THE OBJECTIVE
El blog de Lucía Etxebarría

Cómo retrasar el envejecimiento: la neurociencia de las primeras veces

«El superpoder del cerebro reside en la capacidad de ampliar la zona de confort. De probar cosas nuevas»

Cómo retrasar el envejecimiento: la neurociencia de las primeras veces

Un hombre salta en paracaídas. | Freepik

Ayer estaba en una fiesta en la embajada argentina con unos amigos y decidí marcharme pronto entre otras cosas porque todas los días por la mañana tengo que escribir algo para este blog. Estaba con un amigo que me dijo que pasara de todo y me fuera de fiesta, que yo no tenía por qué poner hoy una entrada en el blog. Le dije que ya se ha convertido en costumbre de hacerlo cada día. Y me dijo: «Pues no lo hagas mañana. Al fin y al cabo siempre hay una primera vez«.

Recuerdo perfectamente cuando intenté tocar una melodía al piano por primera vez. Lo hice fatal. Y lo sigo haciendo fatal. De hecho ya no lo hago. No tengo piano en casa ni amigos con piano. Pero me encantó. Lo hice muy mal pero me encantó. 

También recuerdo el miedo a hacer senderismo en una montaña por primera vez. Tenía dieciocho años y la montaña me parecía altísima. Cada vez me cuesta más, y ahora no podría enfrentarme a una montaña tan alta como aquella, pero sigo amando hacer senderismo. Y cada vez que regreso a una montaña recuerdo la sensación que experimenté en la primera vez que me dispuse a subir hasta una cima.

Lo bueno es que cada día te ofrece oportunidades de probar primeras veces.  No se trata de tachar cosas de una hipotética lista de deseos, sino de experimentar la alegría de poder hacer algo por primera vez. Y cada vez el sentimiento es diferente. Lo sorprendente es que cuando llevas en este mundo más de cinco décadas todavía puedes hacer cosas por primera vez. Cada día te ofrece la oportunidad de hacer algo por primera vez: comer sushi, tirarse de un acantilado, saltar en tirolina, visitar París, tocar un instrumento, publicar un libro, dormir con un perro, asistir a un concierto de música clásica, escuchar por primera vez un tema de los Beatles que no conocías aunque tú creías que los conocías todos…

¿Por qué son importantes las primeras veces? Porque las experiencias de la vida sacan a relucir nuestras verdaderas emociones, que rápidamente sacan a la superficie nuestros pensamientos. Pueden revelar cosas sobre nosotros que hemos ignorado durante mucho tiempo. La primera vez que Proust prueba una magdalena en la vida adulta después de muchísimos años sin saborearlas aflora a la superficie de su consciente un recuerdo brillante y luminoso de cómo cuando era pequeño sumergía las magdalenas en tila. El sabor de la magdalena inmediatamente activa una luz en la memoria y le lleva a su infancia en Combray.

Esa reactivación estímulo-memoria se comprende  desde la neurociencia. Cuando se forman los recuerdos, el hipocampo (una región del cerebro que se llama así porque se parece a un caballito de mar) ayuda a unir las partes de la memoria (la vista, los sonidos, los sabores y los olores…) que se han procesado en regiones cerebrales especializadas dedicadas a cada sentido. El estímulo funciona como un pegamento. Por eso, la primera vez que hacemos algo después de mucho tiempo inmediatamente volvemos al momento en que lo hicimos por última vez. Cuando se experimenta el mismo olor o sabor, ya está vinculado a las otras partes de la memoria. Y de esa manera se reactiva la experiencia anterior.

Pero a menudo dudamos a la hora de probar cosas nuevas. Estamos programados para desconfiar de las nuevas experiencias. Muy poca gente se atrevería, por ejemplo, a probar saltamontes en Tailandia (yo lo hice) incluso si aquí en su país adoran las gambas, que tampoco son tan diferentes.

Pero si permitimos que ese miedo a lo desconocido se apodere de nosotros envejecemos mucho antes. ¿Por qué?

Porque el superpoder del cerebro reside en la capacidad de ampliar la zona de confort. De probar cosas nuevas. Esta es la manera en la que entrenas tu cerebro y lo obligas a crecer. En la que creas nuevos caminos neuronales y fortaleces la plasticidad del cerebro. No importa cuántas experiencias tengas, siempre hay más que aprender y vivir. 

A medida que envejecemos, la cantidad de cosas nuevas que podemos hacer no se reduce. En teoría. La verdad es que siempre hay nuevos libros que leer, nueva música que escuchar, nuevos museos por visitar, nuevos rincones de tu ciudad por descubrir y nuevas habilidades por practicar. Yo, por ejemplo, nunca he hecho un vaso de cerámica. Ni siquiera he hecho un animalito de origami. Y hablo bien cinco idiomas, pero me encantaría hablar bien árabe. No importa la edad que tengas, siempre hay algo que puedes hacer por primera vez. 

