa obsesión que tenían cuando su hijo o su hija era pequeño con convertirle en el centro del mundo y me pregunto de qué se sorprenden.

No voy a recibir ningún regalo por Reyes, ni tampoco lo recibí por Navidad. Mis padres ya fallecieron, entre los hermanos no nos hacemos regalos, no tengo pareja en este momento y mi hija me está preparando un regalo que anhelo mucho pero que lleva mucho tiempo crear (lo va a hacer con sus propias manos). Esta hija está ahora de vacaciones con unos amigos. Yo llevo varios días sola en casa, enferma, despertándome en mitad de la noche porque no puedo respirar, sintiéndome sola. La última persona a la que dejé me dijo que iba a acabar sola. Sí, estoy sola. Aun así, si los Reyes Magos me ofrecieran volver con esa persona o con cualquiera de las personas de mi pasado les diría que prefiero estar sola y a punto de morirme en mi casa, gracias. Si alguien conoce de verdad el significado de la frase «mejor estar sola que mal acompañada» soy yo.

Pero si creen que yo soy infeliz (y sí lo soy) esperen a que le cuente esta historia:

Había quedado con una amiga para tomar un café. Ella es una mujer muy inteligente, muy guapa, que tiene muy buen trabajo y, sin embargo, es muy insegura, como tantas mujeres muy inteligentes, guapas y que tienen un buen trabajo. Está divorciada y hace poco inició una nueva relación y vive absolutamente obsesionada con él.

Hablábamos de cómo los medios de comunicación nos hacen creer que el ritual de hacer las compras navideñas, envolver regalos y ofrecerlos a nuestros seres queridos nos hace felices, pero yo le explicaba que numerosos estudios psicológicos demuestran que en realidad ese ritual de comprar regalos y envolverlos tiene el efecto contrario. Cuando el consumismo se apodera de nosotros y centramos gran parte de nuestra atención en comprar regalos de Navidad, ese comportamiento contribuye muy poco a la alegría navideña. Redunda más bien en ansiedad y depresión. Esos estudios prueban además que, cuando las personas reciben regalos que equivalen a un porcentaje sustancial de sus propios ingresos, lo que les crea el regalo es emociones negativas. Es decir, si usted cobra 1.800 euros al mes y recibe un regalo de 1.000 euros, en lugar de experimentar alegría es muy posible que usted sienta culpa, vergüenza, tristeza, frustración o ansiedad. Porque existe el sesgo de retribución entre los seres humanos. Creemos que estamos obligados a devolver los favores o regalos que nos hacen, y usted sabe que eso no va a poder devolverlo.

Por eso los psicólogos siempre animan a que los regalos que se hagan sean de poco valor material pero muy pensados. Algo que uno sepa que el destinatario realmente necesita o va a apreciar. Por poner un ejemplo,l e explicaba yo, nuestro amigo común Fulanito es un fan declarado de Lorca. Yo me tomé el trabajo de indagar en su biblioteca y ver cuál era el libro de Lorca que no tenía. Le regalé un libro que había costado 17 euros pero que era el único título de Lorca que faltaba en su biblioteca (era Canciones, 1921-1924) . Sé que lo aprecia bastante más el jersey carísimo que le regaló su mujer y que solo se puso el día que lo recibió.

«Pero no puedo comprarle un pequeño regalo a mi pareja», protestó  ella. «Este año acordamos que nos haríamos regalos por valor de al menos doscientos euros. Y la verdad es que no sé qué comprarle, porque tiene todo lo que necesita. No le puedo comprar un libro, Lucía, me lo tiraría a la cara. Y además ¡ni siquiera sé cuál es su autor favorito!».

Saquen ustedes sus propias conclusiones.

La psicología positiva ha demostrado hace ya varios años que gastar dinero en productos no nos hace más felices. Las experiencias compartidas, sí. Esto es simple de explicar. Piense usted en una persona que ame, la primera que se le venga a la cabeza. Quizás se le haya venido su pareja, quizá su hijo o hija, quizá un familiar, quizá un amigo. Ahora quiero que piense, a bote pronto y sin darse tiempo a e reflexionar tres recuerdos felices que tenga con esa person. Le repito que tiene que ser lo primero que se le ocurra, que no puede reflexionar demasiado sobre ello. ¿Lo tiene? Usted habrá recordado tres experiencias.

A mí, por ejemplo me han venido a la cabeza:

  1. Un día que íbamos por la calle con las manos enlazadas cantando una canción de María Carey. Yo hacía la voz principal y la otra persona hacía el coro.
  2. Un viaje que hicimos a Marruecos, la enorme sincronización que mostramos en el aeropuerto cuando estuvimos a punto de perder el avión, cómo nos convertimos en un animal bicéfalo perfectamente sincronizado que mantuvo la calma.
  3. Cosas tan tontas como ver una película de vampiros y hacer chistes y partirnos de risa en una película que en teoría era terrorífica, pero que, pese a las buenas intenciones del director, se había quedado en kitsch.

Nada del otro mundo, nada que haya costado dinero, lo primero que me ha venido a la mente.

Pues le voy a decir algo que le va a sorprender. O no. Cuando se hace esta pregunta nadie responde hablando de regalos. Siempre se responde mencionando experiencias. Cuando alguien le recuerde a usted no le va a recordar por un regalo, le va a recordar por un momento compartido. Como decían The Beatles, el amor no se compra.

Mientras escribo esto (ahogada en un mar de autocompasión porque estoy sola y enferma y venga a toser) les voy a pedir que me hagan un regalo. Déjenme un comentario. Yo empecé este blog el día 23 de diciembre. Así que hoy se cumplen catorce días escribiendo a diario. Sé que mantendré el reto de escribir a diario durante un mes, pero después no sé si podré continuar, porque está resultando mucho más cansado de lo que esperaba. Lo que no sé si alguien me lee porque no tengo estadísticas de visitas de este blog. Así que el regalo que les pido es que simplemente dejen un comentario que diga «te leo».

Mi regalo de Reyes Magos sería saber que alguien me lee. Puede usted también dejar un comentario diciendo que me odia. No olvide que los comentarios negativos también posicionan en el SEO.

Por cierto

  • En enero, en Madrid,  los días 13, 20 y 27 la psicóloga sanitaria Mónica Manrique y yo haremos tres talleres alrededor del tema de la autoestima. (Día 13, Gestión de emociones. Día 20, autoconocimiento, asertividad. Día 27, defensa emocional y defensa verbal). Son 30 euros por dos horas. Más info 669749633.
  • El día ocho de enero se inicia el curso online de cuento terapéutico así que los dos últimos días para inscribirse son hoy y mañana. Son 99 euros, un mes. Si quieres saber más escríbame a [email protected].
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