La prisa del pequeñín y la siesta del pachorrón
«El Gordo y el Flaco, el Alto y el bajo, el Pequeñín y el Pachorrón son los amos del cortijo y los ases del cotarro»
El pequeñín es de vísperas. El pequeñín Aragonès, a veinticuatro horas de la fiesta de la infamia, la aprobación por parte del Congreso del texto que salva a prófugos y delincuentes, decidió encender su petardito (igual de pequeñín). Cataluña adelanta elecciones, ERC adelanta urnas, con la sola intención de decapitar a Puigdemont y Sánchez en la misma guillotina. Detrás, naturalmente, está Junqueras, nuestro Oriol en la siesta del fauno, cuya vida entre barrotes era otra muy distinta a la alfombra roja y champán frío de Waterloo, quien olvida públicamente pero no perdona, porque ya vale de parias y tontos útiles.
Al pequeñín Aragonès no le aprueban las cuentas, los números no salen y, frente a la derrota parlamentaria: el grito, el ladrido, el berrido y el martillazo. Así, ayer, Aragonès creció una cuarta y parecía hasta afeitado. ERC empieza a correr, pone el reloj electoral en marcha, y la meta es comerse el espacio electoral de Junts, con ese traidor que ahora vuelve como ídolo, tras haber pasado sus años buenos entre marisco y mejores caldos. El pobre Illa no tiene nada que hacer: seguir en la TÍA de Mortadelo y Filemón, seguir de Anacleto Agente Secreto, gafas calientes y manos frías, porque todas las hojas volanderas ya contaron y cantaron cómo le timaron en todo lo posible (guantes, mascarillas, aparatos respiratorios). Poco le faltó para pagar millones por fotocopias. Illa seguirá de oscuro, más delgado, rico en dioptrías, hundiéndose en el fango y sin poder levantar cabeza, porque todos se la pisan.
Pedro Sánchez se retira, jugada maestra, y dice que ya hablaremos de Presupuestos/2024 cuando se solucione el gallinero catalán. Aragonès, liliputiense e insomne, sabe que Sánchez necesita a cuatro grandes para inaugurar la fiesta presupuestaria definitiva: PNV, Bildu, Junts, ERC. Los dos primeros no le preocupan demasiado, lo vasco anda en lo vasco, las elecciones suyas y no salpican la ropa propia ni tendida. En el duelo al natural Junts/ERC se decide todo y, especialmente, lo que lleva tiempo reteniéndose: la venganza secreta, la victoria feliz, la revancha gozosa, el hambre atrasada. La historia de Carles y Oriol, Oriol y Carles, es la de Caín y Abel: traición en las veladuras, sin luces diurnas, y mucho apretón frente a los focos miserables de la jornada laboral, cuando tocan, porque ya fue hace mucho.
En Comú Podem ofreció la mecha y el mechero: la excusa fue un casino en Tarragona que no les gusta, pero para el que no figuraba ni partida prevista. Lo que piden es otra fantasía o espejismo: la aniquilación mutua entre los gladiadores, Carles y Oriol, Oriol y Carles, mientras un pequeñín arbitra y sopla muy fuerte el silbato, como siempre soplan los bajitos.
En Comú Podem, cuando beben, dicen que no aprueban nada ni en Madrid ni en Barcelona hasta que no vuelva Ada Colau, en quien confían para que sea la próxima Presidenta del Gobierno. Esquerra se queda sin escaño, sin peldaño, y solo puede saltar, hop, hop, como si hiciera gimnasia, hop, hop, para decirnos a todos que sigue aquí, hop. Aragonès sabe que Junts no tiene candidato y, ni siquiera la flamante y apestosa Ley de Amnistía hoy aprobada, ofrece a Puigdemont la posibilidad de serlo, porque el hombre está cagado con la vuelta y los grilletes, porque una vez caído en el cepo no te saca nadie, porque una vez engrilletado ya no cabe levantar la voz y toca lo peor, sí, bajar la mirada, no llorar.
«El Gordo y el Flaco, el Alto y el bajo, el Pequeñín y el Pachorrón son los amos del cortijo y los ases del cotarro»
Oriol Junqueras piensa rápido, se mueve despacio, aplaude con una mano en lo alto del hemiciclo mientras saborea su triunfo: «Me encanta que los planes salgan bien». El barco navega según la ruta prevista. De la trena se sale con más pachorra de la que se entra, y ese ritmo entero de pachorrón es el secreto pequeño de la guerra, perdidas todas las batallas anteriores. La ley infame de la amnistía blinda a los de dentro pero no tanto a los fugados, y Oriol lo sabe, porque este es un seguro para él pero no para el Carles que todavía duda si hacer o no las maletas, con ropa de invierno o de verano, con gafas de lejos o de cerca.
«Mearán sangre», dijo Puigdemont en su mayor desafío, mientras impedía a su manera que se levantara la inhabilitación de Junqueras, medida de gracia, porque convenía tenerle apartado, en la jaula, aislado, a su bola y rollo. Cuidado con el Gordo: sale el 12 de mayo, navidades anticipadas, donde toca trinchar a los traidores, los que hasta la fecha solo se dedicaron a hablar por teléfono y echar hielo a la escudilla.
¿Y por qué el 12 de mayo? Siempre antes del verano, hombre, donde la sequía es menos sequía, gran problema del Govern de medio metro y un palmo. Daños contenidos –avisan los bélicos- mientras el personal sabe cómo el único que ha capitalizado el bisne hasta la fecha fue Carlitos Puigdemont, de profesión sus fugas y maleteros. ¿A qué va a presentarse Carles el 12 de mayo con todos los papeles en el aire de lo suyo?
Feijóo, además, en blanco, sin nombre para Cataluña, sin candidato, mira solo de perfil para el piso de Ayuso y su novio, al que no trata. Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, el Alto y el bajo, el Pequeñín y el Pachorrón son los amos del cortijo y los ases del cotarro. Uno puso la prisa y el otro la pausa; uno el acelerón y el otro el freno. Todo discurre por la brújula que lleva al lago de los cisnes. Frontan ambos la lámpara de Aladino que les traerá el festín: ese fin de Puigdemont, Carles, enchironado, enchopinado y llorando que no fue él sino Sánchez.