El autocuidado es una forma de resistencia
¿Cuáles son las formas edificantes de pensar sobre un clima sociopolítico que parece tan condenadamente oscuro y desesperado?
El drama de Carmen
Poco antes de casarse, Sara, la mejor amiga de Carmen, le llamó para tomar un café. Y allí, en la cafetería, le contó que su novio estaba liado con otra chica en otro pueblo, que les habían visto en una cafetería cogidos de la mano. Que nadie se atrevía a decírselo, pero que ella se había armado de valor porque no podía permitir que su mejor amiga cometiera el error de su vida y se casase con ese impresentable. Cuando Carmen se lo contó a Eduardo, él le dijo que Sara se lo había inventado todo, que Sara siempre había estado enamorada de él y que la loca de su amiga ya no se había que hacer para romper la relación. Carmen le creyó a Eduardo y rompió todo contacto con Sara. Con Sara, la que había sido su mejor amiga desde los cuatro años. Eso hizo que a su alrededor nadie se atreviese nunca más a hablar de Eduardo, porque sabían lo que podía pasar. E incluso, si todo el mundo, durante años, estuvo al cabo de la calle de las correrías de Eduardo, nadie se atrevió a poner el cascabel al gato.
Para Carmen, Eduardo era lo más importante de su vida, era el centro de su identidad. Era la persona a través de la cual ella se definía. Ella trabajaba en la empresa de los padres de él y todo su círculo social se movía alrededor de él. De forma que, el día que llevó a arreglar el ordenador de Eduardo y el técnico le sugirió hacer una copia del disco duro del contenido antes de resetear el aparato, cuando Carmen descubrió que Eduardo llevaba años años teniendo aventuras paralelas con otras mujeres, su mundo se desmoronó por completo, porque ya no sabía lo que era verdad y lo que era mentira.
Lo había tenido delante de las narices durante años pero se resistía a creerlo. Porque estaba locamente enamorada de su marido, mucho más enamorada de lo que en general cualquier esposa suele estarlo. Por supuesto que la gran mayoría de las esposas aman a sus maridos, pero no se ciegan absolutamente por ellos.
El drama de Silvia
A Silvia le ha pasado algo muy parecido pero de una forma muy diferente. Silvia era uno de esos votantes cautivos que durante veinte años había votado al PSOE. La mayoría de nosotros tenemos unas preferencias políticas más o menos inclinadas hacia un lado o a otro, pero no constituyen el centro de nuestra identidad e incluso en algún momento podemos votar a otro partido si creemos que conviene más a nuestros intereses. Sin embargo, el votante cautivo no vota por interés sino que vota por una cuestión sentimental. En el caso de Silvia, ya sus padres habían sido militantes del PSOE, incluso su padre fue concejal en su momento, y para Silvia ser del partido era una seña de identidad. Era una cualidad que la definía tanto como su estatura o el color de sus ojos. En cierto modo estaba tan enamorada del partido como Carmen lo podía haber estado de Eduardo.
Pero de un tiempo a esta parte su amor empezaba a resquebrajarse. Los ERES, la amnistía y ahora lo de Ábalos… De la misma manera en la que Carmen se empeñaba en creer durante estos todos estos años que su marido le era fiel, pese a que todas las evidencias estaban en contra de esa opinión, Silvia deseaba con todas sus fuerzas que todo lo que le contaban fuera mentira.
La indefensión aprendida
Hace unos 50 años, Martin Seligman estudió el fenómeno de la indefensión aprendida en la Universidad de Pensilvania. En el estudio, encerró a perros en jaulas y les administró descargas eléctricas. (Probablemente, ahora este tipo de estudio estaría prohibido). Los perros intentaron escapar, pero finalmente se resignaron al hecho de que estaban atrapados. Más tarde, los mismos perros fueron trasladados a jaulas de las que podían salir saltando una barrera baja, y se les administraron más descargas. Los perros podrían haberse escapado, pero no. No intentaron escapar. Habían aprendido a resignarse y habían creído que estaban indefensos y no podían luchar. Se les había condicionado a no intentar hacer nada para salir de la jaula. A creer que no había una salida.
Los sentimientos de impotencia ante la situación política son un tema frecuente. Especialmente entre los jóvenes. Muchos de hecho creen que la única solución posible es irse. Abandonar este país de pandereta, este país corrupto.
La mayoría de mis amigos y amigas han sido votantes del PSOE muchos años y entre ellos no se atreverían a decir lo que me dicen a mí.
Me dicen que en las europeas no votarán, que ya no quieren saber nada de política y que se resignan a que pase lo que pase, que ellos nunca votarán al PP pero que si sale elegido el PP tampoco les va a cambiar mucho la vida. Como Carmen dejó de creer en su marido, ellos han dejado de creer en su partido.
En la mayoría de los casos, soy la reina a la hora de buscar el lado bueno de las cosas. Mis amigas hasta se burlan de mí porque siempre puedo encontrar formas positivas de ver las cosas difíciles. Creen que soy demasiado ingenua o que estudiar psicología me ha sentado mal. Recientemente convertí el recorte salarial de alguien en el trabajo en una oportunidad para buscar otras opciones sin sentirme culpable… y estuvieron de acuerdo conmigo. Pero incluso yo tengo que reconocer que bajar al supermercado y encontrarte con que un producto cuesta exactamente el doble de lo que costaba el año pasado y darte cuenta de que vives en un país en el que todo es corrupción y en el que los políticos te roban lo que ganas, en fin… ¿Dónde están los aspectos positivos?
