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Opinión

«No puede ser que leas tanto»

Así que lo de que «leo mucho» es bastante relativo si se cae en la cuenta de que es eso a lo que me dedico

«No puede ser que leas tanto»

Libros. | Alejandra Svriz

Pido perdón a los lectores (no a los lectores de este artículo, sino a quienes leen, en general, y saben lo poco que cuesta) por las obviedades que, para ellos, vienen a continuación, pero es que el otro día publiqué en las redes una foto de los libros de 2024 que había leído en enero y se produjeron algunas reacciones, visibles o privadas, que dan a su vez lugar a alguna consideración.

Quienes piensan que lo hago «por presumir» han de saber que yo jamás escuché a mi padre jactarse de los kilómetros que había hecho en el autobús con el que daba vueltas a la aletargada y protectora ciudad de Zaragoza: hacía los que le tocaban, sin más, igual que yo leo (todas) las páginas de los libros que he de reseñar (lo cual muchas veces implica leer o releer otras de otros libros del mismo autor), los de los archivos de Word que a veces he de corregir, los PDF sobre los que he de informar para tres editoriales o los cientos de candidatos a premios que he de filtrar para las respectivas finales. E, igual que mi padre dejaba el autobús y cogía el coche para llevarnos a algún lado, ir a comprar al Alcampo que había en Utebo o, simplemente, irse a ver patos con un amigo ornitólogo que tiene, cuando yo he acabado más o menos con las tareas que me impongo cada día, me lanzo a leer otras cosas para proyectos más personales e inciertos, o miro cosas que me mandan algunos amigos, conocidos o saludados, o me tumbo por puro gusto con Baroja, a descansar un rato.

Como se trata de mi trabajo (y además de mi mayor afición), leo una muy llevadera media de tres libros nuevos a la semana (sin contar poesía, que para mí está aparte en todos los sentidos imaginables), unas doscientas páginas (de las publicadas) al día, de modo que la foto de enero no era especialmente llamativa (sobre todo porque muchas de las novedades que leí en enero llevaban todavía pie de imprenta de 2023, algo que a los escritores supersticiosos nunca les ha gustado, porque es como si el libro naciese ya viejo, porque pasa no sólo inadvertido sino casi «inadvertible», y porque de hecho llegan tarde a los balances del año y demasiado pronto a los del año siguiente, donde, con la razonable excusa de su fecha, ya no podrán ser valorados ni premiados).

Así que lo de que «leo mucho» es bastante relativo si se cae en la cuenta de que es eso a lo que me dedico, y desde luego eso de que «te lo lees todo» es impensable: a la pequeña cueva crítica en la que vivo en el barrio madrileño de Legazpi llegan cada día tres o cuatro libros, más los que a veces recojo en el periódico, y ya a estas alturas del año es más alta la pila de lo pendiente que la de lo que he resuelto: he leído a Mendoza (Eduardo) pero aún no a Mendoza (Virginia), he leído a Julia Viejo pero no a Jùlia Peró, he leído a Berta Dávila pero no a Karmele Jaio, tener que leer a Fresán me ha impedido de momento leer a Villalobos o a Diego Zúñiga, he leído las de García Llovet y Neuman (dos firmes candidatos ya al premio al peor libro de 2024) pero todavía no la de Elvira Sastre (que estoy deseando que me guste mucho), he leído el Landero (el mejor de 2024 hasta ahora, junto con Mariana Sández y Sara Barquinero) pero no todavía a Marta Barrio, he leído a Ojeda y a Ovejero y a Rey Rosa y a Pàmies pero no voy a leer el Premio Nadal (aunque este año sí que toca leer el Alfaguara y el Biblioteca Breve)… 

«Tengo que añadir, por si acaso, que no leo especialmente rápido, ni mucho menos, y que leo a conciencia, con lapicero»

Y, hablando de balances del año, si publiqué esa foto es precisamente pensando en lo que ocurrió en diciembre, cuando llegaron las famosas listas. Hubo quien poco menos que pidió explicaciones detalladas acerca del «corpus» de novelas que había leído yo para poder «sentar cátedra» sobre cuáles eran los mejores, y en el fondo aquel desconfiado tenía razón, porque hay demasiada gente para la cual el mejor libro del año sólo puede ser el único que ha leído (peores son quienes confunden sus intuiciones con comprobaciones: todos hemos estado en jurados donde alguien suelta sin rubor: «Yo voto por ésta, que tiene muy buena pinta», o «Ay, sí, yo voto por este chico, que le leí una entrevista en el S Moda»…). Así que, en fin, me propuse ir publicando en 2024 todo lo que voy leyendo, mes a mes, para que las cuatro o cinco personas que tengan curiosidad por ello puedan ver claramente qué es lo que he leído (y lo que no), y tengan más armas para opinar sobre mi opinión. Serán algo así como las famosas pre-listas que los seleccionadores publican semanas antes de anunciar a los elegidos para el Mundial.

