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Opinión

Te debemos tanto, Manuel Alejandro

Celebró ayer 92 años el mejor compositor en español del siglo XX. Vayan estas palabras como timorato agradecimiento

Te debemos tanto, Manuel Alejandro

El compositor Manuel Alejandro posa para Europa Press, a 8 de febrero de 2024. | Europa Pres

Cantó Rosalía en los Latin Grammy para abrir la gala que por primera vez en su historia se hacía fuera de los EEUU. Hace unos meses sonó con ese Se nos Rompió el amor que tantas veces hemos gorjeado con copas de más, intentando alcanzar el cielo en un bar infecto de alguna ciudad a medio recoger. No tuvo la catalana un sonido que pudiera parecerse al de una tosca imitación de Rocío Jurado, fue Rosalía cantando eso, no fue Rosalía enfundada en un traje que no le viene. Cada uno tenemos nuestras medidas.

La gala de la pompa y el jabón, de las cámaras que tirotean flashes en el photocall. La ceremonia de los abrazos, los vídeos virales para redes y el lucimiento un tanto ególatra de los músicos. El evento donde se presupone que debía reunirse a lo más granado de la música cantada en español, no había invitado al hombre que, entre otras tantas creaciones, había parido ese sonido inmortal con el que Rosalía había hecho de la canción, carne. Exquisita carne fresca para el elevado público

Se lo leí al periodista Pepe Luis Vázquez, «Manuel Alejandro, a sus 90 años, ha visto la actuación desde el sofá de su casa. Porque nadie le ha invitado a la gala. Ni que sus seiscientas canciones, caso de Se nos rompió el amor, siguieran traspasando las fronteras de los corazones hispanos». Es tal la estupidez de la organización que se asemeja a una futurible gala de los Oscars donde comenzasen parodiando las escenas más míticas de ET, Indiana Jones, Tiburón, Jurassic Park, y el pobre Spielberg lo viera desde su casa. Perdón, quise decir desde alguna de las mansiones del forrado Steven. 

Te debemos tanto, Manuel Alejandro, que poco importa ya lo que aquí se escriba en el día posterior a tu cumpleaños. 92 inviernos de una vida larga y plena para el hombre que se esconde tras la tramoya. No busca los focos Manuel Alejandro, y nunca ha preguntado por ellos, porque las personas sabias aprendieron que la fama devora, pero el talento alimenta. Más de cinco décadas siendo, como dice Pepe Luis, luz en la sombra. Dando fuego para que se caliente la casa de tantos artistas de relumbrón, poniendo letras para que luego nos sintamos reflejados en el cantar de un otro. 

Las canciones, como los poemas, los libros, las pelis nos sirven para completar esta vida que no llega. Porque la existencia, como una faja, tiene tope. No da la vida para ser excesivamente gloriosa, este paseo vital es en gran medida normal, qué palabro, cotidiano, qué coñazo, grisáceo, qué remedio. Existen buenas letrillas para superar la vida, para abrazar desde la lejanía el amor que se va, el beso que llega, la pérdida que se siente desde lo hondo del mapa intestinal. Es el milagro de lo que existe más allá de nosotros, el arte, la cultura, el grito «pelao» de un «qué sabe nadie», o la proclamación del «yo soy rebelde». 

Ha conseguido Alejandro el don de la inmortalidad escribiendo sobre el amor. Nunca cayó el sensiblerío azucarado, no fue tampoco un cantautor protesta porque se hubiera perdido en los arrabales de la memoria. Fue, es, y será siempre un escribidor de canciones, nada más, pero nada menos. Una bandera de lo que supone el padre de la canción ligera española, aunque la cante un mexicano como José José. Qué inolvidable gloria la distinción alejandriana, «amar es sufrir, querer es gozar». Y oyendo al genio se presupone fácil la composición de una letra. Como parece sencillo jugar al fútbol si ves a Bellingham, y luego da pena verte en la peña dominguera. 

No se puede argumentar mejor una ruptura porque «Las cosas tan hermosas duran poco, jamás duró una flor dos primaveras». Hay talento para gritar, «ya no siento nada al hacerlo contigo». Supones que «lo mejor de tu vida me lo he llevado yo». Solo pides que te hable del mar, marinero. Ah, y «que no se rompa la noche, que sea serena y larga como el tallo de una rosa». Tu eres el que cada noche la persigue, aunque luego, te das cuenta que «lo sabemos los tres, que no eres tú sola quien juegas, que está jugando él también». Y entonces procuras olvidarte, «haciendo en el día mil cosas distintas», dado que «se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas». Está Manuela, aunque «ya es tarde, señora». 

Sigue entre nosotros Manuel Alejandro, ese señor de Jerez que ha sido el escribidor de nuestra vida. La sombra tras el brillo glorioso de las tablas. Es él, muchas veces en colaboración con su ya fallecida mujer Purificación Casas, escondida bajo el seudónimo de Ana Magdalena—en referencia a la segunda esposa de Johann Sebastian Bach—, quienes han puesto palabras a lo que se siente. Difícil la empresa de sustantivar un corazón malherido, un amor en alza, una despedida precipitada. Celebró ayer 92 años el mejor compositor en español del siglo XX. Vayan estas palabras, insignificantes, como timorato agradecimiento. Se merece mucho más, tanto como lo que te debemos, Manuel Alejandro, y jamás te podrás cobrar.

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