Yo paseo por el parque del Retiro cada día y pensaba que lo conocía al dedillo. Pero el otro día me di cuenta de que estaba sentada en un banco en una esquina en la que nunca me había sentado y en un rincón que no conocía. Allí estaba examinando un rincón bellísimo por primera vez. Porque las primeras veces no tienen que ser épicas ni arriesgadas ni trascendentes a los ojos de los demás. Esa primera vez en el rincón del parque probablemente no hubiera tenido significado especial para nadie más que para mí. Pero para mí el hecho de contemplar por primera vez un árbol que no conocía, en un parque que pisé por primera vez hace treinta años y que creía conocer palmo por palmo fue casi una experiencia religiosa (gracias, Enrique Iglesias, por la metáfora).

Cuando nacemos, nuestro cerebro es completamente maleable y experimenta cosas nuevas todo el tiempo. Los primeros años de vida el cerebro está constantemente descubriendo cosas nuevas, asimilando qué es bueno para la supervivencia y que no lo es, y evitando consecuencias que causarían incluso dolor a corto plazo. Tenemos que descubrir que el fuego quema o que los cuchillos cortan, o que no es bueno acercarse demasiado al perro del vecino. A medida que envejecemos, nuestro cerebro aprende formas de hacer cosas, aprende a comportarse de acuerdo con cada contexto y cada estímulo. Básicamente, nuestro cerebro aprende desde el principio qué funciona y qué no. Esto es fantástico, por un lado, porque significa que no tenemos que volver a aprender comportamientos positivos una y otra vez. Pero la desventaja es que el cerebro se acostumbra a hacer ciertas cosas de cierta manera, por lo que, con el tiempo, introducir nuevos modos de comportamiento se vuelve un desafío. A nivel emocional, cognitivo y ejecutivo, el cerebro ha establecido muchas vías, ha mapeado a muchos caminos neuronales.       

Cuanto más haces algo, más se arraiga en los caminos neuronales, de forma muy similar a como un ordenador almacena los sitios que visitas: cuando inicias sesión en tu navegador, aparecerán determinados sitios porque los usas mucho. El cambio es un trastorno de muchas cosas y el cerebro tiene que trabajar para encajarlo en un marco existente.

Cuando introducimos cualquier cambio de rutina en nuestras vidas, nuestro cerebro también está en guardia y listo para atacar, considerando de inmediato la posible amenaza que el cambio puede conllevar. Desde un punto de vista evolutivo, desarrollamos estos caminos neuronales para adaptarnos a la vida, de modo que cuando encontramos un cambio, nuestro cerebro cambia a un modo protector. Tiene que utilizar energía de reserva y no sabe, desde ese punto de vista evolutivo, si el cambio es bueno para nosotros o no. No sabe si este cambio es algo puntual o si es necesario restablecer una rutina. ¿Me hará daño?, se pregunta nuestro cerebro. Se encienden muchas señales de alerta.

Por eso nos da tanto miedo comer saltamontes. Por eso a tanta gente le cuesta entender la música dodecafónica o el arte abstracto. Por eso a un habitante de una tribu de Zimbabwe no vas a convencerle de que el caviar es excelente: todo lo que él va a ver es unas huevas negras rarísimas que no piensa probar.

Puedes y debes enseñarle a tu cerebro a acostumbrarse al cambio. Aunque el cerebro es naturalmente más reacio a probar cosas nuevas a medida que envejecemos, es beneficioso para nuestra salud cognitiva estimularlo y fomentarlo. Está ampliamente demostrado que mantener el cerebro ágil ayuda a retrasar el envejecimiento. Desde el momento en que controlas tu aversión al cambio ralentizas el proceso de envejecimiento. Si quieres mantenerte joven más tiempo tienes que enseñarle a tu cerebro a avanzar más allá de su zona de confort.

El envejecimiento no es una juventud perdida sino una nueva etapa de oportunidades y fortaleza. Me gustaría pensar que cuanto más vivo, más hermosa se vuelve la vida. Digo que me gustaría pensarlo y no que lo piense, porque soy de  naturaleza pesimista. Pero lo cierto es que me esfuerzo cada día en cambiarla y luchar contra ella. Por eso creo que quizá deberíamos contar la vida en primeras veces y no en años.

En cualquier caso todo esto viene para contarles que quizá en breve ya no cuelgue post todos los días y que un día usted entrará para ver el post diario y quizá no esté, porque… siempre hay una primera vez.

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