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Opinión

Yo vi jugar a Óscar Puente

«Lo que hace Puente no es señalar por una mentira, es cruzar la línea del respeto que merece el cargo que ostenta»

Yo vi jugar a Óscar Puente

El ministro de Transportes, Óscar Puente. | Europa Press

No me gusta la fruta. Y no me gusta al sentido ayusesco o ayusil del concepto. O sea, no entiendo que sirva como dopamina del votante popular el tener que recurrir al insulto tosco, disfrazado bajo un juego infantil de palabras, para referirse a Pedro Sánchez. Y vale que pillaran a Ayuso insultando al presidente, por lo bajini, cuando este mencionaba en la sesión de investidura el caso de la compra de mascarillas por parte del hermano de la presidente. Hermano, claro está, libre, limpio, un ciudadano más sobre el que no pesa ni siquiera investigación. Pudiendo entender el arrebato, hubiera preferido que Ayuso, interpelada por el piropo, acudiera al furibundo cabreo como explicación del calificativo. 

No me gusta meter a Txapote para intentar desprestigiar a Sánchez. Y no me gusta porque como moderadito de mierda, no quiero que se utilice el nombre de un asesino en el juego maniqueo de la política. Aunque, a diferencia del asunto hortícola, Txapote salió de la calle. El insulto, me refiero. No hubo detrás del «Que te vote Txapote» un asesor, quizá de ahí se explica su triunfo popularísimo. Y es entendible que haya víctimas a favor del insulto, y otras, véase Consuelo Ordoñez, totalmente en contra. Aunque comprendo el insulto del plebeyo al mandatario, por más grueso que sea, como un peaje irremediable. 

Nunca he tildado de felón a Sánchez, aunque sí considere que su opinión es voluble. O que miente, sí podríamos decir que ha mentido que era lo que antes se decía. Ha mentido en asuntos marcados y ha sido el mayor artificiero contra su propia credibilidad. Por supuesto que hablo más del líder socialista que de Ayuso, porque Madrid no es España. Y aparte del lector de Cuatro Caminos pretendo que me lean mis vecinos de Granada, Vigo y Alcaudete, y qué demonios les importará a ellos Ayuso, la remodelación de la Puerta del Sol o la enésima polémica local que se traslada al mapa nacional. 

Y porque el presidente del Gobierno es el que ostenta el poder. Sí, el que maneja el BOE es el que tiene poder. Recuerdo aquella bobada de Andreotti, «el poder desgasta más a quien no lo tiene». No, el poder desgasta, a las evidencias me remito, a quien lo ostenta. Por eso conservarlo es difícil, por eso lograr una mayoría absoluta es complejo. Bien lo saben en Galicia, Madrid o La Mancha, y porque entre las piedras en el zapato del gobernante está el papel de los medios. Fiscalizar la labor del ejecutivo. 

Entiendo que por más que haya dejado negro sobre blanco algunas consideraciones previas, seguiré siendo del lado de los malvados porque escribo en THE OBJECTIVE, y eso a algunos gobernantes no les gusta. Porque hay políticos, cuya obsesión por las tertulias roza la paranoia de los culés con los vídeos de Real Madrid TV, que quieren elegir con su dedo qué cronistas y qué medios son dignos de tal distinción. Y lanzan a través de redes a las hordas partidistas para atacar al informador. 

«Tiene cierta coña que se apellide Puente el hombre que se encarga de dinamitar cualquier relación cordial con la oposición»

No diré yo que haya compañeros que se dicen como tal, y no son más que meros activistas de chichinabo. Por supuesto, Francisco Pascual o Javier Chicote no le lamen el dobladillo a ningún político. No son militantes de partido, no tienen que justificar todo lo que hace Sánchez. Y aunque lo lamieran eso no da patente de corso al ministro Óscar Puente para utilizar el lenguaje que bien podría utilizarse a la salida de una discoteca. 

Estuvo Puente desatado este pasado fin de semana. Puente aniquilador, Puente cumbre, Puente de puerta grande. Estuvo destroyer el ministro, qué hacha, tú. Rufián, te quitan el puesto de mejor tuitero del Congreso. Y es lamentable el nivel. Desolador entender que a cualquier trabajador público, y si me apuras privado, si hubiera emulado los escritos del ministro de transportes, su superior le hubiese reprochado el tono y las formas. Aquí no. Y aquí no porque es justo por lo que Óscar Puente es ministro. Por el tono, por las formas, por ser buen constructor del muro. Es propagar la división, el frentismo, el estás conmigo o contra mí.

Y defiendo que el político puede criticar a periodistas, ¿considera que miente? Dígalo. Pero lo que hace Puente no es señalar por una mentira, es cruzar la línea del respeto que merece el cargo que ostenta. El respeto a un ciudadano, el insulto al contribuyente. O sea, la peleona actitud del poder al pueblo y no al revés, infame fenómeno. Tiene cierta coña que se apellide Puente el hombre que se encarga de dinamitar cualquier relación cordial con la oposición, y con cualquiera que no le siga la cuerda. 

Todo lo que está a la derecha del PSOE, menos Carles y los del PNV, merecen la extinción. Aquel periodista que le recuerde sus palabras sobre Puigdemont, «es una especie de Charles Manson», se trata de un vocero de Feijóo. Y a sueldo del Ibex. Puente es el signo de los tiempos. Tiempos donde un Koldo de la vida ascendió, pura meritocracia, hasta ser el hombre fuerte del ministerio de Fomento. Tiempos chuscos, como aquel ejemplo de Puente entre el embarazo de penalti y la amnistía. Nos queda mucho que ver del ministro. Todo pasará, lástima, llegarán políticos educados al Ministerio de Transportes y tiempos más soporíferos. Habrá que contárselo a los niños, yo vi jugar a Óscar Puente. 

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