Los enjaulados son felices
«Una encuesta reciente no puede ser más clara: el 57% buscaría otro trabajo si le quitasen el teletrabajo»
El obrero de siglo XXI pulsa teclas, baja persianas, come basura y habita pocos metros donde no puede hacer de lobo encerrado ni estepario, según la novela de Hermann Hesse. España supera los tres millones de teletrabajadores, que a veces toman caramelitos (antidepresivos, sedantes, antipsicóticos) para seguir la hormiguita del cursor por el largo e infinito papel en blanco. El año pasado se firmaron 181 nuevos convenios colectivos, según UGT, reguladores del trabajo a distancia, un 20% más que durante el 2022 y un 364% más que antes de la pandemia. El último trimestre del 2023, España superó los tres millones de teletrabajadores y dobla, por ejemplo, a los números del 2018 (1.44 millones).
La oficina es el domicilio particular y, según UGT, esto nos emparenta con Alemania, nos emparenta con la mejor Europa, superamos a muchos países con un tejido productivo menor y menos volcado en los servicios, como Austria y Suiza, nos hace competitivos, nos deja a un lado la boina y la azada, los aperos de labranza y el tractor, somos ya europeos de pleno derecho. El 10 de mayo del 2023 se firmó el V Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva, con un capítulo entero dedicado al Teletrabajo, donde se apostó por cláusulas o recetas para que cada empresa las fije y desarrolle en lo suyo. Nadie cuenta la otra cara, la prisa que tuvieron muchos por deshacerse de locales y la precariedad o limosna que pagan otros al obreraje puro de la tecla. Decía entonces Pepe Álvarez, limpiándose con el fular el bigote: «Esto nos empuja a seguir normalizando esta forma de prestación laboral en las normativas laborales, cumpliendo así con todos los preceptos legales establecidos por ley y superando las numerosas reticencias de muchas compañías y sectores». Todos, hasta los sindicatos, aplauden con las orejas el teletrabajo y hasta el obrero (enjaulado, estabulado, loco) festeja a lo bonzo la actual fiesta.
Una encuesta reciente no puede ser más clara: el 57% buscaría otro trabajo si le quitasen el teletrabajo. El asalariado prefiere hacer sus tareas en remoto antes que trasladarse a la oficina: ahorra transporte, evita trato social, vive a su aire y a su bola. EADA Business School lo cuenta en Teletrabajo, una realidad tras la pandemia: el 57% buscaría otro trabajo si su empresa no le permitiera teletrabajar, el 51% cree que es más productivo en casa y el 88% cataloga su experiencia como buena o muy buena. 638 entrevistas para dichos resultados pero donde no aparece el completo obreraje de la tecla. La muestra obedece a trabajadores que teletrabajan siempre, ocasionalmente o que tienen la posibilidad de hacerlo, en empresas superiores a 50 miembros, muchos de ellos directivos. La encuesta parece que solo cuenta la vida de los de arriba, olvida la del machaca de turno, que no es directivo y al que las teclas le saben a pollito frito. En desacuerdo con el teletrabajo aparece solamente un 24% (2020) que ahora son un 18%. Respecto a los jefes, ven sus equipos más productivos desde casa un 39%. La mayoría creen que la productividad es la misma: casa u oficina (47%). Un 90% de esos mismos jefes dicen que pueden dirigir a su personal en remoto. La pandemia trajo el teletrabajo para quedarse, experiencia laboral plenamente inserta en la sociedad, donde el personal aprendió habilidades nuevas u ocultas. Si preguntamos a cercanos, otros son los hilillos de voz y las voces temblonas.
Muchos se ven encerrados, muchos aseguran que trabajan más desde casa con la lucecita siempre encendida, muchos dan cuenta del locurón escribiendo desde cocinas, aseos, cuartos de baño, cuartos de la plancha y lugares no aptos para ninguna oficina. La directora del estudio de la Business School parece aportar la mesura imprescindible: «El dilema actual no es si lo utilizamos o no sino cuál es la proporción adecuada para mejorar el rendimiento y la vida de los profesionales». Muchos teletrabajadores escriben desde bares, pegan un chicle a la cámara o la rompen, la birra fría empuja los dedos dormidos, el café caliente abre los ojos cerrados, el tintorro barato hace sonreír los labios duros. Un 57% se largaría a otra empresa si no le dejasen feliz en su jaula de dolor, a su bola, a su aire, sin agobios ni presiones (el 75% de la llamada Generación Z niega la oficina, junto al 72% de los Mileniales, estos últimos de 26 a 40 años, y casi el 53% de la Generación X, de 41 a 55 años, y el 38% de los Baby-Boomers, de 56 a 76 años). Ningún joven quiere moverse más allá de lo necesario.
Nadie cuenta, ni UGT ni los enjaulados, los trabajos que su empresa redujo por culpa del Teletrabajo. Ni el 71% de costes que su empresa ahorra por el mismo: caso de wifi, equipamiento, electricidad, mobiliario y esa norma, no siempre respetada, que toda firma debe regular el trabajo en compensación de gastos a partir del 30% de jornada en remoto. Los enjaulados son felices. Tristes y ojerosos habitan el oasis de la soledad elegida y no impuesta, que es siempre liberación aunque tecleemos encima del microondas. Los enjaulados no se hacen grandes preguntas: trabajar en pijama es de ricos aunque la cuenta bancaria diga lo contrario. Los enjaulados quieren órdenes por email y piropos por WhatsApp. Los enjaulados sacan a veces la lengua por entre los barrotes para gritar muy fuerte a quien pasea por la calle: «¡Los que estáis encerrados sois vosotros!». Todos los enjaulados somos obreros felices, dóciles, modernos y jóvenes en pijama de etiqueta.