THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

Facha, puta, zorra, terfa y gorda

«No me gusta que me llamen facha porque no soy fascista y porque me están llamando facha precisamente por oponerme a imposiciones totalitarias del fascismo de izquierda»

Facha, puta, zorra, terfa y gorda

Una mujer de espaldas en la playa. | Unplash

A estas alturas, si usted me sigue, ya sabe que tengo dos perras. Si usted no me sigue, bienvenido o bienvenida a este blog. La perra pequeña es Tisbe, la destructora de mundos, y destroza todo lo que pilla cerca de sus fauces minúsculas e implacables. A estas alturas, si usted me sigue, ya sabe que hoy, hoy, hoy martes 12 de marzo acaba la preventa de mi libro La escritura que cura y que esta preventa es importantísima para mí. Porque cuando los libros salen publicados en pequeñas editoriales, para llegar a grandes librerías es fundamental haber funcionado en preventa. Si no, las librerías no se interesan por ellos. Y si usted no me sigue, bienvenido o bienvenida a este blog.

Pues bien yo tenía preparado un sobre del Legítimo Polvo LLAMA CLIENTES, para «vestir» con él una vela verde y dejarla encendida todo el día, tal y como me había recomendado mi amigo Edgar. Me dejé el sobrecito de polvo encima de la mesa del comedor, la perra lo agarró y se lo comió. La perra demostró unas grandes habilidades para la escalada porque no sé cómo accedió a la mesa del comedor. También desconozco qué misteriosos ingredientes lleva el legítimo polvo llama clientes pero el caso es que la perra está viva.

Y ¿por qué tenía yo un sobre de legítimo polvo llama clientes? Pues porque me lo había dado mi peluquero Edgar. A Edgar le había enviado el polvo su madre directamente desde Venezuela. Lo de decir «mi peluquero» queda muy rimbombante y parezco Carmen Lomana, porque lo cierto es que tampoco tengo yo un peluquero que trabaje para mí en exclusiva. Pero bueno, que cuando voy a cortarme las puntas el chico que me las corta se llama Edgar. Este chico es venezolano y gay y tiene una historia muy interesante. A Edgar la pluma en Venezuela le ha costado agresiones verbales, físicas, discriminación e incluso un episodio de violencia sexual.

Pero antes de contar la historia de Edgar tengo que explicar que mi barrio está lleno de venezolanos y no precisamente ricos. La chica que me pone el café en el bar de la esquina es venezolana, el profesor de Pilates es venezolano, el chico que me dio clases particulares para superar la psicometría es venezolano. Johnny, el dueño de la taberna El Sur, es venezolano… y todos los camareros son venezolanos.

Volviendo a Edgar. En Venezuela dos personas del mismo sexo no pueden casarse, un hombre gay no puede donar sangre y una mujer transexual no puede cambiar su nombre en el registro civil aunque esté operada y hormonada. Pero existe además una vez homofobia y una violencia omnipresente y normalizada hacia las personas homosexuales, muy especialmente a personas como Edgar, que no es de los que esconden su pluma.

A Edgar le hacían de todo. Le insultaban por la calle, le tiraban palos y una vez unos policías le pegaron una paliza.
Edgar es uno de los ocho millones de personas que han huido de Venezuela. Edgar me cuenta que huyó por la frontera de Colombia, que su madre vendió el anillo de casada para poder pagar a la mafia que le ayudó a cruzar el bosque. Que lo cruzó andando y que durante todo el camino tenía que estar mirando al suelo porque le advirtieron de que se miraba a los lados o al frente le pegarían un tiro. Tenía que mirar al suelo para no recordar ni el camino ni quién le acompañaba.

Eso fue hace varios años creo que diez. De Venezuela, Edgar pasó a Colombia y finalmente llegó a España. Aquí consiguió trabajo como peluquero en un establecimiento chino, sin papeles y cobrando una miseria. Y trabajando durante catorce horas diarias, en un local que abre de 10 a 22 horas, pero que también hay que recoger y limpiar antes y después de abrir y cerrar. Pero Edgar es tan buen peluquero y sobre todo es tan guapo y tan simpático que se llevaba un sobresueldo en propinas lo cual le permitía ganar algo más del salario mínimo. Finalmente se casó con un novio español en y obtuvo una exención de visado y un permiso de trabajo.

