Del calvo de Carmen al de Mbappé
«Afición más sentida que la del Atlético es difícil encontrar y ha perdonado a Griezmann»
Cuando el destino sale al encuentro aquel aserto de Sartre, «un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo», choca con lo irremediable. Navalny profetizó su asesinato y sin embargo Kelvin Kiptum ni en sus peores sueños pudo predecir que un accidente automovilístico segaría su vida a los 24 años. Sobre la muerte del disidente ruso todos los caminos conducen al Kremlin y señalan a Putin como cerebro inductor; en el caso del maratoniano sólo las sospechas del padre roto apuntan a la conspiración. Discutiremos entonces si como dijo Einstein tenemos el destino que nos hemos merecido. El de Kiptum parecía escrito, bajar de dos horas el tiempo del maratón. Anhelo truncado. Pero hay otros casos que evolucionan según lo razonable o empujados por la causalidad.
Cayó el «1006» sobre el fútbol como una losa que enterraba no ya el valor de la palabra sino la inviolabilidad del papel firmado. Paco Llorente, el padre de Marcos, al escuchar algo más que cantos de sirena y «traspasarse» del Atlético al Madrid (temporada 1987-88) cambió el paradigma de las relaciones entre clubes. La confianza y los pactos de no agresión terminaron en los juzgados o, en el mejor de los casos, en los despachos de LaLiga. Fin del romanticismo y el que más chifle, capador. De tal forma que cada último día de mercado el terror de John Carpenter invade el suspense de Alfred Hitchcock y agita el destino; aunque siempre nos quedará el fax de David de Gea que escupió la diabólica máquina después de las doce de la noche, evitando así que el portero del Manchester United protagonizara una segunda entrega de Cenicienta.
Del destino con las cartas marcadas a la palabra dada… No digo que suena a chino porque los chinos no son culpables de esa falta de formalidad que tiende a normalizar las relaciones institucionales. En este sentido, el mundo del fútbol es infinitamente más serio que el de la política. Sí, a pesar de Mbappé y sus circunstancias. Con cada movimiento de Puigdemont nos encomendamos al amparo de Europa así nos libre del mal, amén. Y nos preguntamos que cómo es posible retorcer tanto la Ley sin que alguien ponga pies en pared antes de hacerla añicos. Lo que es blanco en un pestañeo es negro. Sin matices. Tan falso como ese eufemismo del cambio de opinión. Si la doctora en Derecho Constitucional Carmen Calvo abjuraba hace tres años del apaño de la amnistía porque no cabía el enjuague ni en la Constitución española ni en la de ninguna otra democracia, por qué ahora que va a presidir el Consejo de Estado se juega la credibilidad y la crisma con un salto mortal con giro de 180 grados y la admite, ¡que dice que sí cabe!
¡Ay, la palabra! En el verano del 22 Kylian Mbappé lo tenía hecho con el Madrid y le plantó en el altar porque Macron le tocó la fibra al advertirle de que París iba a organizar unos Juegos Olímpicos; que no podía dejar a su país en la estacada, que era el estandarte deportivo de Francia y que, como hubiese dicho el mismísimo Pedro Sánchez, había que arrimar el hombro. Cambió la libertad por una jaula de oro al renovar dos temporadas con el PSG. Su contrato, en torno a los 70 millones netos por curso, expira el 30 de junio. Lo ha dicho: «No sigo». Lo que no ha comunicado es el destino. Todas las miradas apuntan al Real Madrid, que le espera con los brazos abiertos, también con la frialdad de la novia despechada. Fija las condiciones: la ficha no superará la de Bellingham y Vinicius (20,83 millones brutos) y la prima de fichaje no excederá los 50 millones. Perderá más de 60 millones al año, acaso compensados con los derechos de imagen. No, si al final va a llegar al Madrid poniendo dinero. Es ironía. No lo es que hay madridistas que no le perdonan las afrentas, que no le quieren porque con Vinicius, Bellingham, Rodrygo, Brahim, Güler y el recién fichado Endrick el ataque desborda compromiso, sacrificio y talento.
Los seguidores no «hacen un Calvo» (como el de Carmen) si perciben el arrepentimiento del condenado. Afición más sentida que la del Atlético es difícil encontrar y ha perdonado a Griezmann. Su acto de contrición, sazonado con goles, entrega absoluta, besos al escudo y muestras infinitas de cariño han calado incluso entre quienes le repudiaron y pisaron su placa. También percibirá el madridismo la determinación de Mbappé por vestir su camiseta, si es que ocurre, y coreará su nombre tras cada carrera que termine en gol o roce el poste. El fútbol los quiere arrepentidos, en las antípodas del fariseo que encuentra placer en tropezar repetidas veces en la misma piedra, en encamarse con el enemigo aunque le quite el sueño, en perdonar lo imperdonable porque en su escala de valores la felonía y la mentira encuentran más argumentos que los empleados del VAR para justificar un penalti y lo contrario.