La muerte no pasa de largo
«El ministro Marlaska echa balones fuera y, sin el ‘mea culpa’, apaga el fuego con gasolina»
El ministro vive, agoniza, a punto de derribo. El que resiste, en ocasiones, no gana: las cuerdas tiran y el cuerpo rompe. El ministro lleva mucho en el ojo del huracán. Me lo contaba Pepe el Sonrisas, periodista gallego, el número que montó en la discoteca La Cúpula en el congreso de La Coruña. La burbuja con los gorilas, las buenas y nuevas dentro del círculo con desconocidos, la ginebra fría y el limón harto de esperar, la pregunta coral y a escondidas de todos los camareros: «¿Y éste fantasma quién es?». Eso puedes hacerlo en el José Luis de Hermanos Bécquer, en el De Diego, en el Cock, en La Ancha de las comidas de El País, incluso en el Comunista de Augusto Figueroa, pero por el día, no en la noche de una discoteca joven, chachi y molona.
Pedro Sánchez es riguroso con su vida privada, deporte y familia vertebran su ocio, y ahí nunca pueden pillarle con nieblas raras ni farolas torcidas. Ábalos tejió, o le tejieron, una leyenda que le llevó al hoyo. La noche tiene paredes y ojos. La noche tiene notarios y pestañas que pestañean, sí, como si aplaudieran, pero que solo graban imágenes y comercian con cuchicheos, dimes, diretes, infamias, negativos, flashes picantes como patatas bravas. Lo peor es beber frente a un espejo es hacerte la ilusión de estar acompañado. Ningún informe letal va con letras ni folios, todos cursan al oído: graves, musicales, puro tenebro. Anguita echó a Gerardo Iglesias de Izquierda Unida (habiéndola creado él) por irse de putas con Raúl del Pozo, el Algarrobo, los golfos del Gijón y los bohemios impecunes y a la que pillaban. Los comunistas, en su vida privada, debían ser impecables. Todos eran moralistas, y no lo ocultaban. A Gil de Biedma y tantos otros les dijeron que no porque eso de darse por el culo no lo entendían y pensaban que podía traer mucha pendencia. En la cárcel, sí, igual o peor, ahí lo contó Sánchez Dragó en Galgo corredor. El mejor consejo político es el clásico de las madres españolas hacia el retoño que iba a la mili: «No te signifiques, hijo mío, por lo que más quieras».
Pensamos, en la discoteca con jitos y recortadas de chabolón, que la muerte pasa de largo pero nunca es así. Pensamos, sí, que la muerte bebe en vaso largo y fuma rubio, pero tampoco es así, igual bebe agua mineral y vuela por el aire o corre a cuatro patas. Los muertos de Barbate están más vivos que nunca. Las lanchas eran una ganga, las órdenes eran una ganga, todo iba vestido de chapuza y, bien es sabido, el Ejército corta siempre por arriba en la depuración de mandos. Nuestra Guardia Civil es Ejército y un cuerpo de élite en toda regla. Barbate no perdona a los militares llorar, rotos y partidos por la muerte de sus compañeros, y la dimisión es lo que toca, porque la vida se entrega siempre a cambio de algo. Podemos (los morados) no tiene ninguna duda y quieren al ministro fuera de su cartera sin esperar a los conciertos de Pepe el Sonrisas, que iba de negro de Cunqueiro, no sé ahora, lo que viene a ser imposible, porque el genio no tiene doble ni sombra, por eso de mirar mucho atrás cuando abreva. Cunqueiro empezó Las mocedades de Ulises con alguien, muy cerrado de barba, negra y rizada, no sé si ministro, que acabó en tuerto.
Las horas pasan. Los mandos de nuestro Ejército —siempre fue igual— toleran a los políticos solo hasta un límite. La gran movida con ETA (peto y espaldar entero del 23-F, contado por Anson en todos los idiomas romances) fue cuando los militares se veían forzados a enterrar a los suyos de madrugada y de tapadillo. Los muertos vivos son la única verdad posible. El ministro, lo sabemos, caerá por cuatro narcos de medio pelo y mucha pela, algo intolerable en el actual estado de Derecho. No te pueden ganar por la lancha. Partido Popular y Podemos coinciden sin haber tomado el mismo ribeiro que Pepe el Sonrisas: «El ministro no está a la altura». Los morados clavan el rejón: «Si hubiésemos negociado el nuevo Gobierno, no seguiría al frente». Una narcolancha no puede vencer a una zodiac: esto es perder el partido por falta de utillaje, algo deplorable, donde solo es responsable quien maneja la faltriquera. El lazo al regalo lo pone la propia Guardia Civil, enlutada y más digna que nunca: «Demandamos medios porque llevamos tiempo abandonados». Ergo: el único culpable es el ministro. No cabe ley del embudo. La asunción de responsabilidades se llama dimisión. Los mejores periodistas —Pepe el Sonrisas entre ellos— lo preguntan a los demás muy cabreados: «¿Por qué decís muertes si son asesinatos?». La muerte nunca pasa de largo. No.
Nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están desamparados. ¿Y si las lanchas hubieran sido de primera categoría? Inevitable pensarlo. Nuestro cuerpo de élite humillado, por debajo de los malos de la película. ¿Desde cuándo llevan las demandas naturales de la Guardia Civil archivándose? Es la hora de las respuestas, sin gorilas ni burbujas. El ministro Marlaska echa balones fuera y, sin el «mea culpa», apaga el fuego con gasolina: «Implementamos los medios necesarios». Las asociaciones de guardias civiles se personarán como acusación particular contra el ministro, lo que supone un escándalo internacional. La viuda de uno de los muertos se negó a recoger ninguna medalla porque la carrera contra el mal no puede explicarse debido a la falta de avituallamiento. La muerte no pasa de largo: vuelve firme y segura en sus pasos cortos y lentos. ¿A qué vuelve? Por las respuestas inevitables.