Por otra parte, lo de las fotos mensuales estas va a ser relativo: en pocos días, por ejemplo, aparecen las 750 maravillosas páginas que mi amigo Nicolás Sesma ha escrito durante años para levantar un nuevo relato, muy completo y complejo, del franquismo. Yo las leí ya en noviembre, feliz, pero irán, claro, a la foto de febrero, como otras cosas que leí en pruebas hace tiempo, adelantándome, o que corregí antes de que terminase el año. Lo que también he leído, fascinado, estos días pasados, es Los Escorpiones, de Sara Barquinero: ochocientas páginas de orgía literaria hipnótica y absorbente que, sin embargo, no me han destrozado esa media que decía de tres libros nuevos leídos a la semana sino que me han ayudado a superarla, pues tras recorrer cada una de las partes de ese asombroso novelón fui parando para tomar aire y leer -las cito por orden de calidad- La conformista de Alba Dedeu (muy buena, aunque hay que terminarla para comprobarlo), Ciencia ficción de Daniel Remón (muy amable, inteligentemente «tontorrona», bonita), Los guapos de Esther García Llovet (ésta le ha salido espantosamente mala, casi peor que Gordo de feria, lo cual parecía imposible) y Pequeño hablante de Andrés Neuman (he prometido a Carmen, mujer bondadosa donde las haya, que no voy a decir ni una palabra sobre este libro, por no insistir en lo de la otra vez, pero en fin… Neuman va diciendo por ahí que escribe esta serie amarilla para hacer un regalo a su hijo… Yo creo de corazón que sería mejor para todos ir pensando en una bicicleta).

Tengo que añadir, por si acaso, que no leo especialmente rápido, ni mucho menos, y que leo a conciencia, con lapicero, tomando notas, corrigiendo erratas, poniendo las tildes a los «sólo» en las diabólicas editoriales (casi todas ya) que van a pasar toda la Eternidad en el infierno por prescindir de ellas… Y, por supuesto, no confundo calidad con cantidad (y que incluso estoy de acuerdo con quienes recelan de la «bulimia lectora»), pero en mi caso la cantidad es necesaria, pues yo soy quien, digamos, está profesionalmente obligado a leer mucho para decirle a quien se fíe de mí (y que tiene mucho menos tiempo que yo para dedicar a libros) cuál merece la compra y la lectura y cuál menos.

Y por último: ¿vosotros habéis visto La sociedad de la nieve? Pues yo no (ni, en general, ninguna película de los últimos doce años que no fuera para niños). ¿Vosotros habéis escuchado a no sé qué «Zorra» que anda por ahí? Yo no, ni pienso hacerlo (todavía no he escuchado jamás ni diez segundos de la de un tal Chiquilicuatre que sonó en su día). No lo digo porque piense que «estar al día» o entregarse a Netflix sea malo (en realidad sí que lo pienso, pero es un secreto…), sino por explicar que lo que hago no es sólo mi trabajo sino mi gusto y para dejar claro que estoy muy centrado en ello. Y es que ya de adolescente recortaba horas de salir por la noche para poder ir dejando leídas y fichadas todas las novelas de Martín Gaite o de Torrente Ballester, o ahorraba monedas de los futbolines para poder comprar el siguiente tomo del diario de Trapiello, preparándome así (aunque sin planes) para mi vocacional y adorado trabajo de hoy. Supongo que sentir cierta indiferencia por la actualidad me convierte en un mal ciudadano, pero ayuda a que sea un mejor lector, y ésa, al menos de momento, es toda mi prioridad y buena parte de mi alegría.

P. D.: Dedico este artículo, con la más sentida sinceridad, a todas esas geniales personas que me mandan sus libros y, cuando han pasado cuatro o cinco días sin que los reseñe o los celebre en redes, me mandan un «jajajaja, ya sabía yo que eras un farsante y que en realidad no lees nada, jajaja». Me descubro ante ellas por haberme descubierto. Nadie podrá nunca superarlas en agudeza.

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