«No soporto que me llamen facha. Ni mucho menos que me digan que pertenezco a la fachosfera»

Anteayer noche estaba yo paseando a las perras por la noche cuando me encontré a Edgar que estaba en una terraza del barrio tomando algo con un grupo de chicos, y me invitó a sentarme y unirme. La conversación, no sé por qué, llegó hasta Koldo García y fue entonces cuando Edgar y yo mencionamos mencionamos el asunto del Delcygate y de la operación Plus Ultra. Pues bien uno de los chicos que estaban sentados en la mesa dijo que yo venía de «la pandilla frutera» (he de reconocer que tardé en pillar a que se refería, porque como buena Asperger que soy no soy precisamente rápida a la hora de pillar las ironías y los dobles sentidos) y que nosotros dos éramos unos fachas. El muchacho tenía todas las pintas de haber bebido de más y de haberse metido alguna línea para ir directo. En aquel momento Edgar se cabreó muchísimo, se alzó del asiento, todo lo alto que es, que es mucho, como impulsado por un resorte, hizo amago de pegar al que lo insultaba (un amago bastante teatral no creo que en realidad lo fuera a pegar) y lo tuvieron que sujetar entre varios. Manda huevos que a un tipo que lleva trabajando desde los 16 años, al que le ha agredido la propia policía, que se ha jugado la vida escapando ilegalmente de un país que ha trabajado en todo lo trabajable por sueldos de miseria, le llame fascista un niñato pijo que minutos antes alardeaba de que las zapatillas Moncler que llevaba costaban 800 euros pero que él las había conseguido a 500 en un outlet.

No soporto que me llamen facha. Ni mucho menos que me digan que pertenezco a la fachosfera. Como bien expliqué en mi carta a Bob Pop, tanto mi padre como mi hermana lucharon contra el fascismo siendo yo una niña y la ausencia de ambos tuvo repercusiones muy serias en mi infancia (es algo de lo que ha hablado a menudo en terapia). En el caso de Edgar, él había salido huyendo precisamente de una dictadura fascista.

Porque, sí, señores y señoras, el fascismo de izquierdas existe. Es un término difundido ampliamente ampliamente a través de los sociólogos Jürgen Habermas e Irving Louis Horowitz, y utilizado también por filósofos como Hannah Arendt, Adorno, o Bernard Henri Levy, entre otros, para referirse a movimientos totalitarios que funcionan como cualquier dictadura clásica de derecha pero se que se autoatribuyen categoría de izquierda.

«El engaño ideológico más masivo del siglo fue precisamente que, después de 1945, la izquierda fascista acusó a los derechistas de fascismo, para quedar finalmente como sus opositores. En realidad se trató de una autoamnistía. Cuanto más se expusieran como imperdonables los horrores de la derecha, más desaparecía la izquierda del campo visual«, decía Peter Sloterdijk, un filósofo alemán heredero de Habermas que a veces plantea temas muy interesantes y otras defiende auténticas burradas como la eugenesia. Porque es importante recalcar que en este mundo traidor las cosas no se dividen en blanco y negro sino que hay muchísimas variaciones de gris. Y que entre el populismo de izquierda y el populismo de derecha existe una amplia tierra de nadie que habitamos muchos. 

Repito: no me gusta que me llamen facha porque no soy fascista y porque me están llamando facha precisamente por oponerme a imposiciones totalitarias del fascismo de izquierda.

No me gusta que me llamen terfa o terf (el palabro que usan para insultar, señalar y amenazar a las feministas que nos opusimos a la Ley Trans) porque yo no excluyo a nadie, porque de toda la vida he tenido amigas transexuales (cómo no las iba a tener si siempre he vivido en barrios donde se ejercía la prostitución), amigas a las que a día de hoy también les llaman transfobas o truscum (un neologismo que en la secta transgenerista utilizan para referirse a las transexuales que no comulgan con los postulados de la teoría queer y/o que se oponen a la hormonación y motorización de menores).

Y no me gusta que me llamen bollera, porque mi orientación sexual es mía y porque yo decido cuando quiero hablar de ella y cuando no, pero desde luego no soporto que la arrojen contra mí como si fuera una piedra o un insulto. Dejando aparte que en todo caso yo sería bisexual.

