Funeral y entierro de las pymes españolas
«Las ‘pymes’ iban a ser las reinas en la creación de empleo y en la transformación de la economía global»
Fue el término por excelencia, molón y callejero, pintón y económico de los años noventa y dos mil: «pyme». Coromines, y su célebre diccionario etimológico, con el que Ansón mandaba las crónicas desde Camboya y que pesaba dos kilos, no se enteraron, pero el término, el rótulo, el marbete viene desde los años 70. Así «pyme» (entrecomillamos solo para destacar) es el acrónimo de: «pequeña y mediana empresa». Refiere, en su esencia, a las empresas que tienen un número limitado de empleados, ingresos y activos en comparación con los gigantes y tiburones financieros, dueños de mucha guita.
Crea el acrónimo la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con otra etimología y gramática provenzal: «Empresas que tienen menos de 500 empleados». Las «pymes», en un principio, iban a ser la vanguardia y el motor de la economía mundial. La Unión Europea no tardó en apuntarse a la literatura y definió el plato sobre la mesa: «Una pyme tiene menos de 250 empleados y un volumen de negocio anual inferior a 50 millones de euros». En Estados Unidos, sí, ocurre la salvedad y excepción que confirma la regla: «Una empresa se considera una pyme solo si tiene menos de 500 empleados».
Conceptualmente, la «pyme» iba a ser pura gimnasia y acrobacia numérica: más ágil que las grandes empresas, más flexible, con mayor capacidad de adaptación a mercados diferentes, a países distintos, a necesidades contrapuestas de los mismos clientes. La «pyme» iba a tirar, especialmente, de países en vías de desarrollo. Solo acusaban un lastre, a la altura de las espuelas: la falta de recursos financieros y humanos podían dificultar su crecimiento y desarrollo; podían tener problemas graves a la hora de competir con las grandes empresas en precios y producción.
Las «pymes», en cualquier caso, iban a ser las reinas en la creación de empleo, en la transformación de la economía global, en esa inyección de innovación y emprendimiento que las hacía dueñas y creadoras de otros mercados molones. Un tío con un portátil y tres socios era una «pyme» que podía vender caramelos, bandoleras, zapatos o chaquetas de lana artesanal en todo el mundo. Una pequeña editorial, con dos o tres trabajadores, y tratos con diferentes imprentas era una «pyme».
Todos recordamos aquel enfado de Beatriz de Moura (Tusquets) referido al caso: «Aquí todo dios se piensa que con un millón de pesetas puede abrir una editorial como quien monta un chiringuito en la playa durante los meses de verano». Todos recuerdan aquellas palabras de Emilio Botín, mientras le subían unas sardinas de lata a media mañana, como era costumbre, y le investigaban sobre el particular: «¿Qué «pyme»? Tendrán éxito una o dos de cada cien mil». La falta de recursos las hacía bohemias, atrevidas, peleonas, valientes, jóvenes.
«La falta de recursos las hacía bohemias, atrevidas, peleonas, valientes, jóvenes»
El dato español, referido al año pasado, es el comienzo de la misa en latín, el funeral serio y el entierro solemne de las ilusiones más líricas: el año pasado cerraron 700.000 «pymes» en España. No fue una simple bajada de persiana metálica, con más o menos ruido, qué va. Muchas quedaron endeudadas, tocadas del ala, con agujeros grandes que tapar y sin dinero para hacerlo, dilapidando en muchos casos la poca o mucha fortuna personal. Seis mil gestores avisan que el número llegará al millón de «pymes» cerradas. Un doce por ciento declara ya fuera del sistema, en negro, para salvar los muebles, porque no llegan los euros soñados. Todo lo avala el nuevo barómetro del Consejo General de los Colegios de Gestores Administrativos. El 26 % ha facturado menos que en el 2022, el 47 % factura algo más y el 23% cerró con pérdidas frente al 64 % que ganó dinero. Un 39 % ha reducido su endeudamiento, durante el año pasado, y un 26 % lo ha aumentado.
Siguen con problemas graves de liquidez: 600.000 negocios pequeños. Así muchos optan por no declarar todos los salarios que pagan. Solo un 7% de los negocios se ha creado durante el pasado año. Los datos del conjunto son los siguientes: 700.000 negocios con pérdidas, 600.000 con problemas de liquidez y otros 700.000 con el endeudamiento aumentado y el agua al cuello. Los problemas de liquidez aumentan el endeudamiento y desde ahí, en dos pasos y un salto, estás en la puta calle. Superado el nivel de resistencia, 2024 será la puntilla para muchos más, debido a innumerables incertidumbre de todo sesgo y pelaje. El 25% de los negocios no levanta cabeza.
La pena gorda, la lágrima gorda, el suspiro gordo viene entero de la UE. Solo un 13% han solicitado los felices créditos Next Generation. Los hubieran necesitado casi la mitad de las actuales «pymes» españolas moribundas: el 55% acusó falta de transparencia, el 45 % complejidad a la hora de transmitir la solicitud y el 38 % no cumplir con los requisitos mínimos. Los que lo pidieron abrieron botellas de champán: el 70% por ciento encontraron aliento y respuesta positiva (solo un 6% denegados y un 17% en nerviosa espera). No remonta, en grandes cifras, el negocio de las pymes españolas donde ellas no se fijan en Beatriz de Moura ni Botín, sino en aquellos chicos que en un garaje de Silicon Valley o California hicieron su empresa con camisetas arrugadas y vaqueros rotos. Los que marchan, no vuelven, ni siquiera para pagar el papel higiénico del Coworking. 25 comercios cierran al día en España, otro muerto paralelo al anterior, sobre el que planean los mismos buitres hambrientos, feroces y bromistas.