THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Wagensberg no vuelve

«El trámite puede eternizarse»

Wagensberg no vuelve

Carles Puigdemont. | Europa Press

Los mejores fugados, todos racionales, no vuelven. Los peores fugados, todos emocionales, andan en el tiovivo de la vuelta, que es una ida sin ruptura, cercanos al triunfo imaginario y la eterna novia digital (y tal, y tal). Puigdemont (JUNTS) aspira al regreso, en loor de multitudes, y con palmeros desde la escalerilla del avión hasta casa. Wagensberg (ERC) no piensa asomar ni la nariz, porque fuera de España con pasta se vive bien y el Tribunal Supremo no tiene a nadie por encima. 

El independentismo péndula ya entre hacerte un Wagensberg o un Puigdemont, a las bravas. Decía Paul Theroux en El gran bazar del ferrocarril: «El viaje es fuga y búsqueda a partes iguales». Wagensberg está en lo segundo, la búsqueda, que es siempre nicho u oportunidad de negocio, y Puigdemont anda en el peor negocio posible e imposible, que es la vuelta, realmente la pura fuga, porque todo cuenta desde el inicio, y él es un prófugo desde que hizo la maleta, asunto que no concierne a Wagensberg, porque fue él quien se marchó por voluntad propia a los bosques y altos verdes suizos donde se ordeña la leche Milka.  

La ida sin vuelta de Wagensberg viene a decirnos que el único independentismo que tiene futuro es el digital: a muchos kilómetros, emitiendo en las frecuencias digitales que elijan pero con pocos visos de catar cacho. Lo que busca Puigdemont es algo peligrosísimo: el reencuentro en la estación consigo mismo, aquel que escapó y ya no existe. Decía Federico Moccia en uno de sus bodrios (Tú, simplemente tú): «Detrás de un viaje, siempre hay una fuga o un reencuentro» (Puigdemont en lo segundo con mucha foto con marco de familia, Wagensberg en lo primero sin delito).

El chico se fue porque le dolía la cabeza. Necesitaba cuidar de su salud mental, escribió la Navidad pasada, y sabía toda la cancha que podía tener el terrorismo en todas sus acepciones y cuidados. Supo que algo olía a podrido en Tsunamic Democràtic y, rápidamente, distinguió el tufo acre en ese ambiente: la prisa que había por incluirle en el rollo por parte de amigos y próximos. Alguna fotocopia tenía en el bolso, por parte del canto general en la Audiencia Nacional, pero Ginebra supo recibirle con los brazos abiertos y los ojos cerrados, justo el envés que Waterloo, donde todo eran ojos abiertos por las paredes y ningún anonimato ni oasis ni calma. La causa que abre el Supremo es idéntica, el mismo pan e idéntico vino, para Puigdemont y Wagensberg, pero el segundo sabe que si vuelves te engrilletan sin un beso. 

«La amnistía es el Caballo de Troya que quiere entrar en la ciudadela democrática con los malos dentro por lo que la labor vigía con prismáticos del tribunal tampoco está tan mal»

La juventud de Wagensberg es lúcida, mochilera, carece de espejo retrovisor y, sí, vive la sociedad líquida de Bauman a cada paso, sin recuerdo, por lo que no pasa nada por pensar una cosa diferente cada cinco minutos. Puigdemont va de clásico moderno, de clásico contemporáneo, y eso que tocaba la guitarra eléctrica en los años locos; se le nota que busca la peana en cuanto llega a un sitio nuevo, y por ahí llega la trena, porque todo podio es un cepo, primero un pie, luego otro, y ya no te escapas ni con alas. Este jueves próximo Sánchez tendrá que negociar la amnistía con Puigdemont y no sabe si llamar a Wagensberg, porque el otro está mucho más en lo que hay que en la realidad (lo dijo Agustín García Calvo, el último ácrata que tuvo Madrid, maestro de Savater en el Café de Manuela: «La realidad es mucho más que lo que hay»). Toda nostalgia lleva al error: habitas un tiempo inexistente y te grapan.

El abogado de Wagensberg, Andreu Van der Eynde, dice estos días algo muy divertido: «Ser independentista es arriesgarse a que te puedan detener». Quizás habría que empezar a negociar por ahí, desde la trena, en lugar de lo contrario, primero chirona y luego indulto, sin amnistía ni mayores complejidades. Una mera formalidad en el vis a vis: «¿Quieres salir de aquí, hermoso? Pues ya sabes lo que tienes que hacer». El amigo Andreu mantiene una relación entre el Supremo y la Amnistía, el arte de buscarse entre ellos y no encontrarse, la fuga y la cacería. Y qué más da si así fuera: la amnistía es el Caballo de Troya que quiere entrar en la ciudadela democrática con los malos dentro, ocultos en el estómago con wifi del corcel enmaderado, puro humo y ruedas, por lo que la labor vigía con prismáticos del tribunal tampoco está tan mal: la ley protege y defiende, como tanto dice ahora Ábalos, tenor ya sin coro.

Tras el suplicatorio viene algo muy marchoso: «la euroorden». Bélgica mantendría el pulso pero Puigdemont ya no podría volver jamás. Las órdenes de detención y entrega europeas excluyen los delitos de terrorismo del control de doble tipificación; así el país que reclama la entrega debería pensar igual que el que la ejecuta, pero los belgas saben hacerse los suecos. Para Bélgica, realmente, no es terrorismo y no tiene problemas en explicarlo en dos lías de mail. El trámite puede eternizarse. Wagensberg está, a su manera, a salvo en sus zapatos, que no son los de Puigdemont. La golosina, el caramelo de la vuelta, la zanahoria y el palo del regreso, no pueden disolverse como un azucarillo en el primer café solo de la mañana. El problema de Puigdemont no es «volver» (con la frente marchita y las nieves del tiempo plateando su sien) sino «querer volver». Wagensberg no tiene esa mochila, viaja libre, sin memoria, a su aire por las cunetas de la Europa bien asfaltada, esperando el momento en que ERC se coma a JUNTS entre muchas risas, mientras cantan eso de que «vivir es ver volver», como escribía Azorín apesadumbrado.

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