Donald Tusk abre el grifo
«La UE premia y castiga, Ursula es amiga y enemiga, amor y odio son hermanos»
Llevaba un tiempo aciago paseándose con unos ojos grandes y lentos, profundamente espantados, por los salones largos de Bruselas. Llevaba un tiempo sin abrocharse el nudo de la corbata, por culpa del nudo de la garganta, grande como una nuez o una pelota de tenis. Llevaba un tiempo sin amigos, solo entre conocidos y saludados, ausente o deslizándose para todos por el tobogán del olvido. Polonia era y no era Unión Europea. Por fin, Donald Tusk besa y abraza a Ursula von der Leyen y la pasta larga vuelve a correr, abierto el grifo.
Europa vuelve a ser ese teatrillo donde la galería general es una bella escenificación de ricos (a veinte mil euros al mes) pero donde los acuerdos buenos se arreglan en el cuarto de la plancha. Polonia estaba castigada contra la pared por la UE, tenía borrado el rostro como el pobre que se deja barba para ir a pedir en vano otro crédito, pero la reunión entre ambos dentro del mismo partido (PPE, Partido Popular Europeo), Ursula y Donald, permite ya la liberación del chorro que llegará a los 137.000 millones de euros. Donald abre el grifo de la confianza, Ursula abre el chorro del dinero.
Europa, la UE, resulta enternecedora. La propia Ursula von der Leyen viaja a Varsovia y todo lo cuenta entre abrazos, arrumacos, palmaditas y mucha risa sin ruido, con Donald a un lado, entregado y cayéndosele la baba y la lagrimilla de los ojos tiesos (caninos hasta ahora, por la sequía de besos, vasos y bolsos). Todo es amor. ¿Y si Donald no fuese del mismo partido que Ursula? Eso es ciencia ficción, no da lugar, otra pregunta por favor, eso aquí no se pregunta, oiga, coño.
El Colegio de Comisionarios desbloquea los fondos de cohesión y recuperación para Polonia, debido a las actitudes (y aptitudes, sospechamos) de Donald Tusk, primer ministro polaco, y Alexander De Croo, primer ministro belga, sin contarnos nada del guion previo con Úrsula. Tusk supo poner fin a los ultraconservadores, que hicieron muchas pifias, y traer otra música, otro baile flamenco, nuevos jipíos y jeribeques, para otro tiempo y otro horizonte. Ursula von der Leyen, antes de los besos, contó el par de sobres destinados hasta el 2027: uno primero llamado de cohesión (76.500 millones) y uno segundo de recuperación (60.000 millones). A Tusk se le pasó el hipo. Un pastizal bloqueado por los anteriores debidos a ataques sobre la independencia judicial.
Corre el chorro, Bruselas funciona, la UE es una fiesta, pronto llegará la primera gota (6.300 millones) y Veerle Nuyts, portavoz de Asuntos Económicos, avisa que Varsovia tiene que hacer los deberes. Más besos de Donald, más abrazos por parte de Donald, más buenas intenciones, más salva de aplausos, más miradas mojadas, más manos sudadas, más amor para todos. Von der Leyen vino a decir en sus folios arrugados que esto es o debería ser una lección para Putin, toma ya, porque el Estado de derecho europeo existe, los fondos son compartidos y se liberan cuando las sanciones se respetan, toma ya. El nuevo Gobierno polaco mandó sus reformas por email, Ursula las leyó a golpe de flexo en la cama, llamó a Vera Jourova, vicepresidenta de la Comisión responsable de Valores y Transparencia, y ambas, al calor de sus timbres emocionados, sí, acordaron cerrar el artículo 7, que es el máximo de los procedimientos sancionadores sobre tratados comunitarios. La UE premia y castiga, Ursula es amiga y enemiga, amor y odio son hermanos.
Donald Tusk, orgulloso y agradecido, vuelve por la oscura senda a vestirse de lo que no es, o desconocemos si es o no, porque le faltó tiempo para otra extraña metamorfosis. Iba de liberal centrista mientras estaba canino pero ahora ya puede volver a una izquierda social, que es lo que le mola (de derechas en la moneda, de izquierdas en la calle o derechos sociales). Donald sufre una prisa incontenible por ampliar el aborto, reconoce al borde de la carrera el matrimonio homosexual y borra la religión de los colegios polacos (solo un par de horitas a la semana) porque en el avión de vuelta leyó la Ley Celaá española y le parece estupenda. Donald Tusk le da a todo. ¿Quiere otros 137.000 millones de euros españoles? Vete a saber. Donald Tusk es ya progre en las escuelas polacas y en ese nuevo nicho, haciendo caso a seminarios como Magyar Nemzet, sí, parece ser que encuentra nuevos votantes entusiastas. La pasta gorda se la birla a los carcas, a la caverna y a la carcundia, y los votos en corto se los saco al pueblo llano, que no sabe si va o viene, porque ahora lo que se lleva es el neopopulismo vip.
Los obispos polacos avisan que este tío es un jeta. Donald Tusk y su ministra, Barbara Nowacka, saben que hoy todo es un híbrido. Con una manita se abre un grifo y con la otra, si se puede, el otro. En teoría ambos chorros van al mismo caldero, pero no siempre, y tampoco pasa nada por tener varios calderos llenos hasta la mitad o el tope (sin toparlos nunca, eso jamás). La UE es el mejor teatro del mundo: escenificamos lo que queremos, firmamos lo que nos da la gana, y hacemos luego lo que nos apetece, que una parte puede ser lo que queríamos, pero otra lo que ahora toca, tras cambiar de opinión pero no de rumbo. Donald Tusk puede ya soñar mientras duerme. Oye el agua correr, el ruido del agua, que es el dinero en marcha desde Bruselas, aromado de los besos de Úrsula, fresco como una lechuga, nuevos y recién planchados los billetes por los 27 grandes. Una gota de PPE, otra de garrafón, y menuda curda.