Reestructuración cognitiva
La «reestructuración cognitiva» se refiere a la idea de que si piensas en las cosas de otra manera, te sentirás mejor. Pero ese laberinto está lleno de callejones sin salida: ¿cuáles son las formas edificantes de pensar sobre un clima sociopolítico que parece tan condenadamente oscuro y desesperado? Estoy tan asustada como mis amigas o como puedan estarlos los lectores.
Vivir con peso
Una mañana, hace unos meses, llegué al gimnasio, lista para afrontar una sesión de ejercicios en intervalos de alta intensidad. (Algunos de los que me leen saben que tengo una enfermedad autoinmune y que de vez en cuando me afecta el hombro y a los brazos, por lo que tengo que hacer fisioterapia). La fisioterapeuta me dio unas muñequeras y unas tobilleras que debía ponerme. «Sube el nivel del entrenamiento; ya sabes, hace que todas las cosas normales sean más difíciles, es para fortalecer tus músculos».
En este momento, aquellos de nosotros que seguimos la política llevamos puestos mentalmente ese tipo de pesos. No significa que estemos indefensos, aunque a menudo lo parezca. Simplemente hace que todo sea más difícil. ¿Trabajar muchas horas? ¿Quedarte atrapada en un atasco? ¿Discusión con su cónyuge? ¿Esguince de tobillo? Todo esto sucede en un contexto de agitación política que puede cambiar dramáticamente la manera en la que nos enfrentamos a los problemas de cada día. Muchos de tus recursos emocionales se van agotando cada vez que lees las noticias. Es como si entrenáramos con pesos atados en los tobillos y las muñecas.
Si te enfrentas a pequeños problemas y encima cargas con la preocupación de que crees que tu país se está yendo al carajo, te encuentras mucho peor. Claro. Te has cargado con un peso mental, igual que a mí la fisioterapeuta me cargaba con un peso físico.
Háblate a ti mismo como lo harías con un amigo valioso. Si un amigo se siente abrumado por lo que va leyendo en el periódico o viendo en la televisión o lo que le llega por redes sociales, podrías decirle: «Lo sé, es un horror y a mí también me asusta» o «todos tenemos miedo, pero estamos juntos en esto». La mayoría de nosotros tenemos una tendencia a ser más duros con nosotros mismos que con los demás, pero cuando te hablas a ti mismo como lo harías con un amigo o una amiga, eso normaliza y valida tus sentimientos. Y te sientes menos estancado. Menos asustada. Y además, probablemente no le dirías a un amigo que se aguante y siga adelante. Probablemente aceptarías la idea de que, a veces, tu amigo solo necesita que te sientes con él mientras se encuentra así. Y, a veces, tú necesitas darte un gran abrazo y decirte que a ti también te asusta todo lo que está pasando. Pero que tampoco es para tanto.
Esto no significa que tengas derecho a actuar como un idiota con las personas que te rodean. No significa que no tengas que ser un adulto responsable. Pero sí significa que te beneficiaría ser un poco más amable contigo mismo. Puedes suavizar tu perfeccionismo y permitirte ser menos autocrítico.
La autocompasión y el autocuidado
El cuidado personal no consiste sólo en masajes, pedicuras o vacaciones en Fuerteventura, aunque todas esas cosas pueden ser muy relajantes. También es aprender a decir no cuando no quieres hacer algo, pedir lo que necesitas, alejarte de las redes sociales, optar por no participar en eventos sociales cuando no te sientes con ganas de hacerlo.
No, no es absolutamente necesario estar al cabo de la calle de todo lo que pasa en la actualidad política de nuestro país. La mayoría de la gente no lo está.
Audre Lorde describió el cuidado personal como «un acto de guerra política». Ante la adversidad, ante la ansiedad y ante la sensación de que te parece que estás en un país que se autodestruirá en cinco, cuatro, tres, dos, uno, como aquellos mensajes de las películas de agentes secretos, cuidarse combate la indefensión aprendida. Te recuerda que no importa lo que te digan los demás, tú importas. Te mantiene fresco para que puedas luchar cuando sea necesario y te recuerda por qué estás luchando. El cuidado personal no es sólo una palabra de moda. El autocuidado es un acto de resistencia.
La indefensión aprendida… se aprende
Cuando estamos cansados o demasiado asustados, dejamos de buscar soluciones creativas. Nos rendimos. Al igual que el perro que podría haber salido de la jaula si hubiera cuestionado sus circunstancias, hay una salida pero no somos capaces de verla. Siempre la hay. Carmen puede divorciarse aunque ahora mismo piense que es imposible.
No sé qué cual es esa salida, no puedo ver el futuro. Pero confío en que no sea tan sombrío como a veces parece. Cuando te sientas impotente, como me sentí yo aquella mañana en la que creí que no podría hacer el ejercicio con pesas atadas en las muñecas y en los tobillos (sí que pude), recuerda que gran parte de la clase política española quiere que simplemente aceptemos el shock. Que nos quedemos paralizados como el perro de la jaula y no intentemos cambiar nada.
Repitete a sí mismo: «No tengo por qué sentirme así. La jaula tiene una abertura. Sólo tengo que encontrarla». Y si estás demasiado cansado para buscar ahora mismo, también está bien. Pero recuerda que la opción siempre está ahí.