«He visto chicas con auténticos problemas de autopercepción porque en su familia le llamaban gorda o gordita y cuando se quejaba le decían que no tenía sentido del humor»

No me gusta que me llamen zorra ni tengo el más mínimo interés en resignificar el término, porque zorra es estadísticamente,y tal y como lo demuestra el análisis de sentencias judiciales el insulto más utilizado para intimidar y humillar a las mujeres en los actos de violencia contra ellas.

No estoy de acuerdo en esa chorrada de que hay que resignificar las palabras y hacerlas propias. En mi libro, ése cuya preventa acaba hoy, insisto mucho en la importancia de no introyectar palabras insultantes o denigrantes que nos han dirigido de pequeñas. He visto chicas con auténticos problemas de autopercepción porque en su familia le llamaban gorda o gordita y cuando se quejaba le decían que no tenía sentido del humor. A adultos destrozados porque de pequeños han sufrido acoso escolar al grito de maricón, a mujeres con la autoestima fundida porque ante cualquier tontería su marido le decía «hija es que eres tonta» y cuando ella le insistía en que dejara de utilizar esa coletilla él le respondía que ella era una exagerada y que se lo tomaba todo demasiado a pecho.

He escrito un libro que habla precisamente de la importancia de conceder a las palabras su sentido justo y de utilizar las palabras en tu propio beneficio.

Y no, no, no somos fachas ni pertenecemos a la fachosfera las personas que advertimos de que se está atentando contra el Estado de Derecho, de que por un lado nos hablan de antipunitivismo mientras que por el otro nos meten leyes mordazas con las cuales atacar a cualquier persona que simplemente exprese lo que vemos en sus ojos.

No somos fascistas los que denunciamos que el estado de derechos se está desmoronando como un castillo de naipes o que estamos en manos de una casta de políticos que nos sangran a impuestos para gastarse nuestro dinero en putas, en cocaína y en mantener a su parentela.

 Y nunca, por definición, puede ser fascista la persona que lucha por la igualdad y por la libertad de expresión.

Dicho la cual, me he quedado sin el legítimo polvo llama clientes, y por lo tanto carezco de ayuda sobrenatural para que la preventa de hoy vaya bien.

La preventa se acaba este martes 12 a las 00 horas y si no pega un último y definitivo empujón creo que el libro nunca llegará a librerías.

Así que anímese y echa un vistazo porque en la lengüeta roja que verá usted en este enlace – sí, ésa en la que pone primeras páginas, puede clicar y leer el primer capítulo del libro. E igual incluso se anima y se lo compra. Para mí sería extraordinariamente importante porque llevo cuatro años trabajando para intentar implantar la terapia de escritura expresiva en España.

Y lo he hecho porque la palabra salva. Salva en la vida privada en la vida familiar y en los entornos laborales y nos salva como sociedad.

Cuando pierdes tu libertad para hablar y para escribir pierdes tu capacidad para pensar con claridad y para verte a ti mismo como una persona digna de respeto. Cuando los escritores perdemos la libertad de escribir, por miedo a las represalias o a la cancelación, la sociedad entera da un paso atrás. Cuando cada uno de nosotros deja de leer y de escribir,se hunde en la ignorancia y sus ideas se basarán en un montón de suposiciones que habrá introyectado de otros, y que le convertirán en alguien sumamente manipulable. Si no aprendes a pensar, a leer, a escribir y a hablar por ti mismo, nunca pondrás plantear una idea original por miedo a que la tachen de ofensiva, de transfoba o de fascista.

La palabra salva y esto es los genuinamente crucial de la libertad de expresión. La palabra salva a nivel terapéutico pero la palabra salva a nivel social también.

La palabra salva y no es porque sea necesaria para la democracia, que también, sino porque es lo que nos salva de la mediocridad intelectual y de la cosificación social.

Así que no, no permita usted que le llamen facha ni que le digan que está usted en la fachosfera, ni que le llamen terfa ni que le llamen zorra. Ni gorda ni gordita, ni tonta ni tontita, ni maricón ni mariquita, ni ningún insulto.No crea usted en la resignifacion. Crea usted en el valor de la palabra justa.

Y repito que es muy importante para mí que hoy es el último día de preventa y que si la pregunta no pega un último empujón, mi libro se va al garete. Ya sé que me pongo pesadísima con esto pero les garantizo que a partir de mañana ya no se habla más puesto que a partir de mañana…ya no hay preventa.

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Lo hago por mí: Escritura terapéutica y neurociencia contra la ansiedad y la depresión
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